Economía

Iván Feo, juez de sus propias pasiones

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Iván Feo critica todo. En especial y con rigurosidad, a sí mismo. Ya no hace cine, pero no deja de ser cineasta. Ahora el beisbol es su coprotagonista. Jorge Luis Borges decía con frecuencia que “cualquier hombre es todos los hombres” y Feo es la prueba de ello porque en un solo cuerpo convergen cine, arte, música, beisbol y tauromaquia; siendo él mismo su propio verdugo.

Un hombre con abundante cabellera marrón, amplios lentes, de contextura gruesa y a la vez delgada fue como se presentó en su película País portátil. Más de treinta años después su cabello se ha ido, el poco que queda tiene un tono grisáceo. Ya no es esbelto y en vez de unos amplios lentes, ahora usa tres: para ver de cerca, para ver de lejos y para leer en monitor.

País portátil es considerada una perla del cine venezolano, pero él puede rebatir esa valoración con una extensa lista de argumentos fríamente pensados que, a su juicio, demuestran lo contrario. Considera que su ópera prima solo es “la primera película decente venezolana”.

No hay nadie que me dé más látigo que yo mismo.

En su carrera cinematográfica ha sido guionista y director de tres filmes: País portátil (en 1979, junto con Antonio Llerandi), Ifigenia (1986) y Tosca, la verdadera historia (2001). Esta última es la única que califica como “buena” y lamenta, pero no le avergüenza contar, que fue un fracaso de taquilla.

Ni siquiera puedo decir que no le gustó al público porque es que nadie la vio. En una semana la vieron 1057 personas y yo llevé 900 a la premier. La explicación tiene que ser sociológica: la gente no quería ver cine venezolano en esa época.

Sea cual fuese el motivo, Iván Feo no ha hecho más películas. No se debe a una frustración, ni a temor al fracaso. Simplemente maquina una idea desde hace años que, para él mismo, no termina de atar cabos. No cree estar en deuda con el cine y no se deja afectar por las críticas referidas al escueto número de obras que ha producido. De producir su idea no busca complacer a nadie más que a él mismo. Por eso no siente apuro en llevarla a cabo.

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Antes de aprender a hablar ya tarareaba óperas. Su melodía impactaba el alma y llorar era una costumbre habitual de los sábados porque durante todo el día se escuchaba ópera en su casa. Fue un gusto adquirido de su padre Guillermo Feo Calcaño, uno de los precursores de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas.

Nombres de películas, actores y movimientos eran reconocidos fácilmente por su intelecto. Su padre sembró en él la semilla de la cinematografía. En su juventud, al salir de clases, iban juntos al cine Apolo de La Candelaria y veían mayormente películas del viejo oeste. Ha visto West Side Story 17 veces.

A finales de los sesenta empezó a estudiar Letras en la Universidad Central de Venezuela y sin haber culminado el primer año se dio cuenta de que no se sentía a gusto pues “la literatura no rondaba por allí”. No abandonó la carrera para evitar problemas con sus padres, pero en 1970, cuando ocurrió el “semestre negro” de la UCV, la Escuela de Letras fue la única que no paralizó las clases y colaborar en esa reformación fue para él una especie de venganza contra todo lo que estaba en desacuerdo.

En 1980, luego de prepararse intensivamente, comenzó a dictar clases de Teoría Cinematográfica en la Escuela de Artes de la UCV. Fue profesor durante 25 años. El actor Luigi Sciamanna fue su estudiante en 1987 y recuerda que:

Como profesor incitaba a los alumnos a pensar y a tener una opinión propia sobre las cosas. Tenía mucha energía. Usaba unas camisas hawaianas al estilo de Francis Ford Coppola y para quienes lo entendíamos resultaba muy interesante.

En una ocasión Sciamanna redactó un ensayo crítico por voluntad propia sobre Ifigenia y cuando Feo lo leyó, a pesar de tener un carácter irascible, lo tomó con amabilidad y conversaron amenamente sobre los planteamientos. Desde entonces, el actor supo que surgiría una amistad, la cual perdura en la actualidad.

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Se rehúsa a abrir cuentas en redes sociales porque lo considera algo promiscuo. Sin embargo, sí posee un canal en Youtube donde pasa horas armando listas musicales para compartir. Su hijo, Andrés Feo, asegura que: “La música es tan intrínseca a él que no lo ve como un pasatiempo”.

Pasó once meses musicalizando Tosca, la verdadera historia porque nadie más que él sabía y entendía lo que buscaba proyectar. Fueron once meses y su escape se traducía en salir a comer con Andrés.

La cocina es un hábito adquirido de su madre quien “cocinaba absurdamente bien”. Falleció en 2008, pero cada 14 de diciembre, en conmemoración a su cumpleaños, hace una cena preparando las recetas que aprendió de ella.

Su esposa Simonette y su hijo Andrés ya saben que en su cumpleaños no puede faltar su plato favorito: cebollas rellenas con queso.

Para él comer significa más que el mero acto de alimentarse. Durante el día su hijo, su esposa y él pasan la mayor parte del tiempo distantes, cada quien en sus obligaciones. Por eso, comer es una costumbre de recreación. En diciembre, adquirió una pequeña plancha que sirve de excusa para poder compartir amenas pláticas mientras en el centro de la mesa preparan una parrilla.

 

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“Iván Feo ya no es profesor, ya no es cineasta” es lo que podría decir alguna persona que esté al tanto de lo que hace actualmente. Pero uno no deja de ser algo solo por no ejercerlo. Es profesor en cada plática, tiene el gusano de la curiosidad que lo lleva a saber de todo y a regar el conocimiento. Es cineasta en la idea que aún maquina dentro de sí y no sabe si un día compartirá.

Iván Feo es coleccionista de beisbol. Su afición no puede considerarse una vida paralela porque es una cualidad tan característica que quien sea que converse 15 minutos con él no se irá sin saber que es magallanero, pero más que eso es amante del beisbol. No por ser un deporte, sino por lo que para él significa.

El beisbol representa la vida. No hay un estereotipo fijo de cómo debe ser físicamente el jugador. Hay bajitos, gordos, altos. No hay fórmula que sea un dogma. Durante 9 innings no sabes cómo terminará. Nada es seguro. Todo es posible. Lo que me gusta del beisbol es lo que representa del ser humano.

Se relaciona tanto con este deporte que tiene decenas de pelotas, bates, gorras y fotografías firmadas por los peloteros más trascendentes de la historia. El sótano de su casa en La Unión y su oficina en Bello Monte se han convertido en su museo personal.

Quizás una de las posesiones de mayor valor, sentimental, sea una hoja enmarcada en su oficina. En ella se esboza un retrato de él y versa “A mi papi, mi magallanero preferido”. Fue firmado en 2001 por su hijo cuando tenía nueve años.

Andrés es mi cuarta película.

Aunque Iván Feo admite ser intolerante y de carácter fuerte, no teme mostrar sensibilidad. “Es estricto y rígido, pero esa rigidez viene de su alta emotividad”, comenta su hijo. “Tiene unos principios muy marcados y una opinión tajante de las cosas”.

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Iván Feo habla de arte, de beisbol, de cine, de tauromaquia, de política. Platicar es algo que puede hacer por horas sin cansarse. Continuamente pierde la exactitud de algunos recuerdos. Ya comprobó médicamente que no es una consecuencia del aneurisma que sufrió en 2009. Tampoco es alzhéimer. Aunque no puede explicar los vacíos, su  esposa Simonette es el ancla en sus memorias.

A sus 67 años de edad tiene una fuente de curiosidad inagotable y ahora pasa la mayor parte del día navegando en internet, compartiendo música, viendo documentales y enviando correos electrónicos a sus amistades. La intolerancia es algo que aún aprende a manejar.

El enlace al muy recomendable canal en You Tube de Iván Feo:

https://www.youtube.com/user/redcuquin

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