COVID-19 v. Salud mental
Que una de cada cinco personas afectadas por el Covid-19 presenta un cuadro de desorden mental que va de la ansiedad y la depresión al insomnio en el trimestre posterior a la enfermedad, es el balance de una investigación de la Universidad de Oxford y un prestigioso centro biomédico de la misma ciudad, que exige acciones urgentes para mitigar el impacto psicológico de la pandemia.
A fin de precisar si el riesgo agregado se debía directamente del virus, los científicos compararon los datos de 70 millones de personas con otras seis condiciones en el mismo periodo: gripe y otras infecciones del sistema respiratorio, problemas de la piel, cálculos biliares y del tracto urinario y fracturas óseas.
El trabajo, publicado en la revista Lancet Psychiatry destaca la casi duplicación de enfermedades mentales en el trimestre inmediato al diagnóstico del virus pero uno de los científicos advirtió que aún son necesarias más pruebas para determinar si existe una relación causa-efecto inmediata entre ambas afecciones y en qué medida influyen otros factores, como el nivel socio-económico, los antecedentes, el tabaquismo y el consumo de drogas.
Y es que según revela el estudio y el sentido común pareciera sugerir, las personas de nivel social más bajo son más vulnerables porque el hacinamiento familiar y precarias condiciones laborales vinculadas a la pobreza incrementan la exposición al virus.
Más búsqueda será todavía necesaria, desde luego, para corroborar la conclusión del estudio que llevó a cabo un equipo de neuropsiquiatras del Reino Unido en más de 40 pacientes del Covid-19 cuyas complicaciones iban del delirio y la inflamación cerebral al daño neurológico y la apoplejía; y esto es urgente, por la carga brutal que sobre todo los ancianos han soportado en estos meses de crisis global.
Porque cada día más voces se alzan para rechazar las medidas de confinamiento reforzado que pretenden yugular la expansión de la peste; como el profesor Didier Sicard, expresidente del Comité Nacional de Etica francés, preguntándose a cuenta de qué valores se reduce la movilidad de los pensionistas de los asilos sin su consentimiento, soslayando la importancia que para ellos encierran los lazos afectivos y sociales, mucho más que no importa cuál seguridad biológica.
Es cierto que se trata de una generación que disfrutó de condiciones de vida excepcionalmente favorables, pero el problema consiste en reducir la contaminación intrafamiliar por otras medidas que las restrictivas y reforzar la protección de las personas con hándicaps, los vagabundos perdidos y abandonados o hacinados en apartamentos microscópicos e insalubres.
Un papel fundamental, dice, incumbe a la comunicación, que ahora es confusa y con frecuencia infantil y debería sustituirse por otra con palabras claras, simples y comprensibles, para dar a la gente la autonomía de decidir y asumir su responsabilidad.
En resumen, hay un lugar para la palabra de los ciudadanos entre los científicos y los políticos, propiciando discusiones abiertas y colectivas y no el género de debates parlamentarios, incapaces para brindar en unas pocas horas una respuesta pertinente.
Y concluye el profesor que es insuficiente el frío y escueto suministro cotidiano de estadísticas fatales para interesar y responsabilizar al público, porque la salud pública es algo más amplio, para estimular la autonomía; no con el miedo que aterroriza e induce a la gente, naturalmente, a encuevarse, sin que ello signifique una mejor protección.
Varsovia, noviembre 2020