Ramón Menéndez Pidal, el hombre que sacó brillo a la lengua española
Un documental retrata la figura del padre de la filología moderna en nuestro país
En la primera página de «Cien años de soledad», como inaugurando la mitología de Macondo, García Márquez escribió: «El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), que seguramente no llegó a leer esta novela, entregó su larguísima vida a demostrar lo contrario: que la realidad era tan vieja que había sido llamada de mil maneras distintas, y que todas esas palabras y variantes y acentos formaban parte de nuestra historia, de nuestra esencia. Espoleado por esa certeza, y con una confianza casi absoluta en la sabiduría de la tradición, se lanzó a recorrer España con el oído bien afinado, escuchando a los pueblos, sus romances, sus dejes, anotando sus impresiones, sus teorías, y así hasta acumular una obra mastodóntica que cambió para siempre el rumbo de la filología en este país y, por qué no, también el de su lengua.
Su importancia queda clara en «La historia oculta en las palabras», el documental dedicado a su figura que se estrenó el pasado domingo a las 21:30 en el espacio «Imprescindibles» de La 2. En su hora de duración se acumulan los hitos hasta tal punto de que parece que se está hablando de toda una generación, y no de un solo individuo. Menéndez Pidal, el responsable de desempolvar al Cid, de bautizar el Libro del Buen Amor, de rescatar los romances perdidos de Castilla, de sacar brillo a la tradición para regalársela a la vanguardia… Menéndez Pidal, el pionero que inventó el sistema de archivo en fichas, el filólogo que abrió la puerta a la modernidad, el que instauró el trabajo de campo para contrastar hipótesis, el que promovió las citas con comillas, el que organizó los primeros grandes grupos de investigación, el que recorrió medio mundo celebrando el español… Menéndez Pidal, el marido que en su luna de miel se fue con su esposa a rastrear los caminos de Rodrigo Díaz de Vivar, el hombre que nunca quería dejar de trabajar, el que sufría en el exilio pensando en que su archivo corría peligro por la Guerra Civil.
De sus muchas caras y facetas, esta última es la que más emociona a Sonia Tercero Ramiro, directora del documental. «En su tiempo libre se dedicaba a hablar con la gente del pueblo, para escuchar cómo pronunciaban en las distintas zonas geográficas, por un interés científico. Me parece conmovedor ese acercamiento a la gente más humilde en donde él reconocía la creatividad más original. Es algo poético», comenta al otro lado del teléfono. De hecho, continúa, los romances de Granada los recogió con un alumno de su colega Fernández de los Ríos, que le sirvió de lazarillo en el Sacromonte, pues los gitanos no cantaban esas composiciones delante de los payos. Ese alumno era Federico García Lorca, y esa aparente anécdota es un hecho fundamental para su literatura. «A través de esas visitas Lorca descubre esa tradición oral y recoge la información para el “Romancero Gitano”», afirma Tercero.
Menéndez Pidal buscaba constantemente el contacto con la juventud, pues entendía que en su educación estaba el futuro del país, tal y como repetían una y otra vez los miembros de la Institución Libre de Enseñanza. Por eso lo vemos con 92 añazos ejerciendo de asesor en el rodaje de la legendaria película «El Cid», de Anthony Mann. «Él entendió la dimensión que tenía el cine, que era una herramienta para llegar a las nuevas generaciones, a más gente, a todo el mundo», apostilla la directora.
Los distintos testimonios que recoge «La historia oculta en las palabras» constatan la influencia y la deuda que aún hoy tiene la filología con este ilustre sabio. «Su obra está sujeta a revisión metodológica, porque muchos documentos que manejó hoy creemos que no son fiables (…) Lo que es cierto es que nadie ha sido capaz de crear una construcción alternativa que sustituya a la suya», asevera al final del documental Inés Fernández-Ordóñez, de la Real Academia Española. Quizás eso se deba a que Menéndez Pidal entendió que el mundo era un lugar muy antiguo, y que alguien se tenía que poner manos a la obra y rastrear el origen de las palabras, tratando de llegar hasta ese punto en el que las cosas no tenían nombre y se señalaban con el dedo.