“No previmos las redes. Nunca imaginamos que los rusos serían capaces de elegir al presidente de EE UU”
El escritor enfrenta, en convivencia íntima, al hombre y al robot en ‘Máquinas como yo’, que se publica en español, y lamenta la gestión del Brexit del primer ministro
La escritura de Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 71 años) tiene ya la destreza y el oficio como para darle la vuelta a la Historia, hacer que Margaret Thatcher pierda la Guerra de las Malvinas, acelerar en décadas el desarrollo de la inteligencia artificial y crear un triángulo amoroso entre un hombre, una mujer y un androide perfecto. Y que el lector entre en el juego desde la primera línea.
El secreto de su última novela, Máquinas como yo (Ed. Anagrama), reside en que el escritor no ha abandonado sus obsesiones constantes. McEwan enfrenta en convivencia íntima al hombre y al robot para seguir explorando las contradicciones y malentendidos que definen la vida de las personas. Recibe a EL PAÍS en su particular paraíso, una casa del siglo XVI en la región inglesa de los Cotswolds, rodeada de un exuberante jardín y de un paisaje de colinas onduladas. Hablará de su libro, pero también de la crisis del Brexit que atraviesa su país, de Boris Johnson, y de la tristeza que le provoca el actual estado de los británicos, a los que compara con el insecto en que amanece convertido Gregorio Samsa en La metamorfosis de Franz Kafka.
Pregunta. La Inteligencia Artificial (IA) como el gran desafío al que se enfrenta la humanidad. ¿Por qué eligió algo así?
Respuesta. Es algo que me viene de lejos. En los años 70 escribí un guion para la BBC sobre un personaje de Bletchley Park, la instalación militar donde se descifraron los códigos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, que tenía cierta relación con Alan Turing. Fue entonces cuando me interesó la IA, y durante muchos años seguí las investigaciones. En los años 80 y 90 hubo un parón. La mente animal, la mente humana, es mucho más compleja de lo que nadie nunca imaginó. Los últimos años han sido una especie de edad de oro, con avances espectaculares, sobre todo en la escritura de software.
P. No solo introduce androides de inteligencia perfecta, sino que lo hace en el Reino Unido de la década de los ochenta, y resucita al científico Alan Turing como personaje de su libro.
Estamos en el umbral de un cambio de civilización
R. Turing fue el comienzo de mi interés en esta materia. En los años 30, antes de que descifrara el código Enigma del ejército alemán, ya sentó las bases fundamentales de lo que podría llegar a hacer una computadora. Es una de las figuras heroicas de la revolución digital. Y por encima de todo, fue perseguido y procesado por ser homosexual. Se suicidó para evitar la prisión o la castración química. Sentí que debía devolverle la vida que nunca tuvo y convertirle en un genio prominente de la era digital. Nunca sabremos todo lo que podría haber llegado a ser.
P. ¿La realidad que plantea en su libro está ya tan cerca?
R. No, todo está aún en un estado muy infantil. Piense en el océano Pacífico: es como si apenas hubiéramos metido un dedo del pie en el agua. Pero se está expandiendo, y los horizontes son inmensos. Ya es interesante de por sí que veamos todo este asunto como una amenaza o como una promesa. Probablemente sea las dos cosas. Estamos en el umbral de un cambio de civilización, a punto de crear inteligencias superiores a la nuestra. Algo más importante que la invención de la escritura o que la revolución industrial. Pero si llegamos a una fase en la que la IA diseñe por sí misma su siguiente generación, se nos podría escapar de las manos.
Me pregunto qué pasaría si esos seres artificiales fueran capaces de enamorarse
P. Y la gran incógnita está en saber si esas creaciones inteligentes pueden adquirir una conciencia.
R. En la novela planteo un dilema moral: si Miranda, una de los protagonistas, debe o no ir a la cárcel por lo que hizo en el pasado. Puedes programar o diseñar una serie de algoritmos para un ser artificial que le impongan la orden de no mentir o de respetar la prevalencia de la ley, el Estado de derecho. Pero los humanos tenemos esa habilidad para mentir en algunas ocasiones, cuando sabemos que es algo bueno. Como cuando a un amigo con una enfermedad terminal le dices ‘hoy tienes mejor aspecto’. Escribir los algoritmos que desarrollen esa cualidad es muy complicado, requiere tener empatía. Por eso en el libro me pregunto qué pasaría si esos seres artificiales fueran capaces de desarrollar una inteligencia emocional, si fueran capaces de enamorarse o de experimentar deseo sexual. La tesis de Turing establecía que, si eres incapaz de determinar que una máquina tenga o no conciencia, debes asumir que la tiene.
P. El androide de su novela, Adán, reprocha al humano, Charlie, que le tenga tanto miedo o envidia, y que se infravalore.
R. Y no deberíamos tener miedo a lo que viene. Además, hemos demostrado ser unos inútiles a la hora de predecir el futuro. Nunca vislumbramos la llegada de internet. Y cuando internet ya existía, nunca previmos las redes sociales. Y cuando llegaron las redes sociales, nunca imaginamos que los rusos serían capaces de elegir al presidente de Estados Unidos. Puede ocurrir que finalmente seamos nosotros mismos los robots, y que acabemos interfiriendo en nuestros propios cerebros, bien a través de microchips, de drogas o a través de técnicas que ahora mismo no podemos ni imaginar. Quizá dentro de cien años la idea de un androide perfecto llamado Adán sea algo pintoresco.
P. Margaret Thatcher pierde la Guerra de las Malvinas y la humillación nacional lleva al poder a Tony Benn, un laborista radical adorado por los jóvenes. ¿Se inspira en la realidad de su país?
R. No para este libro, pero sigo muy pendiente de todo lo que tiene que ver con el Brexit. Me llena de desesperación, aunque sencillamente no puedo mirar para otro lado. Creo que nos hemos vuelto todos locos.
P. ¿Y quién es el culpable?
No he escuchado un solo argumento a favor del Brexit que me convenza y que tenga solidez racional
R. El Partido Conservador, sobre todo. Esta ha sido durante muchos años su guerra civil particular. Y nos la ha acabado trasladando a todos. Impulsada ahora, además, por la extrema derecha y el nacionalismo inglés. Un nacionalismo que siempre estuvo ahí, y que ahora ha visto la oportunidad de reagruparse en torno al Brexit, como si fuera un imán.
P. ¿Y encuentra alguna explicación a todo esto?
R. En los últimos años he llegado a leer 500 millones de palabras sobre este asunto, he tenido cientos de horas de discusión y debate, y he leído y leo la prensa de derechas y la de izquierdas, la que está a favor del Brexit y la que defiende a la UE. Y todavía no he escuchado un solo argumento a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea que me convenza y que tenga solidez racional. Dicen que les preocupa la pérdida de soberanía, pero cada tratado internacional supone una cesión de soberanía, incluida la pertenencia a la OTAN.
P. Y de repente, Boris Johnson es el primer ministro.
R. Me asombra, porque es un hombre educado e inteligente, con mucho encanto personal. Y se ha convertido en un tarugo populista de la peor calaña. Le comparo con un personaje del Sueño de una Noche de Verano de Shakespeare. Pienso que en algún momento los polvillos mágicos caerán sobre sus ojos y desaparecerá la cabeza de burro. Y de nuevo será Boris Johnson. A pesar de ser un hombre cultivado, y como tal con un sentido de lo que es la Historia, ha mostrado una profunda ignorancia sobre el funcionamiento de la democracia parlamentaria. Y en ese sentido ha sido una gran decepción.