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Armando Durán / Laberintos: Juan Guaidó después de Davos

 

¿Se reunirán finalmente Juan Guaidó y Donald Trump este fin de semana en Miami? La pregunta, por supuesto, no es para nada insubstancial. En realidad, de ella depende en gran medida el resultado final de su gira internacional de dos semanas, su regreso a Venezuela y el futuro a mediano plazo de 30 millones de venezolanos.

Sin la menor duda, durante la primera etapa de esta vertiginosa travesía por las dos Américas y Europa, Guaidó se anotó triunfos importantes y renovó, al menos en parte, las esperanzas del país en su liderazgo. No significa esto que su gira vaya a tener un efecto directo e inmediato en el desenlace del drama venezolano, pero sí que le permitirá a Guaidó, si la gira termina bien, relanzar su averiado liderazgo y la posibilidad de volver a despertar el interés del mundo y de los venezolanos en el futuro de la democracia en Venezuela.

En todo caso, puede decirse que desde su aparición por sorpresa en territorio colombiano el domingo 19 de enero y se supo que pasaría por Bogotá, no para quedarse, sino para seguir rumbo a la 40ava reunión del Foro Económico Mundial de Davos, el encuentro anual de los grandes poderes políticos y financieros del universo capitalista, al que también asistiría Donald Trump, los venezolanos sintieron que tal vez muy pronto despertarían del letargo al que los condenaron los errores estratégicos y tácticos de Guaidó a lo largo de buena parte del año pasado y su impotencia para prevenir e impedir que este mes de enero la fuerza bruta del régimen despojara a la oposición venezolana de los derechos políticos conquistados democráticamente por millones de electores en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

Todo permitía suponer, además, que Davos sería un magnífico escenario para la presentación de Guaidó en persona ante la comunidad internacional, en compañía nada más y nada menos que de Donald Trump. Ya vimos que no fue así. Por las razones que hayan sido, Trump llegó a Davos el martes, habló y se marchó; y Guaidó lo hizo el jueves. No obstante, la decepción que pudo haber provocado este desencuentro lo compensó Guaidó exprimiendo al máximo otros logros de mucho alcance:

El domingo por la tarde se reunió en Bogotá con el presidente Iván Duque. Al día siguiente analizó la situación venezolana en un encuentro privado de 90 minutos con Mike Pompeo, secretario de Estado norteamericano, y por la tarde los tres participaron en la tercera cumbre de ministros de las dos Américas sobre la lucha contra el terrorismo. El martes viajó a Londres, donde el primer ministro británico Boris Johnson lo recibió por todo lo alto en su despacho del número 10 de la calle Downing. Al día siguiente dialogó largamente en Bruselas con Josep Borrell, ex ministro de Relaciones Exteriores de España y actual jefe de la diplomacia europea. El jueves fue orador de orden en la sesión de clausura del Foro de Davos, ocasión que aprovecho para reunirse con los jefes de gobierno de Austria y Grecia, Sebastian Kurz y Kyriakos Mitsotakis. El día siguiente fue recibido en el Palacio del Eliseo por el presidente francés Emmanuele Macron, y el sábado viajó a Madrid, visita destinada a ser la joya indiscutible de esa primera y relevante semana.

Esta visita a Madrid, sin embargo, comenzó con mal pie, pues el presidente Pedro Sánchez, quien un año atrás fue el primer gobernante europeo en reconocer a Guaidó como presidente legítimo de Venezuela, para asombro de medio mundo, se negó a recibirlo y delegó la tarea en su ministra de Relaciones Exteriores, con una instrucción particularmente ofensiva: el encuentro debía producirse fuera de las dependencias oficiales del Ministerio, en un espacio políticamente ambiguo, en este caso la Casa de América. Una mala manera de materializar la grosera declaración de Pablo Iglesias a la prensa el día anterior, cuando señaló (con o sin autorización de Sánchez) que Guaidó solo era un “importante dirigente de la oposición venezolana.” Juicio que como quiera interpretarse, muestra un radical y decisivo cambio en la política oficial de España ante la crisis venezolana.

En esta ocasión, a Guaidó lo acompañó la buena suerte, porque la inaudita decisión de Sánchez provocó una doble y dura controversia pública. Por una parte, entre los dos ex presidentes socialistas del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, principal agente internacional de Maduro, que se apresuró a felicitar a Sánchez por no recibir a Guaidó, y Felipe González, quien desde su pedestal de gran vigilante guardián de la conciencia democrática de su partido, condenó la conducta de Sánchez-Zapatero acremente. Por otra parte, porque la oposición del Partido Popular, Vox y Ciudadanos a Sánchez convirtió el incidente en causa de una feroz ofensiva contra el gobierno Sánchez-Iglesias. En medio de esta súbita polarización política, Delcy Rodríguez, vociferante vicepresidente de Maduro, protagonizó un escándalo de marca mayor al aterrizar en Madrid a pesar de tener expresa prohibición de ingresar en territorio europeo, como parte de las sanciones que aplica la Unión al actual régimen venezolano. Situación que se agravó súbitamente, al conocerse que José Luis Ábalos, ministro de Transporte pero sobre todo mano derecha de Sánchez desde hace años, se había reunido secretamente con Rodríguez en el aeropuerto.

Esta irregularidad ocupó tres días seguidos los titulares de la prensa española y diluyó por completo las sombras con que el gobierno español quería oscurecer el paso de Guaidó por España. Es decir, que el grosero desconocimiento de Guaidó le salió al gobierno de Sánchez-Iglesias el tiro por la culata. Las fuerzas políticas de oposición a Sánchez reaccionaron de inmediato y han exigido la comparecencia de Ábalos en el Congreso de los Diputados para ofrecerle al país una explicación convincente de lo ocurrido, al tiempo que presentaban una denuncia formal contra el ministro ante la Fiscalía General del Reino. Mientras tanto, Guaidó, en lugar de quedar acorralado y humillado por Sánchez, era recibido con todos los honores por las autoridades municipales de Madrid en acto solemne de bienvenida, en el curso del cual le entregaron las llaves de oro de la ciudad.

De este modo afortunado, en tanto el gobierno español se deshacía en explicaciones vanas para intentar detener a toda costa los múltiples ataques de que era objeto y contrarrestar el hecho de que su política exterior, bajo la influencia del izquierdismo extremo de Podemos, ponía de manifiesto una peligrosa fragilidad, Guaidó viajaba a Ottawa. El lunes por la tarde se reunió allí con el primer ministro Justin Trudeau, uno de sus más sólidos aliados fuera de Venezuela, pero el martes, al concluir su reunión con el canciller canadiense, quizá para expresar su solidaridad con Trudeau, cometió la imprudencia al declarar a la prensa que “las gestiones que ha hecho Canadá ante algunos países, incluyendo a Cuba, han sido muy positivas para facilitar la transición de Venezuela hacia la democracia.” Afirmación que no le debe haber agradado para nada a Trump y que por supuesto generó un fuerte rechazo por parte de la Venezuela democrática, que enarboló el irrefutable argumento de que el gobierno cubano no puede ser parte de la solución de la crisis venezolana porque es parte fundamental y culpable de ella.

Por ahora resulta imposible calcular con precisión cuáles serán las consecuencias políticas de este infortunado desliz. Sí puede afirmarse que esa rueda de prensa ha sido el último punto conocido de la agenda de Guaidó esta semana. De ahí que se perciba que por culpa de su declaración de esa agenda se eliminó su previsible visita a Washington, donde sin duda se reuniría con Luis Almagro y probablemente con Donald Trump. Por otra parte, no tener noticias de nuevas actividades, permite suponer que en efecto ha surgido “algo” que ha distanciado a Trump de Guaidó. Sobre todo, porque el miércoles por la noche el equipo de Guaidó divulgó la noticia de que antes de regresar a Venezuela se produciría el sábado primero de febrero en Miami una reunión de Guaidó con la diáspora venezolana. O sea, que a Washington ciertamente no iría. Y como nada más se dijo sobre sus actividades en Estados Unidos hasta que el jueves por la noche se informó que el encuentro de Guaidó se celebrará a las 2 de la tarde del sábado en el Centro de Convenciones próximo al aeropuerto de Miami, se pensó que tal vez allí se produciría el encuentro de los dos personajes.

Sin embargo, no se dijo ni una palabra más. Ni sobre la reunión ni sobre otras actividades de Guaidó. Y hoy viernes, mientras escribo estas líneas, el silencio y la invisibilidad de Guaidó continúan marcando las horas de su gira. Eso sí, a medida que pasan los minutos sin otras informaciones sobre Guaidó, cobran fuerza dos dudas apremiantes. Gracias al hecho de que este fin de semana Trump y Guaidó van a coincidir en Miami, ¿se reunirán al fin? ¿O Trump sencillamente regresará a Washington sin verse con Guaidó?

Si en efecto se reúnen este fin de semana en Miami, Guaidó habrá culminado su gira internacional con broche de oro y podrá emprender su viaje de regreso a Caracas, orgulloso de cargar sobre los hombros de Maduro el inmenso peso que encarna ese ostensible espaldarazo del gobierno de Estados Unidos a la causa que representa Guaidó. Un golpe letal, que le impedirá a Maduro seguir alimentando la esperanza de neutralizar definitivamente el desafío Guaidó. En cambio, si Trump, por la imprudencia de Guaidó en Ottawa con respecto a Cuba, o por otras razones, decide no verse las caras con Guaidó, el no-encuentro de ambos transmitiría el devastador mensaje de que Guaidó, a pesar de sus victorias pasadas y presentes, habría perdido el respaldo de Trump. Valga decir, que si Guaidó no consigue reunirse con Trump, al margen de lo que puedan hacer y decir él y su equipo, el porvenir de su Presidencia interina no podría ser peor. Una circunstancia que sin la menor duda también haría muy difícil, casi imposible, su retorno a Venezuela.

Un final de la gira, lamentablemente,sin final por ahora.

 

 

 

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