Ningún Churchill
Todos intentan parecerse a Churchill, y ninguno le llega a la suela de los zapatos. Me refiero a los gobernantes de hoy, enfrentados a la pandemia vírica que no respeta a grandes ni pequeños, ricos ni pobres, comunistas ni capitalistas. Por cierto, ¿se imaginan ustedes la que hubiera armado la izquierda si el Covid-19 se hubiera originado en Estados Unidos? Vamos, por lo menos hubiera pedido que Donald Trump fuese juzgado por un tribunal internacional por crímenes contra la humanidad, con más de un comentarista sugiriendo que se había escapado de los laboratorios secretos donde el Pentágono prepara armas químicas, sin faltar quien lo atribuyese a un montaje de la gran industria farmacéutica para vender al mundo el material sanitario contra el virus y, luego, la vacuna contra él. Pero, amigo, surgió en China, ese inmenso y extraño país que practica el capitalismo de Estado, y nadie se atreve a echárselo en cara, al haberse convertido en superpotencia no sólo militar, sino también comercial.
Aunque les decía que todos los gobernantes adoptan posturas de Churchill para enfrentarse a la gran amenaza. Pero ninguno se ha atrevido a lo que aquel hombre del puro y voz tronante prometió a sus compatriotas al encargarse de su destino: «Sangre, sudor y lágrimas». Bien al contrario, todos ellos buscan disculpas por la peste que les ha caído encima, arguyen que nadie se lo esperaba, insisten en que han tomado todas las medidas existentes para defenderse, que, a la postre, se reducen a confinarnos en casa las 24 horas del día. Nuestro Gobierno, el primero. Aunque estuviera entre los últimos en darse cuenta de la gravedad de la amenaza, que ha querido encubrir con lo que llama «hibernación» de nuestra actividad productiva, o sea, congelarla, fiel a su táctica de poner nombres exóticos a las cosas desagradables. ¿Acertará esta vez? Sería la primera, pues viene equivocándose desde el principio. Y si bien es verdad que el evitar las aglomeraciones es el único remedio que hasta el momento ha dado resultado para contener la epidemia, cesar toda actividad excepto la indispensable para la supervivencia recuerda a aquel paisano que, tras acostumbrar al burro a no comer, se lo encontró muerto. O sea, que el remedio puede ser peor que la enfermedad. Y además, haberlo hecho sin consultar a los interlocutores sociales, que era lo mínimo que debía haber hecho. Yo, desde luego, no sé ni siquiera dónde nos encontramos, tal es el barullo de cifras y datos que nos cae encima, contradictorias entre sí. Se ha alcanzado un récord de muertos por día, pero también el de dados de alta. Disminuyen los contagiados, pero aumentan los ingresados en las UCI, rozando algunas la saturación, por lo que se sopesa trasladarlos a comunidades donde sobran plazas, pero allí temen que expandan la epidemia. El punto más débil es el del personal sanitario, cuyas bajas se han disparado. El Gobierno habla de «estabilización». En el «hospital más grande de España», el de Ifema, de caos y falta del material más elemental. ¿A quién creen ustedes?