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La inexplicada ausencia de Raúl Castro

En la actual situación, solo se pueden aventurar dos posibles respuestas: no puede o no quiere

Aunque desde los medios oficiales nadie ha explicado las razones por las cuáles el general Raúl Castro incumple su obligación de colocarse al frente de la situación generada por la presencia del coronavirus en la Isla, solo se pueden aventurar dos posibles respuestas: no puede o no quiere.

En caso de que no pueda podría deberse a otras dos razones: o está incapacitado (física o mentalmente) o la tarea a la que se dedica es tan impostergable que no puede ahora distraerse con el asunto de la pandemia.

Si el asunto es que no quiere, podría deberse a que no está íntimamente convencido de lo que hacen el presidente de la República y el Consejo de Ministros o a que está teniendo la generosidad de cederle el protagonismo a su relevo.

La Constitución aprobada hace ya un año consagra en su artículo 5 la condición del Partido Comunista como la «fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado». En cumplimiento de este precepto, tenido por fundamental e inviolable, el primer secretario de la organización tendría que estar liderando la política a trazar ante esta tormenta epidemiológica que concita la atención de todos los ministerios y la preocupación de todos los ciudadanos.

La comprensible falta de consenso para aprobar las medidas que pone en práctica el Gobierno, especialmente en lo que se refiere al cierre de las fronteras y a la suspensión de las actividades escolares y laborales, requiere de un liderazgo sólido, no solamente capaz de tomar buenas decisiones, sino de conseguir que sean asumidas por la población.

En una situación de crisis o en la antesala de dicha situación, la desconfianza de los ciudadanos ante las medidas tomadas por las autoridades resulta un factor de riesgo de imprevisibles consecuencias

En una situación de crisis o en la antesala de dicha situación, la desconfianza de los ciudadanos ante las medidas tomadas por las autoridades resulta un factor de riesgo de imprevisibles consecuencias. La ausencia de la persona con mayor autoridad política en el país alimenta esa desconfianza.

Si la militancia comunista llegara a creer que algo se cocina a las espaldas de Raúl Castro, la desobediencia civil podría desbordarse más allá de los límites donde los opositores, o simplemente los inconformes, tienen la acendrada costumbre de manifestarse en contra.

La tendencia a creer que «esto pasa porque Fidel no lo sabe» se traslada hoy a Raúl Castro, sobre todo en ese 20% de la población cubana de la tercera edad donde se concentran aquellos con más riesgo de morir y con mayor inclinación a respaldar el proceso.

¿No puede o no quiere Raúl Castro ponerse a la cabeza de esta crucial «batalla»?

Si no puede, alguien está en la obligación de explicarlo cuanto antes y no solo a los militantes sino a los ciudadanos, que en virtud del mencionado artículo 5 se encuentran en una situación de subordinación legal frente al Partido Comunista.

Si no quiere, entonces le toca a él explicarlo con toda claridad.

 

 

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