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Para la dictadura se avecina una tormenta perfecta

Si el poder no hace cambios, es muy probable una explosión social y si los hace se resquebrajarán sus fundamentos

Transcurridas casi dos semanas desde los sucesos de San Isidro y la protesta frente al Ministerio de Cultura, parece aún demasiado pronto para comenzar a sacar conclusiones, pero creo necesario realizar un análisis preliminar de lo sucedido y compartir algunas ideas.

La reacción desmedida ante la huelga de hambre emprendida por algunos miembros del Movimiento San Isidro parece haber cogido desprevenido al régimen, que evidentemente se sintió sobrepasado por el apoyo que estaban recibiendo estos muchachos. A pesar de la campaña de difamación y descrédito, la solidaridad dentro y fuera de Cuba estaba creciendo cada minuto y no les dejaba margen de maniobra. El hecho de que no se tratara de presos en huelga de hambre, fáciles de ocultar, aislar e invisibilizar, los obligó a buscar un burdo motivo para aplicar la fuerza de manera desmedida y hasta cierto punto improvisada. Muestra de la improvisación es el apagón nacional de redes sociales en el momento del ataque a la sede del MSI, cuando sólo bastaba con apagar algunas radiobases para dejarlos sin comunicaciones.

El régimen no calculó el apoyo silencioso con que cuenta el MSI entre los jóvenes y no creyó en la capacidad de convocatoria y organización de las redes sociales; claro, les resulta imposible entender que las personas respondan espontáneamente a sus iguales, sin necesidad de un líder que los convoque

Cuando parecía que habían logrado acabar con el problema, se enfrentaron con uno mayor: la concentración de jóvenes frente al Ministerio de Cultura a pocas horas del desalojo de la sede del MSI. El régimen no calculó el apoyo silencioso con que cuenta el MSI entre los jóvenes y no creyó en la capacidad de convocatoria y organización de las redes sociales; claro, les resulta imposible entender que las personas respondan espontáneamente a sus iguales, sin necesidad de un líder que los convoque. Creyeron que monitoreando a determinadas figuras abiertamente opositoras era suficiente para saber lo que haría una mayoría de descontentos, lo que les resultó fatal y permitió que un grupo inicial de 40 personas a media mañana, se convirtiera en varios cientos 12 horas después. Todo esto, a pesar del aparato represivo desplegado, que impidió a otros muchos llegar hasta el lugar.

Ante esta situación, que sobrepasaba a todos los supuestos decisores, dígase ministro y viceministro de Cultura pero, sobre todo, ministro del Interior y jefes del aparato de «enfrentamiento», como eufemísticamente llaman a la represión, la única salida que encontraron fue negociar con los manifestantes en aras de lograr un solo objetivo: disolver la protesta. Si para lograrlo debían «dialogar» hasta con los excluidos, estaban dispuestos a asumirlo. Disolver la protesta por la fuerza ante las cámaras de la prensa extranjera no era una opción viable.

 

El régimen no calculó el apoyo silencioso con que cuenta el Movimiento San Isidro entre los jóvenes y no creyó en la capacidad de convocatoria y organización de las redes sociales. (MSI)
El régimen no calculó el apoyo silencioso con que cuenta el Movimiento San Isidro entre los jóvenes y no creyó en la capacidad de convocatoria y organización de las redes sociales. (MSI)

 

A pesar de lo difuso de los acuerdos alcanzados en el diálogo y la incapacidad evidente de verificar los mismos, la dictadura no estaba dispuesta a honrar ninguno, a excepción de permitir a los jóvenes retirarse sin ser reprimidos. Menos de 24 horas después, ya estaban todos sus órganos de propaganda y represión en función del control de daños.

Para nadie es un secreto que los jóvenes que acudieron a la protesta representan diversas ideologías, desde los abiertamente opositores hasta los que se declaran socialistas o revolucionarios (lo que sea que represente eso para ellos), a todos los han metido por igual en el saco de los «mercenarios», llegándolos a tildar hasta de terroristas. El régimen sigue sin entender nada todavía. Si algo positivo tiene esta ceguera es que terminará por convencer a aquellos que aún creen que el «socialismo» y la «revolución» son reformables, de que la única solución es un cambio de sistema mediante el derrocamiento de la dictadura.

A todos los han metido por igual en el saco de los «mercenarios», llegándolos a tildar hasta de terroristas. El régimen sigue sin entender nada todavía

Durante 61 años, esa polarización de algún modo funcionó, convenciendo a todos los inconformes de que la única solución era derribar el régimen y que ese movimiento era imposible. Esa manipulación nutrió todas las olas migratorias que han llevado al exilio a tantos ciudadanos, pero no se han dado cuenta de que el mundo ha cambiado y, aunque no lo parezca, los cubanos también.

Por una parte, con los cambios en la política migratoria heredados del regalito de Obama antes de abandonar la presidencia se cerró la principal válvula de escape para el régimen, mientras que las redes sociales hoy permiten que los cubanos, sobre todo los jóvenes, vean que sus inquietudes y aspiraciones, insatisfacciones y frustraciones son compartidas por la mayoría de sus coetáneos, además de una buena parte de la generación que les antecede. Esa articulación horizontal que permiten las redes sociales abandona los esquemas organizativos contra los que están acostumbrados a lidiar los órganos represivos; de ahí la inoperancia de las formas tradicionales de manejo que demuestran.

Por otra parte, ya los cubanos no están aislados y dependientes de Granma y el noticiero de la Televisión Nacional para saber lo que pasa en el mundo. Han visto a jóvenes como ellos lograr cambios y hasta derribar Gobiernos en otras partes del mundo, han visto el poder de los sin poder. Los jóvenes (y los no tan jóvenes) quieren cambios y saben que pueden lograrlos, como también saben que nadie lo hará por ellos.

No nos llamemos a engaño, la dictadura acumula 61 años de experiencia maniobrando y reprimiendo, sólo que cada vez le queda menos capacidad de maniobra. Saben perfectamente que acceder a los cambios que piden los jóvenes pone en peligro el poder absoluto en que se basa su sistema por una razón muy sencilla y que quedó demostrada 30 años atrás: el socialismo no es reformable. Cualquier reforma que se emprenda, aun las que sean desde dentro del sistema y enfocadas a hacerlo más eficiente, terminan provocando su derrumbe.

Las redes sociales hoy permiten que los cubanos, sobre todo los jóvenes, vean que sus inquietudes y aspiraciones, insatisfacciones y frustraciones son compartidas por la mayoría de sus coetáneos, además de una buena parte de la generación que les antecede

¿Qué salida le queda entonces a la dictadura? Parece claro que la única es reprimir, pero la situación interna y externa no favorece en nada esa solución. En lo interno, el rechazo de una buena parte de la población es más que palpable. El segmento de población más identificado con eso que continúan llamando revolución está básicamente constituido por personas de la tercera edad, con muy pocas (yo diría que casi nulas) posibilidades de equilibrar una balanza a favor del régimen en caso de protestas callejeras. Además de las limitaciones propias de la edad de ese grupo, son precisamente estos los más afectados por la profunda crisis económica por la que atraviesa Cuba y que han visto su situación particular empeorada con las últimas medidas tomadas y peor aún, por las anunciadas. Muchas de ellas son personas que dependen de las remesas de hijos o familiares en el extranjero para su subsistencia y que hasta han comenzado a expresar sentirse «traicionadas» por la actual dirigencia.

Un factor a tener en cuenta es lo que se ha dado en llamar la valentía de los desesperados, esa que a veces muestran algunos animalitos inofensivos cuando están acorralados. Los jóvenes en Cuba hoy, por no tener, ya casi no tienen ni esperanzas, y ese es el primer paso para comenzar a perder el miedo.

La capacidad de represión del régimen es real, pero está más sobrevalorada de lo que debería. Su comportamiento en los últimos días está encaminado a sembrar el terror haciendo alardes de fuerza, exhibiendo sus tropas especiales en puntos críticos de la ciudad. Hasta ahora se han cuidado mucho de reprimir abiertamente, pues saben que eso puede ser contraproducente y provocar más protestas abiertas antes que evitarlas. Acudir a grupos paramilitares siempre será una opción, pero ya no cuentan con tantos candidatos como antes para ello. En resumen, su capacidad de reprimir está circunscrita a la Policía (y demás miembros del Ministerio del Interior, tropas especiales, incluidas la aún no mostrada Brigada Antimotines) y paramilitares. Puede parecer mucho, pero en realidad, en términos de cantidad, resulta limitada ante un posible estallido social, de ahí su necesidad de sembrar el miedo más que reprimir abiertamente.

Llegados a este punto, algunos podrían pensar que también cuentan con el Ejército para reprimir- Pudiendo parecer ingenuo, no comparto esa opinión en lo absoluto y paso a explicarlo.

El mando directo sobre las tropas está constituido por oficiales que, en su inmensa mayoría, comparten las mismas privaciones que el resto del pueblo. Por otra parte, los soldados son sencillamente jóvenes reclutas

El generalato como expresión del poder militar en Cuba acumula una buena dosis de fuerza y también de riqueza y su compromiso con la familia mafiosa que gobierna es casi absoluto, pero el mando directo sobre las tropas está constituido por oficiales que, en su inmensa mayoría, comparten las mismas privaciones que el resto del pueblo. Por otra parte, los soldados, que son al final los ejecutores de cualquier orden, son sencillamente jóvenes reclutas, con las mismas aspiraciones y frustraciones que el resto de la juventud. Llegado el momento, ¿de qué parte se pondrían los oficiales?, ¿y los soldados?. No es por gusto que desde hace mucho tiempo las armas ya no están al alcance de los soldados en las unidades militares y sólo acceden a ellas durante la instrucción o en las cada vez más escasas maniobras.

Años atrás, conversaba yo con un exoficial del Ministerio del Interior que todavía estaba en activo durante el Maleconazo de 1994 y le pregunté si era cierto que se había dado la orden de preparar los tanques para sacarlos a la calle si era necesario. Esa persona, de la cual me consta que tenía conocimiento del asunto, me respondió que no se había manejado esa posibilidad, pues no había confianza alguna en la reacción de las tropas, que todavía estaba fresca en la memoria lo sucedido en Rumanía y que, si se llegaba a ese punto, era porque todo estaba perdido. No creo que hoy, con los reclutas con celulares y redes sociales, esa situación haya cambiado.

Una represión sangrienta podría cortar los pocos apoyos que le quedan en el escenario mundial en un momento en que cualquier contribución por pequeña que sea, de sus socios en la Unión Europea y otras regiones, es vital para su subsistencia

En cuanto a la situación internacional, entre la pandemia, la crisis de la economía mundial (y de la venezolana en particular) y la elección presidencial en EE UU, el margen de maniobra es bien pequeño. Una represión sangrienta podría cortar los pocos apoyos que le quedan en el escenario mundial en un momento en que cualquier contribución por pequeña que sea, de sus socios en la Unión Europea y otras regiones, es vital para su subsistencia. Un boicot al turismo hacia Cuba, cuando apuestan a su recuperación para coger un segundo aire en medio de la pandemia, sería catastrófica y es sabido que los turistas no gustan de revueltas sociales. En cuanto a las relaciones con EE UU, sus apuestas están todas en la asunción de Joe Biden como presidente en enero y el levantamiento de las sanciones de la Administración de Trump, pero están conscientes de que los congresistas y senadores cubanoamericanos pueden paralizar y hasta endurecer esas sanciones ante una escalada represiva generalizada. No pueden quemar esos puentes que ansían cruzar, pues en ellos tienen cifradas sus esperanzas de supervivencia en el poder.

En resumen, parece que para la dictadura se avecina una tormenta perfecta. Si no hacen cambios, es muy probable una explosión social y si los hacen se comenzará a resquebrajar el poder absoluto del que dependen para subsistir. La economía no puede continuar funcionando con tres monedas, pero una unificación monetaria dispararía el descontento social hasta límites insospechados. Y todo esto, con un grupo mafioso dirigente en camino de su extinción por razones biológicas mientras que el llamado «relevo» demuestra una incapacidad supina para enfrentar la realidad.

 

 

El alzamiento popular conocido como El Maleconazo comenzó en la Avenida del Puerto y mucha gente se fue sumando a lo largo del malecón habanero. (Karel Poort)
El alzamiento popular conocido como El Maleconazo comenzó en la Avenida del Puerto y mucha gente se fue sumando a lo largo del malecón habanero. (Karel Poort)

Mientras tanto, el exilio y, en general, los cubanos en el exterior han comenzado a articular un discurso bastante coherente, enfocado en visibilizar la situación cubana en los lugares donde se encuentran grupos importantes de la diáspora, que es casi en todas partes del mundo. Desafortunadamente, los egos de nuestra tribu impiden un apoyo más decidido al interior de la Isla. Es cierto que parte de los inconformes dentro de Cuba aún estructuran su discurso desde posiciones de izquierda y hasta identificadas con el socialismo, pero lo que no se puede perder de vista es que todos quieren cambios. En cualquier caso, si el régimen acepta los cambios, se debilita la dictadura, y si no los acepta, serán más los que cambien sus convicciones políticas. Es el momento de apoyar lo que nos une, ya tendremos tiempo de discutir las diferencias.

Por último, una cuestión que no debemos perder de vista. Lo único que en cierta medida protege a los que protestan dentro de Cuba es la visibilidad que les otorgan las redes sociales y los medios, aunque estos últimos, copados por una izquierda empeñada en ignorar el problema cubano, no aportan mucho, pero es nuestra responsabilidad lograrlo. Es el momento de exponer la represión, pero con rostros y nombres y apellidos, para que aquellos que se presten a ejercerla tengan bien claro que no habrá perdón ni olvido y que no los excusará la obediencia debida. Que sepan que los que dan esas órdenes quizás escapen con sus millones si aquello explota, pero los dejarán a ellos en la estacada. Que sepan que el mundo los está mirando y nos toca a nosotros despertar al mundo para que al fin mire hacia Cuba.

Hay una frase que dice, «La noche es más oscura justo antes del amanecer». Ojalá estemos llegando al final de esta noche que en unos días cumplirá 62 años. De todos nosotros depende.

 

 

 

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