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Villasmil: Trenes que llegan a tiempo

 

Un muy querido amigo me envía por Whatsapp una nota –que no trae ni título ni firma- que se inicia así: “hace ya varias decenas de años, conversando con un corresponsal de Le Monde, le hice notar la ausencia –durante los años de la guerra centroamericana- de noticias sobre Costa Rica en Europa. Él me respondió: “On ne parle pas des trains qui arrivent a l’heure” (no se habla de los trenes que llegan a tiempo). Con ello, buscaba afirmar lo que usualmente se dice asimismo de países como Canadá, Australia o Nueva Zelanda. Son naciones que ante las crisis –económicas, sociales, hoy de salud- que azotan cada cierto periodo de años al mundo, lucen mejor preparados; sin alboroto ni ruido, ni primeras planas en la prensa mundial, hacen lo más cercano a lo correcto, a lo posible, e incluso si cometen errores saben cómo enmendarlos sin que las consecuencias sean catastróficas.

El resto de la nota está dedicada a mostrar la manera en que Costa Rica ha enfrentado al coronavirus, con resultados mucho mejores que sus vecinos latinoamericanos, y a dar una entre las diversas y posibles causas que explican esto: la prudente inversión en políticas públicas de educación y salud. Y lo pueden hacer, entre otras razones, porque desde 1948 Costa Rica no tiene ejército. Así que mientras sus vecinos han gastado y gastan miles de millones de dólares en juguetes para sus uniformados (solo en 2018 Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador desembolsaron más de mil millones de dólares), en Costa Rica lo invierten, por ejemplo, en políticas sociales. Costa Rica, afortunadamente, es un “tren que llega a tiempo”, que no se descarrilla, con vagones aceptables, donde los pasajeros pueden viajar confiadamente, sin accidentes graves en las vías. No es un país perfecto, obviamente, pero si lo comparamos con la vecindad (especialmente los casos de Venezuela, Cuba y Nicaragua), ¿cómo no sentir alguna admiración?

Quiero dedicar este artículo a dos conductores de trenes –metafóricamente hablando-, funcionarios electos por decisión popular y que, en medio de esta tragedia del coronavirus han dado ejemplo de ser servidores públicos comprometidos en verdad a servir y velar por sus ciudadanos, en ayudarlos no solo a salvar sus vidas sino a gestionar mejor el encierro. Comencemos por el más humilde de ambos, un alcalde siciliano, Gianfilippo Bancheri, de Delia, con menos de cinco mil habitantes y que ante la mala conducta de sus vecinos decidió subir a YouTube unas palabras en donde les reclamó su conducta: “¿Estresados? ¿Por quedarse en casa, con internet, TV, videos, libros, juegos y alimentos? ¡Estresados estaban nuestros abuelos, que tuvieron que pelear en la guerra!” No falta el humor: “antes de la cuarentena, éramos no más de veinte los que salíamos a correr; ahora resulta que todos quieren entrenar, a pesar de que la última vez que hicieron ejercicio fue en la escuela primaria”. “Sacan al perro y recorren el pueblo, ¿cuántas vueltas tiene que dar un perro para hacer pis?”. “¿Por qué tienen que salir todos los días a comprar una cajetilla de cigarrillos? –no me meto con su vicio- ¿por qué no salen un día a la semana y compran un cartón completo?” Y así les va explicando, con paciencia de hormiga, los errores que cometen, y por qué no deben hacerlos. A punta de ejemplos les señala la diferencia entre egoísmo y altruismo.

 

 

Gianfilippo no fue precisamente “políticamente correcto” ¡al contrario, y menos mal! porque todavía hay gente, con memoria de pez, que no entiende que quedarse en casa es inicialmente la más efectiva protección para uno mismo y para los demás a fin de no ser infectados por el virus.

No sé si nuestro muy sureño alcalde conoce a Winston Churchill, pero con sus palabras -llenas, reconozcámoslo, de crudeza meridional y  siciliana-, me hizo recordar, en parte, el discurso del líder británico en la Cámara de los Comunes, en mayo de 1940, apenas electo Primer Ministro, con su oferta de “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” (blood, toil, tears and sweat”). Uno de los más grandes discursos de la historia, y que duró solo poco más de cinco minutos. Al igual que sucediera con el inglés, sus palabras combinaron sinceridad, empatía y pedagogía: tres palabras hoy mágicas y necesarias.

 

 

Estemos claros: nuestro alcalde está tan asustado como muchos de sus conciudadanos. Pero busca transmitir coraje y esperanza, tanto individual como colectiva. Esa es su labor ante la emergencia. Les recuerda que cada uno tiene que sacrificarse para que todos sobrevivan, expresión concreta de la solidaridad, con una empatía que es real, no simulada. Gianfilippo probablemente nunca ha tenido asesores de imagen, ni escritores de discursos, ni estrategas sofisticados. Por ello, se nota que su empatía no es fingida ni ensayada, como las de muchos gobernantes que solo desean liderar esfuerzos para mantenerse en el poder.

En la misma liga empática de Gianfilippo está la Primer Ministro de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, quien a diferencia de la mayoría de sus colegas –en especial los europeos- desde el día uno decidió que la desgraciada curva, la del coronavirus, no había que aplanarla, sino eliminarla. Nada de mitigar, y fue muy contundente al respecto con sus ciudadanos. Pero así como ha sido enfáticamente clara en exigir el cumplimiento estricto de la cuarentena, ha mostrado paciencia y empatía para incluso ofrecer desde su casa, de noche, y en ropa informal, respuestas a las preguntas de sus ciudadanos por las redes sociales. Incluso ha dirigido mensajes especialmente dedicados a los niños.

 

 

La población, ante una emergencia, prefiere dirigentes francos, sinceros, como Gianfilippo y Jacinda. «No me disculpo. Este es un momento sin precedentes», dijo Ardern al anunciar las instrucciones a seguir, las cuales describió como «las más estrictas del mundo«. Y parece que están dando resultados.

El mensaje a los padres y niños sobre la Pascua, «Tooth Fairy» (Ratón Pérez), e «Easter Bunny» (el conejo de Pascua):

 

 

 

Una sinceridad unida a la empatía, transmitidas ambas con pedagogía, para en la adversidad ayudar a crecer a sus ciudadanos; que su encierro físico no signifique un encierro en sí mismos, mostrándoles el camino para que objetiven, diferencien y jerarquicen sus intereses.

Todo proceso pedagógico, formativo, implica en sus receptores el conocimiento paulatino de los valores de la realidad (elemento esencial de una vida lograda). Porque la formación del sentido de los valores, de su jerarquía, de la capacidad de distinguir entre lo realmente importante de lo menos, es condición prioritaria para el éxito de todo individuo, así como no se puede ser feliz si no se logra establecer un diálogo interior, esa amistad consigo mismo que permite la amistad sincera con los demás. Soledad y restricciones físicas no tienen por qué significar vacío, hundimiento, desesperación, aburrimiento, inseguridad.

Gianfilippo y Jacinda han asumido la crisis para ayudar a sus ciudadanos a ir más allá de la dependencia ante los estímulos exteriores y materiales. De que su carencia temporal no debe llevar al miedo, o a la apatía. Han enseñado además que la verdadera ciudadanía, en épocas de crisis, implica derrotar al egoísmo.

Porque el bien de mañana solo será posible si vencemos -separados físicamente pero juntos espiritualmente- al mal de hoy. Y lograr así triunfar y ser, como Costa Rica, trenes que llegan a tiempo y cumplidamente a su destino.

 

 

 

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