Último debate: victoria por puntos…
Este jueves 22 de octubre se realizó el segundo debate (misericordiosamente, el último) entre Donald Trump y Joe Biden, en una campaña electoral que sin duda califica como una de las más extrañas, accidentadas, polarizadas y violentas -desde todo punto de vista- de la democracia norteamericana. No es poca cosa tal calificación, dado que la historia nos trae otras muestras interesantes, como las elecciones de 1864, que el presidente en funciones (y candidato victorioso), Abraham Lincoln, decidió que no se suspendieran, a pesar de que el país estaba en plena Guerra Civil (buen ejemplo para esos gobernantes latinoamericanos que buscan cualquier excusa para posponer las consultas a la gente cuando no les convienen). Un dato curioso: el contrincante derrotado por «Honest Abe» fue George McClellan, a quien Lincoln había destituido de su mando como mayor general en las tropas norteñas. La victoria fue muy amplia: 55% – 45% en porcentaje de votos populares, pero en el Colegio Electoral lo fue más aún, 212-21.
Volviendo a 2020, estaba previsto que fueran tres debates, pero entre el coronavirus que afectó a Trump y su rechazo de las condiciones escogidas para realizar el segundo debate, este último tuvo que suspenderse.
Al recordar el debate previo -el primero- tumultuoso y caótico, seamos sinceros con los candidatos y, ante la incompetencia de ambos, demos como ganadora del mismo a Eris, la diosa griega de la discordia y amante del caos, de quien hará referencia Homero, en La Ilíada, con estas palabras:
«Discordia, insaciable en sus furores (…), penetrando por la muchedumbre, arrojó en medio de ella el combate funesto para todos y acreció el afán de los guerreros».
Ella es, por cierto, la de la famosa manzana (de la discordia, claro).
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Este segundo debate se realizó en Nashville, Tennessee, en la Belmont University, y fue moderado por Kristen Welker, periodista de NBC News (sin duda alguna lo hizo mucho mejor que su colega del primer encuentro, quien seguramente está todavía recuperándose, y bajo tratamiento psicológico). Debatieron por algo más de hora y media, sobre seis temas (15 minutos cada uno): COVID-19, la familia norteamericana, temas raciales, cambio climático, seguridad nacional y liderazgo.
«Cada quién es cada cual«, es un viejo y sabio dicho. Cada uno de nosotros observa los debates a su manera, según su experiencia e interés. Algunos de los auto-denominados expertos los observan como si fueran fans de las carreras de Fórmula Uno: a la espera de las colisiones (estas últimas preferiblemente autoinfligidas).
Otros, más fanáticos del boxeo, se acuerdan de Cassius Clay (posteriormente Muhammad Ali); a sus peleas la mitad de las personas iba a verlo ganar, la otra mitad, a ver si lo noqueaban.
Repitamos que a esta altura, con Trump teniendo que lidiar no con una, sino con dos campañas electorales -la propia, y la de su rival, quien simplemente se ha limitado a esperar los errores trumpianos, decir algunas cosas más o menos obvias e inofensivas, y mantenerse aproximadamente sano-, las cosas lucen muy complicadas para el campeón defensor, aunque no está la masa para bollos asegurados. Ya decían lo mismo en 2016, y miren lo que pasó. En todo caso, no debe existir un dirigente Demócrata que duerma sus ocho horas diarias al recordar la debacle de la catira Clinton.
La campaña ha dado tantos vuelcos que el sonsonete Republicano de llamar a Joe Biden «Sleepy Joe», le está conviniendo al Demócrata. Hace recordar el sobrenombre que le pusieron a los seguidores de Rafael Caldera en la campaña electoral de 1993: «el chiripero». Al final nadie ha visto unas chiripas, o sea unas mini-cucarachas (« Blattella germanica», es al parecer su nombre científico) más orgullosas.
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¿Qué pasó en Nashville?
Un consejo para un político normal -y que no funciona con Trump, al contrario- es: «sea usted mismo, sea natural». En cambio, con Biden ha funcionado este: «no meta la pata (demasiado)».
Y eso fue lo que pasó en Nashville…
El comienzo fue muuuy aburrido (para colmo, no había juego de béisbol a cuya transmisión huir). ¿La primera impresión? ¡Menos mal que no hay más debates!
Sin embargo, es evidente que fue mejor que el previo (no es que fuera muy difícil superar aquel desastre).
En este encuentro, al contrario que en el primero, hubo menos combate y más dialéctica; Trump fue menos agresivo, pero más mentiroso. Nada que extrañar en ello, salvo que si bien eso le funcionó en 2016 con los votantes indecisos e independientes ¿le funcionará esta vez?
Para sus fans y cheerleaders los candidatos podrían recitar la guía telefónica de Los Angeles en búlgaro medieval y los seguidores respectivos dirían que es La Santa Palabra. Otro asunto es que mientras Trump una vez más le habló esencialmente a su base, el Demócrata intentó mover e impactar la mayoría ciudadana. Trump ha apostado siempre más al estilo que a la substancia; Biden la tenía más fácil: él no se autoinmoló, como su rival, en el primer debate.
En realidad, había que observarlos a la espera de la verdadera noticia radical, de primera plana, cuasi milagrosa: ¿mostraron preocupación sincera por los problemas de los ciudadanos, algún gesto, aunque fuera mínimo, de empatía, respetaron el sentido común de las personas? ¿O las trataron como si fueran parte de un rebaño listo para el matadero?
En ese punto, fundamental, Joe Biden logró una clara ventaja.
Como lo hizo también con la pandemia, la cual Trump sigue tratando como una molestia que se irá pronto. Lo viene diciendo desde hace meses...Afirmó que lo de recomendar ingerir lejía para combatir el virus era solo una broma (el problema es que existe el video, y sorry, mate, but that isn’t true); asimismo es increíble que sobre su principal problema electoral, el coronavirus, no haya ofrecido un real arrepentimiento por los gravísimos errores cometidos. Era lo que le convenía. Más bien llegó a afirmar que varios colegas, Jefes de Gobierno, lo habían felicitado por sus logros en el combate contra el virus (!!!!). ¿Quiénes? No mencionó a nadie…
Además, señaló que «en cuestión de semanas» (???) habrá una vacuna, que será rápidamente distribuida. Luego, presionado, rectificó y dijo que estaría lista «antes de fin de año». Probably wrong again.
Su muy repetido mensaje, para explicar las más de 200.000 muertes en su país, de que «se esperaba que murieran más de dos millones», es manifiestamente falso, se lo han dicho muchas veces, pero él insiste. Además, usar semejante argumento es moral y éticamente inaceptable en un presidente democrático.
Una de los mejores jabs de Biden fue cuando Trump afirmó que «estamos aprendiendo a vivir con el virus«; la respuesta de su rival: ¿a vivir con él? ¡será a morir con él!!!
Por último, en este, el tema más importante para los electores, (por razones obvias), Trump mostró una vez más que no entiende la relación entre combatir la pandemia y abrir la economía; no se trata de escoger entre ambas, sino de combatir eficazmente la primera para poder entonces reiniciar la segunda. Como han hecho, por ejemplo, Angela Merkel y Jacinda Ardern. (Trump: “We have to open our country, we’re not going to have a country.” Biden: “I’m going to shut down the virus, not the country.”)
Todos los jefes de Gobierno exitosos frente al virus lo han entendido; los que han fallado, no.
En el tema de los migrantes, y los niños cuyos padres no aparecen, Biden tachó de “criminal” la política de separación de familias migrantes, mientras que Trump defendió que su Gobierno “trata muy bien” a los 545 niños cuyos padres todavía no ha localizado después de implementar esa medida de separación (en realidad no es la administración, sino organizaciones de derechos humanos las que los atienden…)
“Es algo criminal (…). Hace que seamos el hazmerreír del mundo y viola todo los conceptos de lo que somos como nación”, dijo Biden.
Cuando Trump afirmó que su rival había recibido dinero del exterior, a través de su hijo Hunter, Biden, luego de negarlo tajantemente, replicó con el más reciente descubrimiento en las declaraciones de impuesto de Trump: El empresario-presidente tiene una cuenta en un banco de China.
Repito esta pregunta que hice sobre el primer debate: la estrategia de Trump, ¿es iniciativa propia, o sus asesores la aprueban? No puede ser que en un tema tan humanamente delicado como es la pandemia,Trump insistiera en hablar de «estados azules» (gobernados por Demócratas), y «estados rojos» (con gobernadores republicanos) para repartir felicitaciones y críticas. Aquí también Biden se apuntó otro jab: él desea ser el presidente de todos los norteamericanos, no solo de una fracción.
¿El mayor error de Biden de la noche? Su comentario de que él buscará la transición de la industria petrolera hacia energía renovable (porque la primera es muy contaminante). Las reacciones negativas de algunos miembros del parlamento representantes de estados petroleros no se hicieron esperar.
En política exterior, cuando Trump defendió que era mejor llevarse bien con Pionyang (Corea del Norte), su rival Demócrata replicó: “También teníamos una buena relación con (Adolf) Hitler antes de que invadiera al resto de Europa”.
En el tema de los solicitantes de asilo e indocumentados, Trump una vez más demostró apuntar más a su voto duro que, por ejemplo, a los votantes latinos, al afirmar que «los solicitantes de asilo expulsados que regresaban eran los de cociente intelectual más bajo», mientras que Biden prometió regularizar la situación a los once millones de indocumentados existentes.
Por último: aquellos que esperaban con ansias que los candidatos mencionaran la situación cubana, la venezolana o la nicaragüense (o la de cualquier otro país latinoamericano) se quedaron con los crespos hechos. Una vez más, la realidad es que entre los políticos gringos el sur del continente es visto principalmente como oportunidad para cazar votos.
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Una vez más, nos quedamos esperando una descripción, una articulación más o menos detallada, de la agenda del presidente Trump para un segundo periodo; de nuevo sus ofertas, promesas y presagios sonaron más a generalidades de un candidato opositor que a un presidente que debe defender su gestión y explicar claramente cómo la continuará, qué cambios hará.
Trump repetidamente insistió en enmarcar este segundo debate entre él, un «outsider» fuera de la política (como en 2016), y Biden, «un político del establishment». Perdonen ustedes, pero ¿es que acaso ser presidente de los Estados Unidos no significa tener el cargo más políticamente importante del planeta?
Lo cierto es que el presidente necesitaba que Biden metiera la pata a fondo -no sucedió- y que él, asimismo, le diera un knockout. Tampoco sucedió. El «incumbent» quiso parecerse a Cassius Clay y lució a ratos como Sonny Liston.
A su favor está el hecho de que su comportamiento no fue desastroso como en el primer match, por ello puede decirse que mejoró (quizá, incluso, lo suficiente para que algunos lo vean como ganador del debate). Pero no fue suficiente para hacer lucir mal a Biden, su objetivo central, mucho menos para cambiar la dinámica de la campaña electoral.
Solamente por ello, y por los diversos jabs a su favor que logró Biden sobre el vital tema de la pandemia y de la salud, podría decirse que el Demócrata venció en el debate, por puntos. Una razón adicional: se sabía claramente que Biden no necesitaba desesperadamente ganar, Trump sí. O sea que en materia de expectativas, Biden logró la suya, y Trump no.
Insistamos una vez más: Joe Biden no es un candidato ideal; de hecho ni siquiera es un buen candidato. Pero todos estos meses Donald Trump se ha empeñado en hacerlo lucir muy bien en comparación.
Un tema delicado que fue mencionado, porque el FBI acaba de anunciar una nueva alerta al respecto, es que definitivamente Rusia va a ser un participante ilegal en la elección; no es que lo va a intentar, ya lo está haciendo (como al igual querrán hacerlo los iraníes y chinos). ¿Ello cómo afectará el resultado, la noche electoral, los días posteriores? ¿Cumplirán los republicanos su amenaza de inundar los tribunales en los estados de demandas contra el voto por correo? La palabra incertidumbre luce insuficiente a la hora de intentar describir posibles escenarios.
Lo que sí podemos pronosticar con total seguridad es que en los próximos días la campaña (especialmente en las redes sociales) se hará más sucia y sórdida. Lamentable.
Mientras, ya solo faltan once días para las votaciones; un número récord de ciudadanos ya ha emitido su voto (¡más de 48 millones!). Se espera que voten anticipadamente varios millones más. Los datos iniciales indicarían que los Demócratas están siendo mucho más exitosos en atraer votantes nuevos y votantes «esporádicos«, y que tienen una apreciable ventaja entre los mencionados 48 millones. En Arizona, un swing state, Biden tendría ya 638.000 «early voters«, y Trump 457.000. (El análisis al respecto puede leerse AQUÍ.)
La danza electoral se acelera, y no será fácil -como sucedía con el gran Cassius Clay– seguir sus pasos y coreografías.