Leer los rostros
Al frente tengo una pila de libros, más de los que podré leer en estas vacaciones. Miro sus lomos rápidamente girando para un lado y para el otro mi cabeza: “El país bajo mi piel”, “Rabia somos todas”, “Agudas”, “Los contrabandistas de libros y la epopeya para salvar los manuscritos de Tombuctú”, “Colonización antioqueña y vida cotidiana”, “Una temporada en Tinker Creek” y “Los primeros editores”, quisiera leerlos todos a la vez, leer una página de uno y luego de otro y así hasta armar una historia distinta, ver qué sale. De un libro siempre salen muchas cosas, además de las historias pensadas por un autor. Un libro es más que las hojas que están enumeradas, pegadas o cosidas.
Los libros están hechos de personajes que se han visto y luego se han imaginado de otra forma. Los personajes de los libros han sido de carne y hueso, han vivido mucho más que el fragmento de vida que les corresponde en el relato. Quienes construyen esos personajes han observado sus rostros, han sacado una nariz de aquí, unas orejas de allá, le han puesto un corazón dolido por amor. La vida misma, la cotidianidad es la fábrica de los personajes que luego amaremos en los libros.
Siempre me ha gustado mirar a las personas, leer sus rostros. Celebro con emoción, casi siempre, las casualidades del día a día, y de nuevo recuerdo un fragmento de “Prosas apátridas”, el último libro que leí el año pasado: “En la vida, en realidad, no hacemos más que cruzarnos con las personas. Con unas conversamos cinco minutos, con otras andamos una estación, con otras vivimos dos o tres años, con otras cohabitamos diez o veinte. Pero en el fondo no hacemos sino cruzarnos (el tiempo no interesa), cruzarnos y siempre por azar. Y separarnos siempre”.
Si lográramos ver con más detenimiento al otro y pudiéramos escucharlo un poco, con verdadero interés, estaríamos leyendo un buen libro. Saber que el otro vale la pena por el simple hecho de existir, de cruzarse en nuestro camino, es una señal mágica que no debemos desperdiciar, no importa si es efímero como tantas cosas en esta existencia. Si alguien se cruza en nuestro camino no es una casualidad. Lo importante es que seamos conscientes de que ese instante, ese encuentro ocurre por algo; solo debemos estar atentos a observar y a escuchar para que volvamos a casa siempre con un montón de libros humanos en la mente, y un puñado de anécdotas que nos enseñan qué es la vida y cómo hay tantas distintas a la nuestra. Reconocer la diferencia y la trama de los demás es un regalo precioso, un libro que debemos abrir con más frecuencia.