Cómo es el audaz plan de Alemania para recuperar la economía tras el coronavirus y cuál será el rol del estado
“Está claro que todo esto requiere una respuesta audaz”, dijo la canciller Angela Merkel el 3 de junio, cuando presentó el plan de estímulo con el que apuesta a rescatar una economía aplastada por la pandemia y las medidas de aislamiento. Al anunciar una inyección estimada en 145.000 millones de dólares, que representan un 4% del PIB, se convirtió en la primera potencia europea en lanzar un programa que apunta a la recuperación post Covid-19.
A fines de marzo, cuando los contagios y las muertes estaban en ascenso, Alemania también fue pionera en la puesta en marcha de un paquete de emergencia para luchar contra el coronavirus. Su valor total ascendía a 800.000 millones de dólares, y abarcaba desde el reforzamiento de los hospitales y de la política sanitaria, hasta subsidios para ayudar a las empresas a pagar salarios. Sin dudas, fue importante para que el país terminara junio con 9.000 muertes, mucho menos que cualquiera de los otros grandes de Europa.
Ya se cumplieron dos meses del comienzo de la flexibilización de las restricciones sociales impuestas para contener al virus. Si bien se produjeron rebrotes focalizados, como el que afectó a la ciudad de Gütersloh por el contagio masivo en un frigorífico, el promedio semanal de nuevas infecciones diarias se mantiene entre 500 y 600, el doble que a principios de junio, pero una décima parte del pico.
Esto le permitió al gobierno desplazar al menos parte de la atención sobre la crisis sanitaria y concentrarla en la económica. La producción industrial sufrió una caída del 25,3% anual en abril —la mayor desde 1991, cuando la Oficina Federal de Estadística comenzó el registro—, y el sector automotriz se derrumbó un 74,6 por ciento. Los números del segundo trimestre del año serán incluso peores. El Bundesbank (Banco Central) proyecta una caída del PIB del 6% en todo 2020.
El único indicador que no se deterioró tanto es el desempleo, que en mayo aumentó solo de 5,8% a 6,3%, en gran medida gracias al primer paquete. Por un acuerdo entre el gobierno, las cámaras empresariales y los sindicatos, la mayor parte de las compañías pudo mantenerse a flote sin despedir personal. Los trabajadores aceptaron cierta reducción salarial y gran parte del pago fue cubierto por el estado.
Lo interesante tanto de ese programa como del plan presentado para reactivar la economía a partir de julio, es que implican una ruptura con un dogma que caracteriza a la política económica alemana desde hace muchos años: la prudencia fiscal. Ni siquiera la crisis financiera global de 2008 fue motivo suficiente para que Merkel se decidiera expandir sostenidamente el gasto público. Para algunos economistas, que recuerdan cómo la emisión monetaria desbocada llevó a la hiperinflación y al colapso de la República de Weimar —y al posterior ascenso del nazismo—, esa cautela es virtud. Para otros, es una tara que impide que la economía sea más próspera para todos los alemanes.
El otro giro que se está evidenciando es el apoyo de Merkel a una mayor intervención del estado en la economía, que se vio con el millonario rescate de Lufthansa, la mayor aerolínea del país. Ambos movimientos despiertan inquietudes y expectativas, dependiendo de a quién se le pregunte.
En busca de la reanimación
Los 145.000 millones de dólares se destinarán a diferentes medidas. Una de las más importantes es la reducción del IVA, que desde el 1 de julio hasta el 31 de diciembre pasará de 19% a 16 por ciento. Solo eso representará para el fisco una caída de 22.000 millones de dólares en la recaudación. Otra iniciativa que apunta a estimular el consumo de las familias es, por única vez, un bono de 335 dólares por hijo, que se duplicará para padres solteros.
Son incentivos que históricamente dieron resultado para generar cierto repunte económico, al menos en el corto plazo. Pero algunos especialistas dudan sobre su eficacia en un contexto inédito, en el que muchas personas dejaron de consumir por temor antes que por haberse quedado sin dinero. La amenaza latente de una segunda ola de contagios a partir del otoño boreal podría llevar a que muchos prefieran ahorrar en vez de gastar.
“El nuevo plan de estímulos no tiene un blanco muy preciso y alrededor de un tercio se financia con fondos no utilizados en el primer paquete contra el coronavirus. Uno de los componentes más grandes es el apoyo financiero a los hogares y a las empresas para superar las consecuencias de la pandemia. Esto incluye varios recortes fiscales para las compañías, una reducción del IVA, un tope para las contribuciones a la seguridad social, una bonificación de 300 euros por hijo para los hogares y un aporte de liquidez para las pequeñas y medianas empresas. Gran parte de esto no está atado a ninguna condición relacionada con la gravedad de las consecuencias de la crisis”, contó a Infobae Juergen von Hagen, profesor del Instituto de Política Económica Internacional de la Universidad de Bonn.
Además, habrá un fuerte incentivo a la compra de autos eléctricos. Las automotrices y los sindicatos del sector querían que fuera para todos los vehículos, pero se limitó a los ecológicos por pedido de los socialdemócratas, que forman parte de la coalición de gobierno junto a la Democracia Cristiana (CDU) de Merkel, y que temían perder votos a manos de los Verdes.
El Gobierno reducirá también la tasa por la electricidad, que pagan los usuarios residenciales y empresariales para financiar el desarrollo de energías renovables. Compensará la rebaja con un mayor aporte estatal. Y el Estado federal robustecerá las finanzas municipales, asumiendo gastos sociales que actualmente dependen de los gobiernos locales.
Uno de los aspectos más curiosos del plan es que no se limita a buscar un rebote rápido de la economía, sino que mira también al desarrollo de largo plazo. Por eso, incluye un “paquete para el futuro”, que son unos 55.000 millones de dólares destinados a inversiones en áreas estratégicas como la economía de hidrógeno, las tecnologías cuánticas y la inteligencia artificial. Pero muchos creen que estos esfuerzos no son suficientes.
“Las medidas funcionarán exclusivamente si los consumidores e inversores creen en ellas y recuperan la confianza. Es difícil predecir si esto ocurrirá o no. No hay estudios de impacto profundos para ninguna. Es como si un médico prescribiera un medicamento para el que no hay investigaciones. Para la reducción del IVA hay estudios que calculan que ceder 10.000 millones de ingresos fiscales lleva a un efecto positivo de 2.000 o 3.000 millones en el PIB. Pero estos cálculos se refieren a una reducción permanente de los impuestos. Una de solo medio año debería, en el mejor de los casos, tener efectos anticipatorios. Que algunas personas compren un auto a fin de año en lugar de esperar hasta el próximo. El programa descuida los determinantes fundamentales del crecimiento económico alemán: la educación y la formación. No hay financiación para escuelas ni para universidades, ni para investigación”, sostuvo Wolfgang Maennig, profesor de política económica de la Universidad de Hamburgo, en diálogo con Infobae.
Más allá de los elogios y cuestionamientos a las medidas puntuales, los economistas heterodoxos celebran este cambio de rumbo de Alemania. Los más ortodoxos, en cambio, creen que este nivel de gasto solo es sostenible por un tiempo, y que si se quisiera mantenerlo por un período demasiado largo se pondrían en peligro los pilares de un sistema que funciona relativamente bien.
“Creo que hay un amplio consenso, incluso entre los economistas no keynesianos, en que este paquete es necesario. Para Alemania esto es, en efecto, una desviación parcial de su reciente política pública, pero incluso las voces críticas solo dicen ‘ok, debemos hacerlo ahora, pero tenemos que asegurarnos de que en algún momento volvamos a los niveles originales de gasto público’”, explicó Gerd Muehlheusser, profesor de economía de la Universidad de Hamburgo, consultado por Infobae.
Con un PIB de 3,9 billones de dólares, Alemania es la cuarta economía del mundo, detrás de Estados Unidos, China y Japón, y la primera de Europa, superando por más de un billón a Francia, la segunda. Su PIB per cápita de 47.400 dólares la ubica por debajo de algunos países europeos chicos y ricos, como Noruega, Suiza, Irlanda, Holanda, Dinamarca, entre otros, pero entre las grandes economías del mundo solo la superan la estadounidense y la japonesa.
Una de las debilidades del modelo es que en los últimos años aumentó la desigualdad, algo que algunos creen que se podría contrarrestar con mayor intervención estatal. Es cierto que Alemania no tiene los niveles de equidad de Noruega o Dinamarca, que tienen un índice de gini de 0,26 —cuanto más cercano a 0, más igualitario el reparto—, pero tampoco está tan lejos: es 0,29, según la OCDE. En el mismo escalón está Francia, pero en Japón es 0,34 y en Estados Unidos es 0,39. Por otro lado, tiene un índice de desarrollo humano de 0,939, cuarto más alto del mundo. Es la única de las grandes potencias entre los primeros diez.
Alemania consiguió estos resultados siendo muy prudente en términos fiscales. En 2019 tuvo un superávit de 1,4% del PIB, según datos de Eurostat. Dinamarca (3,7%), Luxemburgo (2,2%), Bulgaria (2,1%) y Holanda (1,7%) lo superan, pero todas las demás economías grandes del continente están en rojo. En Francia, el déficit fiscal asciende a 3% del PIB; en España, a 2,8%; en Reino Unido, a 2%; y en Italia, a 1,6 por ciento. De la misma manera, la deuda pública alemana no supera el 60% del PIB, cuando la británica es del 85%, la francesa es del 98% y la italiana es del 134 por ciento.
Si Alemania puede expandir el gasto mucho más que cualquier otro país europeo es porque tiene mucho margen para ampliar el déficit y para endeudarse sin llegar a niveles preocupantes. Las otras potencias continentales, que fueron mucho más golpeadas por la pandemia y que necesitarían un estímulo incluso mayor, no disponen de esa reserva y son ahora mucho más vulnerables.
“Alemania ha mantenido un alto grado de disciplina presupuestaria desde 2012 y esto le ha permitido al gobierno reaccionar rápidamente a la nueva crisis con un programa de estímulo considerable —dijo Von Hagen—. Otros países europeos están en una posición mucho más débil en este sentido. Mi expectativa es que Alemania va a volver a una política fiscal equilibrada poco después de que termine esta crisis, aunque todavía es bastante incierto cuándo será eso. La principal lección del último decenio ha sido exactamente ésta: un alto grado de disciplina en los buenos tiempos es la condición para la adopción de grandes medidas fiscales en los malos tiempos”.
¿Hacia un estado protagonista?
La respuesta germana a la crisis no se limita un incremento del gasto público. El gobierno de Merkel decidió que, al menos mientras dure la crisis, el Estado tendrá un rol mucho más activo en la economía. Un indicio claro fue la creación en marzo del Fondo de Estabilidad Económica, financiado con más de 110.000 millones de dólares de los contribuyentes. Su misión es rescatar a empresas privadas que atraviesen crisis terminales y que puedan ser de importancia estratégica para el país.
“Hay una tendencia mundial, especialmente entre los jóvenes, a creer menos en el libre mercado e incluso en el capitalismo —dijo Maennig—. La percepción es que conduce a una distribución injusta y a inestabilidad económica, y que no logra controlar los problemas ambientales. Hasta ahora, los críticos de la economía de mercado no son mayoría en Alemania, lo que probablemente se deba también al hecho de que el país tiene buenas experiencias ilustrativas con la colapsada Alemania Oriental. Sin embargo, sí son mayoría en algunos estados federales y la conservadora CDU ha asumido ahora incluso algunas de las posiciones de estos críticos”.
El nuevo enfoque del gobierno se puso en práctica con el salvataje de Lufthansa. Si bien estuvo muy lejos de ser una expropiación, porque la firma seguirá siendo mayoritariamente privada, implicó una inversión fuerte por parte del estado alemán, aunque de manera consensuada. El 98% de los accionistas votaron este jueves a favor del acuerdo alcanzado entre la gerencia y el gobierno. Hasta el magnate Heinz Hermann Thiele, principal accionista individual, terminó aceptando, a pesar de sus reparos iniciales.
El Estado inyectará cerca de 10.000 millones de dólares, que le permitirán a la aerolínea compensar las millonarias pérdidas que está enfrentando por el cierre del mercado aerocomercial, como consecuencia de la pandemia. A cambio, el 20% de las acciones pasarán a ser de propiedad estatal, lo que le permitirá al gobierno tener dos lugares en la junta supervisora.
No obstante, las autoridades alemanas anunciaron que no interferirán en el management de la compañía y que solo utilizarán el poder que le da su participación accionaria para bloquear intentos de compra por parte de empresas extranjeras. Además, informaron que su intención es vender ese 20% en 2024, siempre que a esa altura Lufthansa haya vuelto a ser atractiva comercialmente y los ciudadanos alemanes puedan recuperar su inversión.
Aunque el desembarco en la principal línea aérea del país parece una medida transitoria, hasta que pase lo peor de la crisis, hay buenas razones para pensar que en realidad hay un cambio de rumbo más profundo. Peter Altmaier asumió en marzo de 2018 como ministro de Economía con un programa bastante reformista. La prudencia de Merkel y la resistencia del mundo empresarial a cualquier interferencia sobre el mercado puso en el congelador a muchos de sus proyectos, pero la pandemia creó las condiciones para su puesta en marcha.
“Miro estos eventos con preocupación”, dijo a Infobae Kai A. Konrad, director del Instituto Max Planck de Derecho Tributario y Finanzas Públicas. “Muchos han sacado conclusiones erróneas de la crisis financiera mundial. Ha disminuido la confianza en el funcionamiento de la economía de mercado y en el papel esencial de los precios para hacer frente a la escasez de recursos con eficacia. Al mismo tiempo, ha aumentado el impulso político para intervenir y configurar activamente la economía. La pandemia no ha iniciado este cambio, pero puede haber reforzado estas tendencias, probablemente en todo el mundo, y también en Alemania”.
El programa de Altmaier, bautizado “Hecho en Alemania: Estrategia industrial 2030”, propone que suba del 23,4% al 25% el peso de la industria en el PIB, a través de una fuerte inversión pública en sectores clave, como el aeroespacial, el químico, la ingeniería y el equipamiento médico. Su principal preocupación es que, gracias al apoyo de sus respectivos estados, empresas chinas y, en menor medida, estadounidenses, terminen dominando el mercado, desplazando a las alemanas.
En una nota reciente, la agencia Bloomberg decía que Alemania estaba virando hacia una suerte de “capitalismo de estado” a la china. Quizás sea un poco apresurado, porque difícilmente el empresariado y la sociedad civil alemana acepten un nivel de injerencia sobre la economía como el que practica Beijing. Pero no hay dudas de que el Estado va a desempeñar un papel más activo, especialmente en los momentos posteriores a la crisis sanitaria.
“En los ministerios y también en los debates públicos, algunos expertos y asesores académicos conservadores parecen haber sido reemplazados por algunas personas más pragmáticas y menos dogmáticas —dijo Muehlheusser—. Esto también refleja el hecho de que en los círculos académicos internacionales se vea de manera cada vez más crítica el enfoque conservador de Alemania. Pero yo no iría al punto de ver un desplazamiento de la autonomía del mercado hacia un capitalismo de estado. Por ejemplo, el Gobierno dice que se retirará de Lufthansa lo antes posible y que no interferirá en las decisiones de gestión. Creo que todo el país se está moviendo un poco a la izquierda y esto incluye al pensamiento económico, que asigna un gran papel al estado. Pero, en mi opinión, estamos muy lejos de una situación en la que el Estado trate de expulsar sistemáticamente a la iniciativa privada”.
En cualquier caso, el modelo que propone el ala izquierda del gobierno alemán no es el del estado empresario, que gestiona directamente las firmas estratégicas. Como lo muestra el caso Lufthansa, el camino parece ser el del estado inversor, que apuesta por ciertas empresas privadas y las ayuda a crecer, pero sin interferir en su funcionamiento y cuidando siempre el dinero de los impuestos.
“El Estado solo puede dar un empujón (…), pero las inversiones deben provenir de la economía privada”, escribió Altmaier en una columna publicada recientemente en el periódico Welt am Sonntag. En el mismo sentido se expresó Merkel al defender el paquete de medidas: “Necesitamos un programa de estímulo, pero la iniciativa debe venir de las empresas”.