La improvisación de AMLO ante la ONU
La improvisación que deriva en palabrería inconexa o vergonzosa es sinónimo de inaceptable descuido e indolencia.
El presidente de México ha dicho muchas veces que una de sus prioridades es cuidar la investidura. Lo ha usado como pretexto para no hacer cosas que, a su parecer, degradan la estatura de la Presidencia de México.
La categoría, definida solamente por el propio Andrés Manuel López Obrador, incluye, por ejemplo, reunirse con familiares de víctimas de la violencia (degrada la investidura), pero no incluye reunirse con beisbolistas o boxeadores (no degrada la investidura).
Sabrá Dios cómo define López Obrador qué es digno del presidente de México.
Es curioso, sin embargo, que su obsesión por proteger la imagen de la Presidencia no se extienda a la imagen de México en el exterior, comenzando por la que proyecta él personalmente.
El miércoles, López Obrador compartió en redes sociales su largo discurso para la asamblea virtual de Naciones Unidas. Al presidente se le ve desaliñado, incómodo y mal encuadrado por la cámara, con la corbata chueca y el cuello de la camisa mal puesto. Todo esto es lo de menos (aunque tampoco es un asunto menor).
Lo realmente importante es el discurso. Como lo hace cada mañana y prácticamente a cada oportunidad, López Obrador decidió improvisar su discurso (una excepción, curiosamente, fue su discurso frente a Trump en la Casa Blanca). Y se notó. Escúchelo de nuevo, lector. El principio no tiene pies ni cabeza y lo siguiente no fue mucho mejor. Sin darse cuenta, quedó en ridículo al tratar de explicar la inexplicable no-rifa del no-avión presidencial. ¿Alguien habrá entendido a lo que se refería?
En otro momento, el presidente se ufanó de la importancia de Benito Juárez. Para confirmarlo, recurrió a una anécdota que le gusta: el padre de Mussolini –dictador fascista italiano, aliado de Hitler– lo bautizó como Benito en honor a Juárez.
¿En qué universo le parece adecuado al presidente de México decir semejante cosa, mucho menos en ese escenario? Más importante todavía: siendo un presidente al que le importa tanto, pero tantísimo cuidar la investidura, ¿por qué no prepara sus palabras y las somete, como cualquier jefe de Estado racional, a un grupo de asesores internos que le ayuden a decidir qué es correcto decir frente al mundo y qué es, por decir lo menos, contraproducente?
La improvisación es, casi siempre, sinónimo de holgazanería. La improvisación que deriva en palabrería inconexa o vergonzosa es sinónimo de inaceptable descuido e indolencia. En representación de México frente al mundo, ni más ni menos.