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Ramón Peña / En pocas palabras: Hambre rentable

“¡Convertiremos a Venezuela en un país exportador!” proclamó el Golem gobernante, cuando anunciaba orgulloso que, (supuestamente) “por primera vez desde 1900 exportamos carne,” al enviar 3 mil 700 reses en pie a la República de Irak.

Tan auspiciosa proclama debemos acogerla, sin embargo, con la credibilidad que merece quien asumió la presidencia en 2013, cuando las exportaciones del país sumaban 88.8 millardos de dólares y bajo su administración mermaron, en caída libre, hasta reducirse en este 2020, a menos de 2.0 millardos de dólares.

Su fantasioso pronóstico no es lo más grave. En la década de 1990 nuestro rebaño bovino alcanzaba a 16 millones de reses, hoy, gracias a las expropiaciones, asedio y destrucción de fincas, se ha reducido a 9 millones y debe atender una población humana bastante más numerosa. No obstante, ese rebaño resulta hoy excesivo porque el salario del venezolano no es suficiente para adquirir carne y otras proteínas básicas. Un kilo de carne vacuna equivale a más de dos salarios mínimos mensuales. Su consumo se ha reducido de 17 kilogramos per cápita anual a solo 4 kilos. Hay carne y leche en los anaqueles porque solo pocos ciudadanos pueden comprarlas.

Racionalmente, los excedentes para exportación de un producto vital, como la carne vacuna, se constituyen luego de satisfacer la demanda doméstica  con la producción nacional. Pero el razonamiento mercantilista del régimen le sugiere otra cosa: en lugar, por ejemplo, de un subsidio oficial que permitiría mayor acceso de la familia venezolana al consumo de esta proteína, aprovecha la oportunidad para venderla en el exterior: se la paga a los ganaderos al precio controlado de $0.85 el kilo, y la vende a la remunerativa cotización internacional…

La sapiencia revolucionaria ha descubierto que el hambre también puede ser rentable.

 

 

 

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