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Yoani Sánchez – Días 39 al 40: Cuba debajo de la cama

Si se conmina a tirar la primera piedra el que no se ha zambullido en la ilegalidad para comprar algo, no volaría ni un guijarro

Son días de riesgo para la salud y para la libertad. El oficialismo cubano aprovecha la situación de emergencia por el covid-19 para recortar aún más el derecho a la expresión, pero también para celebrar juicios ejemplarizantes que tienen más de circo que de justicia. En el centro de esa arremetida está el mercado negro, alter ego del castrismo.

Ayer un vecino me avisó que le iba a «caer» carne de cerdo a 47 CUP la libra y traída directamente desde Artemisa. Olí en el aire… no los chicharrones, sino el peligro. «Gracias, pero por estos días no puedo comprar ni un alfiler por la izquierda», le dije tajante, y no exagero. Es rara la noche que en el noticiero no muestren algún caso de desvío de recursos estatales y de incautos compradores condenados a duras penas de prisión.

En un país sumido en la economía clandestina buena parte de la población está involucrada en actos de este tipo, aunque no lo confiese

Ese tema gana espacio informativo en la medida en que los productos escasean y las colas para comprar comida crecen, con el aparente fin de restar responsabilidad en el desabastecimiento a las autoridades y ponerla sobre los hombros de unos pocos ladrones y mercaderes informales. Sin embargo, en un país sumido en la economía clandestina buena parte de la población está involucrada en actos de este tipo, aunque no lo confiese.

Recuerdo que las primeras expresiones para moverme en el mercado negro las aprendí antes de los diez años. Si alguien decía que tenía «tres metros de tela roja», ya sabía que estaba ofreciendo tres libras de carne de res. «Me surtieron harina», avisaba una vecina cercana cuando le llegaba la leche en polvo, y «me ha salido un hormiguero feísimo en la casa» era el código que tenía otra para anunciar que estaba vendiendo café.

Metáforas y símiles enmascaran un mundo con el que los cubanos hemos convivido por décadas y del que no podemos separarnos. En nuestra existencia, el protagonismo del mercado negro es tal que resulta casi imposible encontrar a alguien que pueda alardear de nunca haber recurrido a esas redes informales. Si se conmina a tirar la primera piedra el que no se ha zambullido en la ilegalidad para comprar algo, no volaría ni un guijarro.

Cada cierto tiempo, la Plaza de la Revolución la emprende contra esa Cuba profunda donde se vende desde medicamentos hasta calificaciones para pasar de grado. Son vueltas de tuerca cíclicas que dan la impresión de que «hasta aquí» han llegado los comerciantes informales y el desvío de recursos estatales, pero que apenas logran mover un poco la superficie de las aguas de un submundo que tiene en esta Isla la profundidad de un océano.

En medio de una de esas ventoleras vivimos ahora, así que hay que redoblar los cuidados.

Una amiga me contó que llamó a un vendedor ilegal de detergente que la había salvado en crisis anteriores. «Estoy debajo de la cama hasta que pase la pandemia», respondió el comerciante, entre la broma y el temor. La frase me gustó porque en medio de todas estas tensiones se ha perdido bastante ese humor popular que logra burlarse hasta de la muerte. Imaginar a todo un pueblo escondido debajo del colchón me arrancó una sonrisa en medio de la ardua tarea de buscar comida.

Imaginar a todo un pueblo escondido debajo del colchón me arrancó una sonrisa en medio de la ardua tarea de buscar comida

Mientras esperaba a las afueras del mercado del Ejército Juvenil del Trabajo cercano a mi casa me imaginé a 11 millones de personas apretadas en el estrecho espacio debajo de un camastro. Conteniendo la respiración y mirando como unos pies calzados de bota y con pantalón militar recorren la habitación en busca de todo aquel que haya comprado al menos una aspirina ilegal.

Me tocó el turno para entrar al mercado y seguí desvariando con la escena. Alcancé unas zanahorias, remolachas y un paquete de alpiste para pájaros. A nuestra terraza vienen a comer con frecuencia palomas, totíes, algún que otro sinsonte y los pequeños gorriones. Al menos ellos tendrán los próximos días su alimento garantizado, sin tener que sumergirse para ello en las peligrosas aguas del mercado negro.

 

 

 

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