Argentina y (otra vez) el ‘default’
No es posible imaginar hasta dónde se hundirá la economía argentina sin un rápido acuerdo con los acreedores privados y el FMI
Argentina se asoma, una vez más, al abismo del default, el noveno en su historia. Han pasado menos de 20 años desde la última caída, en 2001. El pleno del Congreso aplaudió entonces de pie la cesación de pagos declarada por el fugaz presidente peronista Alberto Rodríguez Saá. La dimensión de la catástrofe económica argentina es hoy similar y, si no media una exitosa reestructuración de la deuda externa, la tercera economía de América Latina no podrá pagar sus compromisos. Sería un error, sin embargo, interpretar esta crisis con las herramientas conceptuales de aquella. Hoy todo es más complicado para Argentina. El mundo ya no paga fortunas por su soja ni su petróleo y no hay ni habrá “viento de cola”. Si quedaba alguna esperanza de crecimiento, aunque sea moderado, se ha esfumado con la pandemia.
El peronismo declaró el default en diciembre de 2001 enarbolando la bandera de la soberanía. No hubo entonces negociación, sino una declaración unilateral de impago. El acuerdo con los bonistas quedó para otro peronista, Néstor Kirchner. El presidente Mauricio Macri criticó con dureza la herencia económica recibida del kirchnerismo, pero al mismo tiempo admitió que el nivel de deuda era muy bajo. Los préstamos llovieron sobre Argentina, hasta que el temor se apoderó de los acreedores, que de un día para el otro cerraron el grifo. El FMI salió al rescate de Macri y le prestó 44.000 millones de dólares. La bola de nieve de la deuda se volvió imparable, e impagable.
El presidente peronista Alberto Fernández recibió de Macri una deuda bruta de 323.000 millones de dólares. A finales del año pasado, los inversores privados tenían en cartera 133.000 millones, de los que 83.000 correspondían a bonos emitidos en divisa extranjera. Hasta finales de 2023, el pago de intereses supondría más de 30.000 millones. Sin aplazamientos, Argentina debería destinar a su deuda externa entre el 17% y el 23% del PIB. Para el FMI, esa ratio no debe superar el 5% para ser sustentable.
El 17 de abril pasado, el Gobierno argentino presentó, finalmente, una oferta de reestructuración. El último intento por evitar el default supone un gran esfuerzo para los acreedores, en línea con el pedido que hizo el FMI a esos tenedores de bonos: reducir en un 62% los intereses y no empezar a pagarlos hasta 2023; en cuanto al capital, Fernández propuso reducirlo un 5% e iniciar la devolución a partir de 2026. La Casa Rosada ya no habla, al menos, de “soberanía”, pero se acerca peligrosamente al abismo advirtiendo de que no hay margen para una negociación. Hay ahora tiempo hasta el 7 de mayo para alcanzar un acuerdo que revierta el rechazo generalizado que ya adelantaron los acreedores, pese a la presión del Fondo y la gravedad de la crisis global que se avecina.
La pandemia lo ha alterado todo. El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Cribe (CEPAL), una oficina dependiente de la ONU, advirtió de que el PIB regional caerá este año un 5,3%, tres décimas por encima del porcentaje registrado durante la Gran Depresión de 1929. Argentina llevará la delantera en ese escenario oscuro, con un desplome del 6,5%, que sumará a las caídas de 2018 (2,6%) y 2019 (2,2%%). La Casa Rosada ha enfrentado la crisis sanitaria con millonarias ayudas a los más pobres y a las empresas en problemas.
Los desembolsos, sin embargo, rondan el 3% del PIB, una porción modesta si se la compara con el 15% de Chile, el 11% de Perú o el 8% de Colombia. El problema argentino es que sin crédito solo puede financiarse con emisión monetaria, con la presión que eso supone sobre la inflación, que ronda el 50% anual. El termómetro del mercado de cambios está al rojo: en el mercado informal, el dólar ha pasado de menos de 90 pesos a casi 120 pesos por unidad en los últimos días. Las circunstancias no podrían ser más complicadas para Argentina.
El plan de crecimiento económico que se exigía a Fernández hoy parece una película del siglo pasado. Argentina ha sumado al peligro de un nuevo default la posibilidad cierta de una crisis económica devastadora, de la que solo emergerá con más pobreza y desocupación y su aparato productivo destruido. No es posible imaginar hasta dónde se hundirá la economía argentina sin un rápido acuerdo con los acreedores privados y el FMI. En el mundo ya se habla de condonar las deudas de los países más pobres, un club al que Argentina, como miembro del G20, no pertenece. Una solución intermedia se avizora inevitable.