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Dos años después de asumir el mando

Quienes estuvieron en la plaza de Bolívar durante la tarde de aquel 7 de agosto de 2018 recuerdan con claridad la ceremonia en la cual Iván Duque juró como presidente de los colombianos.

Aparte de los actos protocolarios y los discursos pronunciados, también quedó en la memoria de los asistentes la manera en que el cielo bogotano se fue encapotando y en cuestión de minutos las frías ráfagas de viento que bajaban de los cerros derrumbaron parte de la escenografía, mientras los asistentes trataban de protegerse debajo de sus paraguas.

A la luz de lo ocurrido en estos dos años, no faltará aquel que diga que el ambiente tormentoso de ese día acabó siendo el presagio de lo que vendría en los meses siguientes.

Aunque a nadie que se haya puesto la banda tricolor en el par de siglos de vida republicana que lleva el antiguo virreinato de la Nueva Granada le ha tocado fácil, el actual inquilino de la Casa de Nariño se encontró con un desafío inédito: la crisis derivada del covid-19, que además de un saldo creciente de contagiados y fallecidos, ya deja profundas secuelas en materia económica y social.

Si bien la pandemia encaja dentro de lo que se definiría como un evento catastrófico, para este abogado bogotano que ayer celebró su cumpleaños número 44, las turbulencias han sido la constante desde cuando asumió el poder.

Una mirada a las encuestas revela que las calificaciones desfavorables sobre su labor son más la norma que la excepción. La conocida luna de miel con la opinión duró pocas semanas y el repunte de abril pasado, en plena cuarentena para contener el coronavirus, quedó atrás.

Ni aquí ni allá

El camino parecía tortuoso desde un comienzo. La oposición del Centro Democrático al acuerdo firmado por la administración Santos con las Farc en La Habana y el posterior triunfo del ‘No’ en el plebiscito de octubre de 2016 polarizaron a la opinión. Así quedó en evidencia durante la campaña electoral, en la cual las distancias entre amigos y contradictores del proceso de paz se profundizaron.

En medio de la crispación, Duque trató de convencer a propios y extraños de que su deseo era cerrar las brechas entre los colombianos. El tono del discurso el día de su posesión bien podría calificarse de constructivo, pero los llamados a la unión pasaron a un segundo plano por cuenta de las palabras del entonces presidente del Congreso, Ernesto Macías, quien habló con particular acidez en contra del gobierno saliente.

Frente a las cábalas que pronosticaban que la línea dura del uribismo controlaría los puestos claves del Ejecutivo, la respuesta fue la de un gabinete de perfil técnico, joven y en el que por primera vez había equidad de género. La práctica de reservar cargos para aceitar la maquinaria en el Capitolio se reemplazó por la de marcar distancias y dar señales de independencia.

Ninguna de esas actitudes, sin embargo, logró cambiar las percepciones existentes. Para sus antagonistas, el nuevo Presidente no era más que un lobo con piel de oveja, quien más temprano que tarde acabaría mostrando su temperamento sectario. Eso para no hablar de las caracterizaciones propias de las redes sociales, sobre la llegada de un joven inexperto al primer puesto de la Nación, asimilable a una marioneta cuyos hilos serían manejados por Álvaro Uribe.

Más de un congresista del Centro Democrático sostenía en privado que al palacio presidencial había llegado una oveja que así quisiera vestirse a veces de lobo, era realmente…

Curiosamente, en la colectividad fundada por el exmandatario, también las aprehensiones estaban a la orden del día. Más de un congresista del Centro Democrático sostenía en privado que al palacio presidencial había llegado una oveja que así quisiera vestirse a veces de lobo, era realmente alguien a quien no le interesaba poner el espejo retrovisor ni mucho menos premiar al partido político que representaba. Debido a ello, las pullas comenzaron pronto y antes de terminar agosto empezó a quedar en evidencia el refrán según el cual ‘no hay cuña que más apriete que la del mismo palo’.

Sin duda parte del problema es que, efectivamente, el exsenador no se acomodó bien bajo las banderas de la extrema derecha. Una pista sobre sus creencias está en los cuadros del despacho presidencial, en el cual, aparte de la tradicional pintura de Simón Bolívar, se encuentran las de Alberto Lleras, Rafael Uribe Uribe y Darío Echandía, tres figuras liberales de recios principios.

Junto a esos retratos hay un busto de Abraham Lincoln que un anticuario de Washington le regaló a Duque, después de que este le recitara el texto completo del discurso de Gettysburg pronunciado en 1863, cuatro meses después de una de las batallas más cruentas de la guerra civil estadounidense. Tener a quien acabó con la esclavitud en el país del norte al lado del escritorio sugiere que hay la intención de adelantar transformaciones y dejar un legado duradero.

Dificultades prácticas

No obstante, una cosa es arrancar con grandes propósitos y otra es volverlos realidad. Desde el punto de vista político, el Gobierno comenzó con el pie izquierdo, pues no pudo consolidar un verdadero bloque parlamentario. Esa orfandad se notó rápido en el Senado y la Cámara, como quedó en evidencia durante la discusión del proyecto de ley de reforma tributaria o del plan de desarrollo, en los cuales el Ejecutivo perdió el control de los articulados respectivos.

Para colmo de males, los errores autoinfligidos y la falta de estrategia empezaron a pasar cuenta de cobro. Parte del problema puede atribuirse al estilo presidencial, que incluyó desde el arranque largas sesiones del consejo de ministros –de hasta diez horas– en las cuales había muchas intervenciones dispersas y poca línea. Tras cada cita semanal, los mensajes eran tantos que cada asistente los interpretaba a su manera, con lo cual, más que unidad, lo que se vio desde un comienzo fue dispersión de prioridades.

Además, en la Casa de Nariño no había quien llamara al orden a los altos funcionarios, comenzando por el propio mandatario. Incluso, cuando alguien se salía de la fila, la reconvención era de tono menor, con lo cual más de uno aprendió a actuar con impunidad desde el punto de vista administrativo.

Como lo señaló alguien con conocimiento de causa, “una estructura disfuncional en el palacio presidencial condujo a que el gabinete fuera disfuncional”. Si a lo anterior se le agregan tensiones, intereses y ambiciones personales, en vez de equipo lo que aparecieron fue jugadores individuales.

Dicha circunstancia se combinó con una agenda presidencial muy intensa, en la cual lo usual era la presencia de Duque en numerosos actos semanales a lo largo y ancho del territorio nacional. Por contradictorio que parezca, la avalancha de discursos y declaraciones trivializó las apariciones del mandatario, quien empezó a distinguirse por hablar largo y llegar tarde a sus compromisos.

Las equivocaciones de forma no quieren decir que el mandatario deje de hacer la tarea. Quienes han trabajado con él hablan de su brillantez, capacidad de trabajo, conocimiento de los temas y facilidad de expresión. También señalan que es terco, celoso de su fuero, reacio a la crítica y a las ideas de terceros.

Apuestas fallidas

Con el fin de aplacar a los halcones del Centro Democrático se dieron batallas estériles, mientras se prosiguió con la implementación parcial de lo suscrito con las Farc. La polémica con Cuba sobre la presencia de los jefes del Eln en la isla no condujo a nada, fuera de desconcertar a un buen número de países. Tampoco sirvieron las objeciones a la ley de la Jurisdicción Especial para la Paz, en cuyo debate volvió a quedar demostrada la debilidad del Gobierno en el Congreso.

La aparición de Juan Guaidó en Venezuela dio a comienzos de 2019 la impresión de que había una carta ganadora para sacar a Nicolás Maduro del palacio de Miraflores. Con el paso de los meses, esa esperanza se diluyó, ante lo cual Colombia se encuentra en una especie de sin salida frente a una crisis que desembocó en un flujo migratorio sin precedentes.

Y en el plano interno, las tensiones no se hicieron esperar. Tal como lo habían anticipado los observadores, las inconformidades llegaron a la calle, alcanzando su punto máximo en el paro del 21 de noviembre. Más allá de los episodios esporádicos de violencia, la jornada mostró una profunda insatisfacción en la ciudadanía por causas que iban desde el asesinato de los líderes sociales hasta la protección del medioambiente.

Tras un primer intento de negación que se apoyó en teorías de la conspiración, el Gobierno abrió las puertas del diálogo. El ejercicio, lamentablemente, no sirvió mucho, pues solo un puñado de ministros lo asumieron con seriedad, mientras la oposición trató de aprovechar la coyuntura para poner al Presidente contra la pared. Un nuevo capítulo de ese tira y afloja estaba planteado para marzo, cuando la aparición de un virus nacido en China cambió todo de la noche a la mañana.

Resulta paradójico decirlo, pero no hay duda de que la pandemia le dio al Ejecutivo un segundo aire que necesitaba desesperadamente. La sensación de que alguien estaba en control de la emergencia cayó bien entre los colombianos, que cumplieron con juicio la primera etapa del confinamiento obligatorio. Al mismo tiempo, la amenaza le ayudó a una administración dispersa a enfocarse en un solo tema y en un solo mensaje.

Aunque los éxitos de hace tres meses se ven disminuidos ahora que el pico de contagios alcanza nuevos máximos, es incuestionable que haber aplanado la curva en su momento sirvió para que se expandiera la capacidad de la red hospitalaria del país. Es previsible que en unos meses, cuando la emergencia sea de menor nivel, la opinión reconozca lo conseguido.

Lo que falta

A pesar de ello, el reto que le queda a Iván Duque es de marca mayor. Este consiste en manejar de la mejor manera posible la peor crisis económica en la historia de Colombia, al menos desde la separación de Panamá en 1903.

En palabras de Sandra Forero, la presidenta del Consejo Gremial Nacional, “es fundamental que las acciones del Gobierno tengan entre sus prioridades la generación de empleo formal como base del bienestar, la protección social de los trabajadores, la sostenibilidad del tejido empresarial y la recuperación económica como objetivos centrales de la política pública”.

Aparte de que equivocarse prolongaría el sufrimiento de millones de familias que han sentido un profundo deterioro en su calidad de vida, lo que está en juego va mucho más allá de lo que dura un cuatrienio. El mayor riesgo es que un candidato populista se imponga en las elecciones de 2022 y el país entre en el círculo vicioso de recetas fallidas que están en boga en varias naciones latinoamericanas.

Es fundamental que las acciones del Gobierno tengan entre sus prioridades la generación de empleo formal y la protección social de los trabajadores

Ponerle freno a ese destino exige un estilo de administración distinto, una recomposición del equipo gubernamental y un sentido autocrítico. Cambiar de partitura no será fácil y menos para Duque, quien piensa que el principal problema es de falta de comunicación de los logros de la administración, habla mucho más de lo que escucha y se resiste a cambiar a sus colaboradores.

“Lo único que ayudaría al Presidente para poder salvar su capítulo en la historia sería un timonazo que le permita recuperar un liderazgo que en la práctica no ha tenido porque no ha puesto la agenda”, dice el columnista Héctor Riveros. “Eso requiere un acuerdo político, buscar incluso a sus opositores y ponerse unos propósitos realmente transformadores, aprovechando la crisis”, añade.

Salir de la burbuja de la Casa de Nariño es más complicado ahora, en tiempos de distanciamiento. Pero una demora en reaccionar puede llevar al Gobierno a la misma intrascendencia que hoy caracteriza las apariciones en televisión todas las tardes, a las seis, cuando los mensajes son los mismos, así cambie el invitado de turno.

Evitar que el desenlace sea el de un final lánguido, pasa por llegar a entendimientos con la participación de múltiples actores, todo con el fin de proponer reformas que le devuelvan a la población tanto esperanza como confianza. Si ese no es el caso, los vientos huracanados del día de la posesión presidencial seguirán soplando, para terminar con un país más polarizado, inestable y desigual que el que Iván Duque recibió al comienzo de su mandato.

RICARDO ÁVILA
Analista sénior
Especial para EL TIEMPO

 

 

 

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