La generación protagonista del cambio
El rol que podría desempeñar depende del momento y la manera en que se produzca el esperado cambio hacia la democracia
Siguiendo el patrón de encerrar a una generación en un lapso de 30 años se puede establecer que la llamada generación histórica ubica su momento de nacimiento entre 1910 y 1940. Así mismo, la generación de los herederos, llamada también «de los agradecidos» llegó a este mundo entre 1940 y 1970. En consecuencia, la que viene a continuación se coloca entre 1970 y 2000.
En este grupo aparecen las personas que, por cumplir 60 años en 2030, tienen la máxima edad permitida por la actual Constitución para ser presidente de la República y, ¡qué casualidad!, se encuentran también los que, por tener 30 años, poseen la edad mínima exigida para este cargo.
Es probable que los más viejos de este grupo hayan participado en alguna de las aventuras militares en África, concluidas en 1991. Asistieron con mayor o menor grado de conciencia a la permisibilidad de tener creencias religiosas, proclamada ese mismo año por el IV Congreso del Partido Comunista. Crecieron en medio de los momentos más difíciles del Período Especial, de la dolarización de la economía, el regreso de los mercados campesinos y la aparición del trabajo por cuenta propia.
Esta es la última generación de cubanos que vio, escuchó y leyó a un Fidel Castro vivo y que fue testigo de su declive y muerte
Esta es la última generación de cubanos que vio, escuchó y leyó a un Fidel Castro vivo y que fue testigo de su declive y muerte. Son los que no tuvieron que despedirse para siempre al mudarse a otro país. Ninguno votó la Constitución de 1976, pero todos tuvieron la oportunidad de hacerlo por la de 2019. Son nuestros millennials con vocación por las nuevas tecnologías y las redes sociales.
La mayor parte de los incluidos en este grupo tuvo que hacer su preuniversitario en las escuelas en el campo, pero, dentro de ellos, los nacidos a partir de 1995 escaparon de esa modalidad y ya se están graduando en sus carreras universitarias. Estos últimos estuvieron más tiempo con sus familias y menos afectados por el adoctrinamiento.
Están marcados además por la perentoria necesidad de respetar el medio ambiente, la igualdad entre los sexos y la aceptación de las preferencias sexuales de todo tipo.
¿Se puede tener alguna esperanza con esta generación?
Los optimistas dirán que carecen del «sentimiento de deuda con los históricos» que lastró a la generación de los herederos; argumentan que no pasaron por la experiencia del hipnotismo colectivo bajo el influjo del carismático máximo líder y que, gracias al contacto con las redes sociales, no son víctimas de la monopolización de la información impuesta por el régimen.
Los pesimistas consideran que estos cubanos nacieron creyendo que todo lo que les rodeaba era normal, incluyendo la prevalencia del Estado sobre el ciudadano o la existencia de un solo partido
Los pesimistas consideran que estos cubanos nacieron creyendo que todo lo que les rodeaba era normal, incluyendo la prevalencia del Estado sobre el ciudadano, la existencia de un solo partido y la ausencia de fórmulas despenalizadas para discrepar e introducir cambios políticos. Según este enfoque, la indiferencia hacia los problemas del país, la simulación como recurso para ascender socialmente y la convicción de que «la vida está en otra parte» los incapacita para protagonizar un cambio profundo.
El rol que podría desempeñar esta generación depende del momento y la manera en que se produzca el esperado cambio hacia la democracia en Cuba.
Lo ideal es que esa ansiada transformación ocurriera ahora mismo, impulsada incruentamente desde arriba. La extinción total de la llamada generación histórica puede propiciar el desenmascaramiento de los herederos que hoy prometen continuidad desde las instituciones gubernamentales y partidistas. La dilatada víspera de esa extinción ha demorado la salida del closet de los reformistas y ha dado una notable ventaja a los inmovilistas que se empeñan en encarecer la llegada de la democracia.
La confianza en que los menores de 50 años apoyarían hoy mismo esas transformaciones puede ser una motivación muy tentadora para anticiparlas, porque nadie quiere poner la cara cuando, en 2030, haya que rendir cuentas de las fracasadas promesas que justifican el mantenimiento del actual sistema.
Basta con releer el pretencioso Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030 –que se comenzó a elaborar en abril de 2011 y fue ratificado por el Parlamento en junio de 2017– para darse cuenta de que esa visión de un socialismo sostenible y próspero es una utopía, por no decir una estafa.
O lo hace ahora la generación que heredó este problema, con la segura anuencia de los que nacieron después de los años 70, o habrá que esperar a la toma del poder de la mano de los ‘millennials’
Todos aquellos que mirando hacia el pasado puedan asegurar «yo no fui» tendrán la oportunidad de sentarse a conversar con los de adentro y con los de afuera. Mostrarán sus manos limpias de fusilamientos y confiscaciones. O lo hace ahora la generación que heredó este problema, con la segura anuencia de los que nacieron después de los años 70, o habrá que esperar a la toma del poder de la mano de los millennials.
El riesgo que corren los que apuestan por la espera es que la impaciencia de la generación más joven eleve la temperatura de la caldera nacional. Al mostrar su inconformidad a todo lo que frene la llegada del cambio, en la calle, en las redes sociales, en las asambleas de su circunscripción, incluso en las urnas, estarán aumentando la presión social desde adentro.
Ya se sabe cómo responden las dictaduras a estas amenazas.
No se trata de que haya que esperar a que llegue el 2030, pero se puede afirmar que la generación de cubanos que tuvo su alumbramiento a partir del año 1970 presenciará o protagonizará el cambio más trascendental que haya tenido este país.