Juan Antonio Blanco: El comunismo en Cuba ha muerto
'La mafia de la Habana se apoderó de los recursos más productivos del país y los integró a GAESA. Ahora anuncian el inicio de una piñata de los recursos improductivos, todavía en manos de ese viejo Estado comunista.'
¿Cuál es el profundo significado de los recientes anuncios del régimen cubano? Por décadas se vaticinó que en Cuba el comunismo caería a manos del «imperialismo» o del pueblo, según las inclinaciones ideológicas de cada autor. Nadie previó que sería desmantelado por la propia elite de poder cubana. Los libros de historia dirán que no fue derrocado por una invasión estadounidense ni por una sublevación popular, sino por una piñata mafiosa. Al menos ese es el plan. No quieren encaminar al país hacia una sociedad democrática de mercado, como preveía Francis Fukuyama, sino hacia un Estado mafioso, fenómeno nacido con el siglo XXI.
El verdadero plan estratégico yace escondido entre medidas que captan fácilmente la atención de los titulares y del público cubano: depreciación del poder adquisitivo del peso cubano, cese de subsidios a la canasta familiar de alimentos, procesos inflacionarios en ciernes.
La mafia de la Habana, primero se apoderó de los recursos más productivos del país y los integró a GAESA. Así crearon un poder opaco y paralelo al aparato estatal del comunismo burocrático. Ahora anuncian el inicio de una piñata de los recursos improductivos, todavía en manos de ese viejo Estado comunista. Piñata en la que los miembros de esa elite de poder podrán también participar, sea de forma anónima o mediante testaferros, empleando los capitales que ya han acumulado en bancos extranjeros. Eso no es privatizar el aparato productivo, es robarlo por segunda vez.
Trabajadores, e incluso los propios campesinos —recordemos que no poseen títulos de propiedad— están a partir de ahora amenazados por la posibilidad de que sus centros laborales y tierras sean vendidos a precios de usura, a empresarios inescrupulosos y fondos «buitres» de inversión. La vieja burocracia estatal que se creía sólida, se desvanecerá en el aire.
Librarse de los burócratas estatales no será la entrada al paraíso. Los inversionistas —si es que los encuentran— no vendrán a salvar puestos de trabajo. ¿Quién necesita fábricas con tecnologías de mediados del siglo pasado o bueyes y arados para trabajar la tierra? El bien más preciado será la propiedad del suelo para cuando un día recupere su valor. Cuba está en venta, lo demás es paisaje.
Las edificaciones fabriles pueden ser dinamitadas por los compradores y las tierras quedar a la espera de otros inversionistas que paguen más por ellas en el futuro. ¿La gente? Debe aprender a buscarse el sustento pidiendo remesas, entreteniendo turistas o dedicarse a actividades de poca monta. Prostituirse y delinquir en masa serán parte inevitable de las estrategias de supervivencia.
¿Es posible conjurar ese futuro? Sí. Hay otro futuro mejor al alcance de la mano, pero depende de los cubanos obtenerlo ahora, antes de que sea demasiado tarde. Han terminado seis décadas de espera. No hay más tiempo. La elite de poder empuja a la sociedad cubana a internarse en una nueva historia de mediano plazo, donde a diferencia del pasado ya no hay promesas de prosperidad para todos, mucho menos de libertad para alguien. El comunismo cubano perdió su capacidad de seducción ideológica.