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El poder del pingüino

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Hay pingüinos para todos y cada uno tiene su pingüino de cabecera. Aves marinas no voladoras de la familia de las Spheniscidae y del orden de los Sphenisciformes fueron avistadas y reportadas para el Viejo Mundo por Vasco da Gama, quien –en lo que despertaría el horror de todo pediatra de la escuela del Dr. Spock– no dudó en llamarlos pájaros niño o pájaros bobos.

Error.

Desde el Paleoceno-Holoceno, y detrás de ese andar que solo puede ser definido como “pingüinesco”, los pinguinos –maduros y sabios– se las han arreglado para introducirse y quedarse en el inconsciente colectivo y en la cultura general de los infantiloides y tontos humanos. Los sociólogos y psicólogos teorizan que nuestro afecto primario y reflejo y automático por la especie surge del hecho de que caminan erguidos, de que tienen un sentido muy marcado de la familia, y de que son simpáticos y a la vez ominosos.

Así, el Pingüino de Batman, los pingüinos animados de Madagascar y Mary Poppins y Locos por el surf y Los pingüinos del señor Poper y Happy Feet y Evangelion y Toy Story y aquel pingüinito Pablo soñando con los trópicos en Los tres caballeros, Néstor “Pingüino” Kirchner, los colosales pingüinos albinos en las montañas de la locura de H. P. Lovecraft y el pingüino como “animal de poder” en el fight club de Chuck Palahniuk, y el pingüino-algoritmo utilizado por Rajiv Gandhi como metáfora para enseñar el concepto de inducción matemática. Y –criatura dada a la música– el doo-wop de The Penguins, el pingüino de Fleetwood Mac, el pingüino en las canciones de Christina Aguilera y Babyshambles, el grupo metálico-nórdico Satan’s Penguins y, ah, el country-freak Lyle Lovett cantando en “Penguins” que a él le van los pingüinos porque “están tan bien predispuestos a mis necesidades”. Adorados como dioses o engullidos como producto de delicatessen, ahí están, para lo que queramos hacer o deshacer con ellos.

Y más allá de gustos y sabores, hay un pingüino en/con el que todos podemos coincidir. El pingüino en el logo de los Penguin Books, editorial inglesa (nada es casual: los primeros británicos que vieron a la criatura pensaron en galés, penwyn: pen, cabeza; y gwyn, blanca) fundada en 1935 para revolucionar la industria del paperback hasta entonces dedicada al folletín y al pulp y al se usa y se tira. Tres años más tarde mostraba el pico la división clásica del asunto. La idea no funcionó en principio (se lanzaron apenas diez volúmenes), pero volvió con fuerza en 1946 cuando su edición de La Odisea despachó más de tres millones de ejemplares. Entonces, de pronto, obras maestras clásicas y modernas a precios muy económicos con buen papel y presentación elegante, tamaño y peso exactos para sostener sin esfuerzo y con una mano en el metro o autobús. Todo y todos presididos por el pingüino mejor leído del universo.

El pájaro en cuestión –diseñado por el joven de veintiún años y office junior Edward Young de regreso de una excursión al zoológico de Londres– ha pasado por varios y muy sutiles retoques/encarnaciones y hasta dietas para adelgazar a lo largo de las décadas, pero sin desalojarlo jamás del Olimpo de los logos/imágenes corporativas junto al de Coca-Cola, Lego o Nike.

Sí, el poder del pingüino continúa intacto y ahora –cortesía de la fusión/compra de Penguin Books por/con Random House– por fin habla español. Y sí: la noticia es una de esas noticias tan buenas que provoca la súbita extrañeza de cómo es posible que no se haya dado antes. Pero lo importante es que ya está aquí, que los pingüinos vienen marchando.

Libros formidables, presentación excelente (con las características introducciones y aparatos de notas que jerarquizan a la colección), y un precio más que humano para abrir las puertas del paraíso desde este mayo y poner a nuestro alcance una Babel súbitamente organizada en ese esperanto en el que se entiende sin pelearse la buena letra universal.

Y el programa no puede ser más ambicioso. Y falta espacio para enumerar tanto autor y tanta obra, todos juntos ahora como en una de esas bacanales de superpoderes de la Marvel Comics. De entrada, claro, Cervantes y Shakespeare dan la bienvenida. Pero también Homero, Marlowe, “Clarín”, Dostoievski, el Poema de Mio Cid, De la Vega, La Celestina Lazarillo de Tormes y El conde Lucanor y El burlador de Sevilla, Santa Teresa de Jesús, Blasco Ibáñez, Conan Doyle, Galdós, Eurípides, Calderón de la Barca, Esquilo, Lope de Vega, Esopo, Quevedo, Sófocles, Góngora, Darío, Austen, Pardo Bazán… En julio se sumarán al festín Robinson Crusoe, Cumbres borrascosas, La isla del tesoro, Moby Dick, Drácula y Frankenstein y Guerra y paz. Y con la caída de las hojas del otoño –pensar en los Clásicos Penguin como en un arca en la que flotar mientras afuera llueve y llueve– subirán las hojas para todas las estaciones de los primigenios y sacros Bhagavad-guitá, Dhammapada, Upanishads y La epopeya de Gilgamesh y El Corán seguidos de cerca por las criaturas igualmente inmortales de Carroll, Alcott, Balzac, James, Flaubert, Hugo, Kipling, Maupassant, Stendhal, Twain, Voltaire, Wharton, Zola, Poe.

Y esto es solo el principio.

Y quién da más.

Y –quién no querría ser parte de la fiesta– es injustificado pero comprensible el reciente capricho de Morrissey cuando exigió (y consiguió, para el espanto de muchos) que en 2013 la editorial incluyera su Autobiography en la colección.

“La esperanza es la cosa con plumas”, afirmó Emily Dickinson. Sentencia seguramente discutible, sobre todo cuando proviene de la singular percepción de una reclusa poética, quien, tal vez, se refería lateralmente a que los pingüinos tienen muchas plumas, tres capas, para protegerse del frío. O tal vez no sea otra cosa que una esperanzada expresión de deseo; porque, hasta donde sé, lo de Emily Dickinson no está entre los emplumados libros del Pingüino. Quién sabe… Pero, al menos, algo sí es seguro: de aquí en más, cuando nos torturen una y otra vez con esa pregunta de qué único libro nos llevaríamos a una isla desierta, seguiremos igual de indecisos, sí; pero al menos tendremos la certeza de que lo buscaremos y lo encontraremos en el catálogo de Penguin Clásicos.

El Penguin es el mejor amigo del hombre.~

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