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Betancourt en un mercado popular

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Lo que se logra ver en la foto —dice el doctor Jorge Vera, médico internista y dermatólogo, miembro de la Sociedad Venezolana de dermatología médico-quirúrgica y estética, miembro de la Academia Americana de Dermatólogos desde 2007— son cicatrices hipocrómicas con lesiones hiperpigmentadas. Podría haber también daño fotoactínico severo, el daño solar, dado que nació en Guatire y pasó toda su vida en alta exposición al sol en sus actividades políticas.

“El daño fotoactínico severo se caracteriza por manchas, máculas hipercrómicas, que los especialistas llamamos pecas melanóticas o léntigos actínicos. Hay una línea muy demarcada donde se ve una hipocromía (más blanco) y donde pareciera haber atrofia. Eso puede deberse a que le hicieron un injerto o microinjerto de piel para acelerar el proceso de curación y salvar la función de la mano. Lo más importante en las quemaduras de las manos es salvar su función. No la estética sino la prensión y esa movilidad fina que permite agarrar un lápiz o teclear en un celular o pantalla táctil. En la época de Betancourt, los médicos trataron de salvar su capacidad de prensión para que pudiera manejar un carro y escribir”.

El momento

El presidente de la República, Rómulo Betancourt (1959-1964), desliza sus manos sobre la pulcra mesada del carnicero, quien lo atiende enfundado en su no menos impoluta bata. La cerámica del mostrador está carcomida en los extremos y los riachuelos de sangre que han trasegado por su superficie han teñido las juntas de los azulejos, pero es evidente que en espera del jefe del Estado le han dado su buena pasada con jabón y cloro. A la gestión de gobierno le quedan tres trimestres —es junio y el mandatario que resulte elegido ese diciembre se juramentará en marzo de 1964—, es momento de entregar obras, reforzar la seguridad en que, tal como aseguró en muchos discursos, no estaría en funciones “ni un minuto más ni un minuto menos” del lapso constitucional y, muy importante, es momento también de dejar claro que así como un mercado popular puede estar impecable y pulido también deben estarlo los manejos de un presidente democrático. Esas manos podrán estar chamuscadas y tiznadas, pero por ellas no ha pasado un centavo que no puede explicarse ante una contraloría exigente.

El lugar y la fecha

Es junio de 1963. El 11 de ese mes concluirá la gira administrativa (así se llamaban entonces los recorridos del Presidente de la República por el interior del país) por 12 estados. En esta ocasión recorrió 4.563 kilómetros de carreteras construidas o asfaltadas por su gobierno para inspeccionar o inaugurar obras, así como “… tomar contacto con necesidades y problemas de las distintas colectividades en jornadas que se han iniciado más de una vez a las cinco de la mañana y terminando a las nueve o diez de la noche”.

La foto lo capta en el Mercado de Maturín. «De Presidente”, escribiría después en su libro Multimagen de Rómulo, “lo primero que yo hacía al llegar a un sitio era visitar el mercado local».

Los personajes

Justo detrás del presidente Betancourt, pegado a su espalda, está un oficial de la Aviación, de quien solo alcanzamos a ver el escudo de la gorra y las estrellas en los hombros. Como la foto es en blanco y negro, no sabemos si las estrellas son plateadas o dorados, esto es, si se trata de un coronel o un capitán. A la derecha (desde nuestra perspectiva) y un poco hacia atrás, está un capitán cuyo nombre ignoramos. La gorra es de oficial subalterno. El oficial es muy mayor para ser teniente (y un teniente no hubiera estado detrás del jefe del Estado).

En el centro de la imagen, vecino a Betancourt, apoyado también en el mostrador, está, según estima su hija Virginia Betancourt Valverde, un miembro de su «guardia civil», integrada por miembros de Acción Democrática que habían sufrido cárcel y torturas durante la dictadura de Pérez Jiménez. Muchos de ellos eran llamados guasineros, por haber estado recluidos en el campo de concentración de Guasina, inhóspita isla del Delta del Orinoco.

Dermatólogo 2

—Es difícil —dice el dermatólogo Jaime Piquero Martín, autor de varios libros sobre la especialidad. Es editor de diversas revistas dermatológicas, asiduo conferencista en congresos y directivo de varias organizaciones académicas internacionales—, a partir de una foto en blanco y negro, sin tocar textura, atreverse a un diagnóstico.

“Las posibilidades son: 1.- Acromías residuales a quemadura de 2do y 3er grado; 2.- Vitiligo acral (habría que examinar los pies); 3.- Fenómeno de Koebner (vitiligo que aparece donde ha habido un trauma o injerto) y 4.- Injerto. Me quedo con la primera posibilidad”.

–Mi papá no tenía ninguna dolencia en sus pies –afirma Virginia–. Después del atentado, sus manos quedaron muy sensibles al sol, por lo que usaba guantes blancos de algodón cuando se bañaba en el mar o en la piscina de Pacairigua [su residencia particular]. Su oído derecho quedo afectado para siempre. Y sí, pasó mucho tiempo bajo el sol. Tenía 34 años cuando comenzó a recorrer, palmo a palmo, su amada Venezuela.

Las quemaduras de segundo y tercer grado

Puede afirmarse que Betancourt no tuvo un día de sosiego mientras estuvo en Miraflores. Sin respeto al hecho de que había llegado allí por elecciones confiables, los partidos políticos de izquierda optaron por la lucha armada para derrocar al poder legítimo y sustituirlo como había hecho la revolución cubana. Sus acciones incluían actos terroristas que en Caracas eran perpetrados por las llamadas Unidades Tácticas de Comando. Y en el otro extremo, la ultraderecha soñaba despechada con un regreso a las mieles a las que se habían acostumbrado en casi una década de dictadura militar.

No eran estos los únicos tiburones que acechaban al guatireño. También había una que otra tiranía caribeña que se lo quería echar al pico. Fue así como el 24 de junio, día de la Batalla de Carabobo, de 1960, un grupo financiado por Rafael Leonidas Trujillo, dictador dominicano, le hizo un atentado en la avenida Los Próceres de Caracas. Tres personas murieron, el chofer, el jefe de la Casa Militar y un joven que pasaba por ahí. Se salvaron, con heridas de cuidado, los tres que iban en el asiento de atrás: el ministro de la Defensa, su esposa, y Betancourt, quien entonces tenía 52 años.

Llevados de inmediato al Hospital Clínico Universitario, el general Josué López Henríquez y Dora, su esposa brasileña, fueron atendidos por el dermatólogo Luis Alberto Velutini Ruiz (1919-1993), entonces jefe del Servicio de Dermatología de ese hospital, quien dio sedación profunda a los pacientes para proceder a su dolorosa cura.

El presidente Betancourt, cuyas manos, según él mismo diría años después, “eran como pedazos de carne”, fue intervenido por el doctor José Ochoa, jefe del Servicio de Cirugía Plástica y reparadora, sección que se había iniciado el año anterior, como parte del servicio de traumatología, ortopedia y cuidados de quemados. Enfocado en su urgencia de que el país supiera que estaba vivo y que sus enemigos habían fracasado, les pidió a los médicos que le aplicaran la anestesia justa, para espabilarse rápido y comparecer ante la Nación. Esto lo pidió cuando llegaba al hospital “en una camilla, ambas manos como guindajos de carne quemada; la cara deforme; escasa la visión; oyendo poco”, como él mismo dijo.

—Su comportamiento en ese momento —escribió el académico y activista político norteamericano Robert Jackson Alexander, en su libro Rómulo Betancourt y la transformación de Venezuela— hizo un gran aporte para acrecentar su reputación de valor personal, cualidad respetada en cualquier país, pero particularmente en Venezuela, y para confirmar su capacidad de manejar prácticamente cualquier situación. La prensa lo resumió al decir: “La pipa seguirá ardiendo”. Betancourt nunca se recuperó del todo. Sus manos siguieron marcadas y una cicatriz psicológica más sutil, pero no menos profunda, también permaneció.

Dermatólogo 3 

—Por supuesto que sí se hacían injertos cutáneos en esa época, incluso mucho antes —confirma el doctor Francisco Kerdel-Vegas, una eminencia a quien la comunidad dermatológica de Venezuela reconoce como maestro—.  Pero no recuerdo ningún comentario de que se lo hicieran a R.B.

La foto

Nadie, ni el mismo autor, se tomó la molestia de anotar en el dorso el nombre del fotógrafo.

Habían pasado tres años exactos del atentado. Las manos habían cicatrizado, pero quedaba esa marca psicológica a la que alude Bob Jackson Alexander. El centro de atención de la imagen son las manos. Esas manos sobre las que parece haber pasado el horror del mundo, además, flanqueadas por trozos de carne. Es demasiado dramático. El fotógrafo es consciente de eso y no quiere que su obra caiga en la obviedad o el esperpento. Opta, entonces, por una composición horizontal en la que el punto de tensión queda en el tercio inferior, de manera que el peso visual queda equilibrado con el tercio medio, que es el ocupado por las caras de los hombres (y la muchacha que, en vez de mirar al presidente, observa al comerciante, ¿su jefe?, ¿su padre?).

El tercio superior muestra una hilera de volantes propagandísticos y el techo, blanco e inocente, del mercado. En la veta del centro,  de izquierda a derecha, vemos la mirada franca y confiada del destacado visitante; el vistazo rápido y concernido del guasinero hacia algún punto de donde haber venido un ruido; el niño asomado (en Venezuela, pescueceando) para echarle un vistazo a Betancourt y el militar adusto cuyos lentes oscuros no esconden su examen al fotógrafo.

Y, a cada momento, los ojos se nos van a esas manos torturadas, en inquietante vecindad con los cortes de carne.

El símbolo

En su libro Betancourt, político de nación, el historiador Manuel Caballero alude a la importancia que aquel concedía a su honestidad. Que fuera absoluta y que se supiera.

“…algo inhabitual en la historia de Venezuela: que hablar de gobierno honesto resultara ser una contradicción en los términos. Eso comenzó por casa. En primer lugar, cuando decretó la reducción de sueldos y salarios, el primero en sufrir cortes fue el suyo, así como de los ministros de su gabinete. Cuando debió, por razones de Estado, viajar fuera de Venezuela y quiso llevar a su esposa, tuvo un escrupuloso cuidado en costear su pasaje y sus gastos, a veces pagándolos por cuotas en una agencia de viajes privada”.

—Por supuesto —continúa Caballero— seguía la máxima maquiaveliana según la cual no basta que un gobernante sea bueno, sino que además debe parecerlo: eso fue conocido de una u otra forma; pues ningún sentido tenía que un gobernante fuese honesto, sino que el pueblo supiese que lo era hasta esos extremos.

“El resultado es que, acusado de todos los crímenes posibles, como es normal en todo gobernante, y sobre todo uno tan polémico, jamás se le ha podido comprobar, y ni siquiera acusar en serio de haber manejado los dineros públicos en provecho propio”.

Las máculas no son de deshonra. El fotógrafo captó que ahí se estaba diciendo eso.

Dermatóloga 4

—En esa foto lo que se ve es una hipocromía o despigmentación de las manos, así como también áreas hiperpigmentadas —afirma con gran aplomo la dermatóloga Elena Machado—. Todo lo demás es un ejercicio de especulación… interesante, cómo no.

“Yo conocí a Betancourt” dice la doctora Machado. “Lo vi varias veces en casa de mi tío Andrés Germán Otero (ministro de Hacienda en 1961, gobernador por Venezuela en el Banco Interamericano de Desarrollo en 1963 y otra vez titular de la cartera de Hacienda en 1964). Y por eso sé que era una persona de tez morena. Sería una piel tipo 4 (va desde la 1, la más blanca, hasta la 6, la más oscura). Era un tipo curtido. Recuerdo un hombre morenito. Eso de daño solar ni lo consideraría”.

“Tampoco veo retracción en las manos. Al contrario, las tiene bien extendidas. Planitas. Me quedaría con unas lesiones cicatrizales postquemaduras… a menos que haya tenido vitiligo, porque así se ven las manos de los pacientes con vitiligo. Exactamente iguales. El caso es que sabemos que tres años antes había sufrido una exposición al fuego que le dejó una cicatriz residual”.

La conclusión

Seis meses después de haberse tomado esta foto, el 29 de enero de 1964, Betancourt regresó a la ciudad para inaugurar el hospital de Maturín, con 400 camas y dotación asegurada. La imagen, entonces, cobró otro significado: mira lo que se puede hacer cuando hay voluntad política y transparencia en las cuentas. Con estas manos.

 

 

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