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Diario de la cuarentena (21): Un puñado de cerillas

Escucho a la misma persona decir las mismas cosas, a veces una y su contraria con una semana de diferencia. Palabras como cerillas. Enciende una, y se consume. Enciende otra, y se consume...

Día número veintiuno de confinamiento. He comprado cinco mascarillas. A tres euros cada una: seis veces su precio original. Son desechables y ligeras como una servilleta. No les encuentro sentido, ni ahora ni antes, pero desde que el Gobierno dice ver cerca el pico del contagio, ha sugerido su uso. Mejor prevenir.

Ayer se fue la luz en toda la urbanización. Desconectada cualquier corriente, la oscuridad amplificó las sirenas y las ambulancias, lo único que se escucha en Madrid cuando llega la noche. Así es la lógica de una vida en la que los días no conducen a ninguna parte. De momento es lo que tenemos. Y menos mal, porque hay quienes disponen de mucho menos.

Escribo esto casi a las tres de la tarde del sábado, día de homilía vespertina, aunque hoy el presidente de Gobierno la ofrecerá más temprano. Le gusta a Pedro Sánchez hablar a la hora de los informativos, convertirse él mismo en una única noticia de 45 minutos. Esta vez, Sánchez comparece para comunicar que se extiende el estado de alarma hasta el 26 de abril, algo que ya sabíamos, pero que sirve para una sabatina más.

Parafraseaba Sánchez a Kennedy y aún no había dado detalles sobre los asuntos concretos: cómo, qué, a quién, cuándo. Respondió, de tapadillo, en el turno de las preguntas filtradas

Nuestros mayores. Nuestros sanitarios. Médicos y médicas. Españoles y españolas. Vosotros, vosotras. Monserga y neolengua, lo usual. Ya parafraseaba Sánchez a Kennedy y aún no había dado detalles sobre los asuntos concretos: cómo, qué, quién, cuándo. Los respondió, de tapadillo, en el turno de las preguntas filtradas. Sí, ésas, las que elige el secretario de Estado.

Miro las mascarillas, mientras escucho a la misma persona decir las mismas cosas, a veces una y su contraria con menos de una semana de diferencia. Palabras como cerillas. Enciende una, y se consume. Enciende otra, y se consume. Y otra más. Y otra. Un cuenco lleno de palabras consumidas. Una pira. Un puñado de cenizas al viento. Eso siento al escucharlo.

Sesenta minutos después, al acabar la alocución presidencial, comienza el informativo. Vuelven los latiguillos: los mayores, los héroes, los balcones, el ingenio….  De la comparecencia de Sánchez, apenas unos totales y esa sensación de que la realidad comienza a ser sustituida por lo que quisiéramos saber y no por lo que está ocurriendo. Sólo eso, palabras consumidas como cerillas. Un puñado de cenizas al viento.

 

 

 

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