Carmen Posadas: El dedo mágico
El analista de datos Seth Stephens-Davidowitz sostiene en su libro Todo el mundo miente que Google funciona como un confesionario al que recurre la gente para aliviarse de sus más íntimos temores, también para confiar sus pulsiones más secretas. En consecuencia, Google es también el fiel termómetro de todas nuestras preocupaciones, alegrías, ansias y aspiraciones. Máxime en estos meses de encierro, cuando se ha convertido en nuestra única ventana al mundo exterior y el modo de relacionarnos con otros que no sean nuestros directos allegados. De este modo, averiguar cuáles son las búsquedas más habituales en Internet y calibrar las que han aumentado de forma notoria configuran un retrato robot casi perfecto de cómo somos en este momento. ¿Qué pasó dentro de la cabeza de la mayoría de nosotros durante el mes de abril? Las búsquedas en Internet delatan, por ejemplo, que la palabra ‘ansiedad’ aumentó un 70 por ciento con respecto al mes anterior. Lo mismo ha ocurrido con los términos ‘claustrofobia’ y ‘pesadilla’, que subieron un 50 por ciento, mientras que ‘no puedo dormir’ se disparó hasta el 88 por ciento. Tengo que decir que esta es la parte del estudio en la que me veo más reflejada. No he tecleado ninguno de estos dos últimos conceptos para que San Google me aconseje o consuele, pero desde el encierro duermo fatal y tengo unas pesadillas con las que Hitchcock podría haber rodado un espléndida secuela de Vértigo, de Recuerda o, mejor aún, de Psicosis. Otras de las palabras más buscadas estos días han sido ‘soledad’, que creció un 30 por ciento, y ‘separación’, que se disparó hasta un 66 por ciento. El término ‘separación’ es un poco ambiguo, porque uno no sabe si se refiere a la pena de estar separados o, por el contrario, al deseo de estarlo. El confinamiento ha puesto a prueba a muchas parejas y, en la ciudad de Wuhan, los divorcios, una vez acabado el encierro, se multiplicaron de forma alarmante. Ya veremos qué pasa aquí, pero de momento se sabe que las consultas a la palabra ‘divorcio’ han crecido un 37 por ciento, un nivel comparable con el que suele haber en el mes de septiembre, período reconocido por los psicólogos como en el que se producen más rupturas.
Pero las búsquedas en Google no solo reflejan efectos emocionales negativos. También radiografían cómo la gente busca entretenerse, ponerse en forma, aprender cosas nuevas, etcétera. La palabra ‘yoga’, que ya antes era muy buscada, ha doblado en un solo mes su número de consultas y lo mismo ha ocurrido con ‘gimnasia en casa’, ‘Pilates’ o ‘aprender inglés’. Otras búsquedas que suben mucho son todas las relacionadas con el ocio infantil. Si en el mundo precoronavirus los niños no sabían jugar solos porque los progenitores modernos estaban tan hiperpendientes de sus criaturas que se veían en la obligación de organizar mil y una actividades para demostrar qué padres tan entregados eran, ahora, con una convivencia mucho más estrecha y prolongada, se han relajado. Se han vuelto más parecidos a los padres de antes, que dejaban que los niños se entretuvieran solos en vez de orbitar alrededor de ellos como satélites tutelares. Por eso, las búsquedas en Internet denotan un regreso a los juegos de toda la vida cuyas reglas los superpapás actuales deben refrescar para ver cómo demonios era aquello del pañuelo escondido, las prendas o las canicas y ahora juega tú solito, niño, que yo tengo que teletrabajar. Y me parece muy sano que tengan que buscarse la vida, porque al menos la pandemia nos ha traído eso de positivo, niños menos sobreprotegidos y, por tanto, más imaginativos y autónomos. Otro dato significativo que recoge este estudio es que la búsqueda ‘los mejores libros’ se triplicó solo en un mes. Este es, sin duda, mi dato favorito. Me parece muy redentor saber que el maldito virus está sirviendo para que la gente descubra lo que ya sabíamos de siempre nosotros, las ratas de biblioteca. Que es posible viajar, reír, gozar, enamorarse, estremecerse, soñar, convertirse en pirata o reina de Saba, todo esto y mucho más sin moverse de casa y con solo mover un dedo. El que se precisa para pasar las páginas de un libro.