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El fetiche de lo ‘natural’

No hay nada inherentemente bueno o malo en lo ‘natural’.

Un laboratorio de la Universidad Industrial de Santander reportó rastros del fármaco diclofenaco en un popular antiinflamatorio naturista, lo que produjo un debate sobre la calidad de las drogas que se venden en el país y la eficiencia de los entes de control para regularlas. Ese debate es necesario. Pero valga la ocasión para cuestionar además el fetiche que existe, tanto en el consumo de fármacos como en el de alimentos, por todo lo que se denomine ‘natural’, una palabra que carece de significado claro.

¿Qué es ‘natural’? La RAE dice que es algo que “está tal como se halla en la naturaleza, o que no tiene mezcla o elaboración”. Pero ni las cosas más simples que consume la humanidad encajan en esa descripción. Una granja agrícola es todo lo contrario de lo que “se halla en la naturaleza”; es el dominio de la naturaleza por el hombre. Las hortalizas que produce son sembradas en líneas rectas, abonadas, protegidas de plagas, cosechadas con tractores, transportadas, empacadas y a veces irradiadas antes de llegar al hogar o a un establecimiento, donde serán objeto de otras transformaciones. Aun si sus semillas no fueron modificadas en un laboratorio, son el resultado de cientos de cruces genéticos para mejorar su sabor, rendimiento, resistencia, etc. Un tomate en una ensalada puede no tener “mezcla o elaboración”, pero no llegó ahí como resultado de un proceso natural o espontáneo. No es casual que el concepto de ‘cultura’ –que es lo opuesto a lo ‘natural’– provenga del término latino para ‘cultivar’.

La fe en la superioridad de lo ‘natural’ supone que la naturaleza siempre es benigna. Es una creencia falsa, casi religiosa. No hay nada inherentemente bueno o malo en lo ‘natural’. Naturales son las frutas y las carnes, pero también el cianuro, el tabaco y el coronavirus.

La fe en la superioridad de lo ‘natural’ supone que la naturaleza siempre es benigna. Es una creencia falsa

El problema, en parte, es semántico. Nadie sabe a ciencia cierta qué quiere decir ‘natural’. La FDA (el Invima gringo) lleva años tratando de precisarlo y aún no ha encontrado una definición adecuada. Para muchas personas, ‘natural’ es todo aquello en lo que no haya intervenido el hombre, pero eso, además de imposible, como ya vimos, implicaría que los humanos somos seres ajenos y aislados de la naturaleza, y no es así: somos mamíferos integrados al ecosistema, que nos apropiamos de él y lo modificamos para nuestros fines, de forma tan natural como un castor construye un dique o una araña teje una red.

La línea que separa al hombre de la naturaleza, si es que existe, que no lo creo, es arbitraria. ¿En qué punto entre la uva silvestre, que luego se cultiva como cepa vinícola, que luego se fermenta para hacer vino, que luego se destila para hacer coñac, que luego se riega sobre un steak a la pimienta para flambearlo, se cruza la raya entre lo ‘natural’ y lo elaborado? ¿En qué punto se pierde la virtud de la naturalidad y se cae en el pecado de lo sintético? ¿En qué momento –como Eva y Adán en el paraíso
primigenio– se comete la transgresión y lo expulsan a uno del jardín naturista?

La frontera, repito, es indefinible. Consideremos el símbolo por antonomasia de lo antinatural: el plástico. Del petróleo proviene esa vilipendiada sustancia. Y este, a su vez, proviene de la transformación ‘natural’ (en el sentido de que el hombre no intervino) del plancton prehistórico. De modo que hasta el material que, más que ningún otro, representa la artificialidad tiene su origen último en la naturaleza.

No podría ser de otro modo, pues, en el sentido más amplio de la palabra (y por tanto menos útil), todo lo que existe es, necesariamente, ‘natural’. Ya volviendo a su sentido habitual, no hay nada puramente ‘natural’ o ‘innatural’ en la esfera humana. Dejemos de adjudicarle propiedades mágicas a tan difusa etiqueta.

 

@tways / tde@thierryw.net

 

 

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