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Una cita con…La apología del androide

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Este miércoles queremos compartir en la sección «Una cita con…», una breve nota del blog «Concupiscencia’  de Gabriela Solís, titulada «La apología del androide.» En ella, se hace referencia a una de mis novelas favoritas de ciencia-ficción: «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?», de Philip K. Dick. Dicho así, el nombre del autor no concite quizá demasiados conocimientos o recuerdos; Dick (1928-1982) fue sobre todo un reconocido (en especial después de su muerte) escritor de ciencia-ficción, pero en las últimas décadas ha alcanzado un mayor reconocimiento y, como afirma el editor Jonathan Lethem «Dick poseía una sardónica, si bien acongojada, agudeza para escribir sobre la condición de estar vivo en el siglo XX, agudeza que lo convierte en el héroe solitario de los lectores que lo admiran.»  

En sus obras se esconden, en muchas y variadas formas, preguntas como ¿qué es lo humano? o ¿qué es lo real?; y en su desarrollo narrativo han probado ser en muchos casos anticipaciones proféticas del siglo XXI. En la ciencia ficción Dick encontró un terreno ideal para dar libertad a una imaginación privilegiada a la hora de pensar nuevas posibilidades, capacidades, mundos alternos incluso, para el ser humano.

Decíamos arriba que el nombre Philip K. Dick no parece de entrada generar memorias o recuerdos, pero quizá si mencionamos algunas de las adaptaciones cinematográficas de sus obras tengamos una mejor idea del talento imaginativo de este escritor norteamericano nativo de Chicago: quince cuentos y novelas suyas han sido llevados al cine (algunos varias veces); destacan, por ejemplo: Minority Report (2002), dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Tom Cruise y Max Von Sydow; Paycheck (2003), de John Woo, protagonizada por Ben Affleck y Uma Thurman; A Scanner Darkly (2006), de Richard Linklater; Next ((2007), de Lee Tamahori, protagonizada por Julianne Moore; The Adjustment Bureau» (2011), con Matt Damon y Emily Blunt; o la serie de este año 2015, producida por Ridley Scott, basada en la laureada novela «The Man in the High Castle» (ganadora del Premio «Hugo»  a la mejor novela de ciencia ficción de 1963), que narra qué hubiera pasado en Norteamérica si los nazis y japoneses hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial. Esta novela está considerada una obra maestra de la «ucronía.» La ucronía es un género literario que se caracteriza porque la trama transcurre a partir de un punto en el pasado en el que algún acontecimiento sucedió de forma diferente a como ocurrió en realidad. Esa línea histórica se desarrolla a partir de un evento histórico extensamente conocido, significativo, o relevante, en el ámbito universal o regional.

Pero la obra más famosa de Dick llevada al cine, ya considerada una de las más importantes películas de ciencia ficción de la historia, es la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, claro, con un título mucho más hollywoodense: «BLADE RUNNER.» Publicada en 1968, los hechos ocurren en una irreconocible Los Angeles del ya muy cercano 2019. La novela trata de un cazador de recompensas que persigue androides (llamados «replicantes») en fuga, en una sociedad post-apocalíptica, donde el estatus deriva del número de animales vivos que se poseen, y la vida religiosa está enfocada en un omnipresente personaje televisivo.

La película, de 1982, es para más de cuatrocientos mil votantes, entre los muy plurales y participativos miembros de la página IMDB (Internet Movie Data Base), la #135 en la lista de las mejores películas. Está protagonizada por el entonces muy de moda Harrison Ford, además de Rutger Hauer, Sean Young y Daryl Hannah. Un trailer con subtítulos:

 

 

Los variados temas del impacto de la tecnología (¿humaniza o deshumaniza?), los experimentos en inteligencia artificial, en especial la posibilidad de replicar seres vivos y sus acciones, están creciendo en popularidad en el cine y la TV, lo cual es comprensible. Entre las producciones más recientes, vale la pena mencionar a la premiada «HER» (2013), con Joaquin Phoenix y Amy Adams, ganadora del Oscar a Mejor Guión Original, y a la estrenada hace poco, también recomendable «EX MACHINA» (2015), escrita y dirigida por Alex Garland, y protagonizada por la actriz sueca de moda, Alicia Vikander, junto a Domhnall Gleeson Oscar Isaac.  Me detengo aquí porque no estamos en la sección de cine del blog, y porque ciertamente el asunto merece un tratamiento más completo en dicha sección en un viernes futuro. 

Para finalizar con nuestro admirado escritor: como indica otro miembro selecto del grupo de grandes autores de ciencia ficción, Ursula K. Le Guin: «No hay héroes en los libros de Dick, pero hay actos heroicos. Uno se acuerda de Dickens: lo que cuenta es la honradez, constancia, amabilidad y paciencia de la gente ordinaria.»

Marcos Villasmil / América 2.1

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La apología del androide – Gabriela Solís

Blade Runner me hizo caer en cuenta de algunos clichés a los que inconscientemente estoy aferrada. Clichés que son cómodos –y que por esa peligrosa comodidad se van volviendo imperceptibles– porque están disfrazados de pensamiento crítico. Pero hay posturas que, de tanto repetirlas, les tomamos afecto. Y el afecto nos vuelve acríticos; o más bien, suaviza nuestra alerta a encontrarle fallas a la idea querida. En este caso particular, se trata del cliché de que la tecnología deshumaniza.

No quiero decir que sea una idea sin fundamentos o que sea una falacia: grandes textos sociológicos, políticos y literarios se han escrito al respecto. Sin duda la alienación provocada por la mecanización del trabajo existe y algo irrecuperable perdió el hombre cuando dejó de ser fabricante de un producto terminado y pasó a poner la misma tuerca mil veces distintas en una línea de ensamblaje bajo el endulzado pretexto de la eficiencia. En aquellos tiempos, la máquina era un intruso, un nuevo actor en escena que no sabíamos si al abrazarlo nos destruiría o nos mostraría el camino hacia la felicidad. Las dos opciones son extremas, pero lo novísimo siempre genera reticencias y entusiasmos igualmente radicales. Hoy, las máquinas no podrían estar más integradas a nuestra vida cotidiana. Muchas veces, ni siquiera las consideramos como un elemento externo o adicional del trabajo, pues ese trabajo actualmente es inconcebible sin ellas (¿alguien se imagina hoy trabajar sin internet y sin computadora?). Más aún, se han convertido en vehículos –y en lenguaje, en el caso más profundo– de nuestros afectos. En una situación tal, parece por lo menos ingenuo seguir abanderando la teoría de la maldad intrínseca de las máquinas.

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Quite an experience to live in fear, isn’t it?

Claro, en 2015 esa reflexión resulta obvia, pero ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es un libro transgresor porque se atrevió a cuestionar estos temas en una época (1968) donde la cara mala de las máquinas no estaba tan desdibujada aún. En el libro, son los androides los que muestran las conductas más típicamente humanas. Y usar una expresión como “típicamente humanas” se vuelve problemático porque si los humanos ya no las practican, ¿cómo llamarlas, entonces? Este problema de lenguaje no es menor: cómo nombramos las cosas refleja cómo entendemos el mundo. Si la forma de nombrar algo cambia, es porque aquello que nombra cambió. Son los androides los que experimentan sentimientos tan complejos como la melancolía, la nostalgia y el miedo a la muerte. Los humanos, en cambio, son una masa amorfa que deambula atontada por calles de un mundo que ha perdido todo color y el único sonido que hay es el ensordecedor ruido de comerciales y patrullas. Ya no hay gozo estético, no hay estimulación de los sentidos. Y las máquinas, los replicantes, en cambio, gozan con la sensación del cuerpo de otro, sufren ante la posibilidad de que sus recuerdos no sean más que archivos implantados. Tienen un intenso miedo de que su experiencia de lo real no compagine con la realidad.

“El exceso de realidad genera la desaparición de la realidad”, dice Paul Virilio. Parece que eso es lo que les sucedió a los humanos del imaginario 2019: tanta velocidad, tantas posibilidades de consumo, tanta información imposible de ser digerida por su magnitud y rapidez, generaron que la humanidad se volviera un ente que ya no se ocupa de construir su realidad, sino únicamente de consumir los patrones en los que ésta ya viene previamente empaquetada y con instrucciones para ser consumida. Si ya no hay un proceso de construcción de la realidad, ¿podemos hablar aún de un sujeto? Los replicantes pelean por sus vidas, se aferran con las uñas a la posibilidad de no morir; los humanos se desplazan por un día gris igual que por el siguiente. ¿Quién es el autómata, entonces?

Virilio también dice que cada avance tecnológico conlleva un accidente. Es decir, algo se pierde (se sacrifica, si nos ponemos trágicos) para ganar esa velocidad que conlleva la tecnología. Por ejemplo, el accidente de la reproductibilidad técnica del arte es la paulatina pérdida de la imaginación. El accidente del WhatsApp es la pérdida de lo sensual de una conversación (las inflexiones de voz, los gestos, un apretón de hombro en el momento de pronunciar cierta frase). ¿Cuál es el accidente en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? No lo sé. He estado dándole vueltas a la pregunta, pero creo que no es pertinente porque Philip K. Dick altera la ecuación. En su propuesta, los humanos están tan vacíos que no tienen nada que perder o sacrificar y la tecnología no representa más una posibilidad de eficientar/acelerar procesos. Dick pone sobre la mesa la idea de que, en algún lejano futuro, la tecnología puede redimirnos: darnos algo en vez de quitarnos. No ya alejarnos de nuestro último reducto de humanidad, sino devolvernos a él. Es una vuelta de tuerca alucinante.

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