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Ricardo Bada: 85 años Cinecittà

La ciudad del cine

 

A todos los grandes estudios de cine, en este mundo cada vez menos ancho y más CNN, se los conoce por el lugar donde se ubican: Hollywood, Pinewood, Babelsberg, Joinville–le–pont, Chamartín, Mosfilm (en Moscú), Ossendorf, el barrio de Colonia que alberga los mayores estudios cinematográficos de Europa y donde se rodaron los interiores de El fabuloso mundo de Amélie ¡hasta Bollywood es un topónimo, aunque sea inventado! Pero existe una excepción, y es al este de Roma, la Ciudad dizque Eterna, en el número 1055 de la Vía Tuscolana: se trata de la Ciudad del Cine, en italiano Cinecittà, de la que en estos días (unas fuentes señalan que el 26, otras que el 29 de enero de 1936) se cumplen 85 años de la colocación de su primera piedra.

Cinecittà vino a ser la réplica de Mussolini a Hollywood, y es notable ver que asimismo los nazis y los soviéticos le concedieran tanta preeminencia al cine como vehículo de indoctrinación. Lenin llegó a decir que el Arte más importante para la Revolución de Octubre era el cine, y hasta que Stalin se hizo con el poder a la muerte de Lenin, y apostó por algo tan necio como el miope realismo socialista, el cine soviético fue uno de los faros de la cinematografía mundial, desde el que Eisenstein le revelaría a sus colegas el arte de la edición, que elevó a cumbres asombrosas.

Los nazis por su parte se encontraron en Babelsberg con una industria ya próspera y pródiga en talentos la mayor parte de los cuales trocó Babelsberg por Hollywood para no trabajar bajo la férula de Joseph Goebbels. El cual, por otra parte, no tenía pelo de tonto. Después de haber visto It Happened One Night [Sucedió una noche], una de mis pelis favoritas entre las comedias, y que desde 1934 sigue teniendo ese noséqué que la hace inmortal, Goebbels, un cinéfilo apasionado, escribió en su diario el 17.10.1935 que este es uno de esos films de los que se puede aprender mucho y que comparadas con él las comedias alemanas eran «artificiosas y [sic] mortalmente aburridas». No soy precisamente un fan de Goebbels, pero que en su juicio acerca de esta peli tenía razón, pues hay que reconocerlo.

En España, a su vez, también el franquismo apostó por el cine, pero de ello resultó un cine alicorto e inconvincente, aunque cuenta en su desarrollo con la gran sorpresa de una película cuyo título, Raza, es todo un programa, y cuyo guion escribió el inferiocre general Franco. No son tantos los filmes con guion de un jefe del Estado, también eso hay que reconocerlo.

Y volvamos a Cinecittà, inaugurada el 28.4.1937, con una extensión de 600.000 m², y en la que se han filmado más de 3.000 títulos, de los que 90 se hicieron acreedores a una nominación al Oscar a la mejor película en idioma no inglés, ganándolo en 47 ocasiones. Recordemos un par de ellas: La strada, Las noches de Cabiria, y Amarcord, de Fellini, Ayer, hoy y mañana y El jardín de los Finzi–Contini, de Vittorio de Sica, Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, de Elio Patri, Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, Mediterráneo, de Gabriele Salvatores, La vida es bella, de Roberto Benigni, La gran belleza, de Paolo Sorrentino

 

 

 

Eso para no hablar de pelìculas no italianas filmadas en Cinecittà, como Quo vadis?, en 1951, siendo con un presupuesto de 7 millones $US la más cara filmada hasta entonces, fue nominada para ocho Oscars y no obtuvo ninguno, pero Peter Ustinov ganó el Globo de Oro por su genial interpretación del emperador Nerón; o Ben–Hur, ocho años después, de nuevo la más cara de las rodadas hasta entonces (15 millones $US), ganadora de once Oscars y tres Globos de Oro; o

Pandillas de Nueva York, de Martin Scorsese, que fue nominada para diez Oscars aunque no consiguiera ninguno, o La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, que alcanzó tres nominaciones al Oscar, por más que también se quedara con las manos vacías.

Todo esto es la cara buena de la moneda. En la cara mala hay que consignar que en 1943, tras el desembarco aliado en Sicilia y el arresto de Mussolini en el Gran Sasso (de donde fue liberado por un espectacular comando alemán atribuido falsamente a Otto Skornezy, capitán de las SS), la Wehrmacht saqueó Cinecittà enviando a Alemania 16 vagones de ferrocarril llenos hasta los topes con decorados y material técnico. Posteriormente, se convirtió en campo de concentración para civiles y luego bombardeada por los aliados, quienes al entrar en Roma la habilitaron para darle un techo a miles de personas sin hogar a causa de los bombardeos. Recién en 1947, dos años tras la guerra, Cinecittà volvió a ser la Ciudad del Cine y logró el reconocimiento universal a su aportación a la historia del mismo: el neorrealismo, con nombres como Roberto Rossellini, cuya Roma, ciudad abierta inaugura el género, Vittorio de Sica, Federico Fellini, Luchino Visconti, Alberto Lattuada, Pietro Germi, Luigi Zampa, la crème de la crème del cine italiano de posguerra.

Luego, en 1964, Por un puñado de dólares, de Sergio Leone, le lava la cara al polvoriento género del western con lo que despectivamente se llamó “spaghetti western”, hasta que el público antes y la crítica después, se dieron cuenta de que aquellas eran obras maestras. Cuyos exteriores, por cierto, se filmaron en el desierto de Almería, en Andalucía, donde quedaron como reliquias los decorados de aquellas cintas y fueron comercializados por la industria turística antes de que el Covid19 pusiera fin a ese negocio como a tantas otras cosas que, desengáñense, nunca vamos ya a recuperar.

Con el tiempo, Cinecittà se convirtió más y más en estudios de producción de telefilmes y series para la TV, y finalmente fue privatizada. En la actualidad, desde noviembre del 2019, se ubica allí el MIAC, Museo Italiano del Audiovisual y del Cine, en el antiguo sector de revelado fotográfico del estudio, que dejó de funcionar con el inicio de la era digital. A la entrada, los visitantes son recibidos con una famosa frase del director de La Dolce Vita: «El único realista de verdad es el visionario».

Por lo que respecta a nuestro continente, hacia el final de su monumental e imprescindible Viaje literario por América Latina (El Acantilado, Barcelona 2000), el ensayista italiano Francesco Varanini hace una observación que no comparto, pero muy digna de ser tomada en cuenta. Sostiene Varanini: «Cinecittà y el Centro Experimental de Cinematografía de Roma fueron frecuentados durante los años cincuenta por García Márquez, Manuel Puig, Fernando Birri y Miguel Littín. Eran los años del neorrealismo triunfante, pero también del surgimiento, de la costilla del neorrealismo, del nuevo código felliniano, melancólico, onírico, desbordante de imágenes, totalmente subjetivo. La superación por parte de García Márquez, Cabrera Infante, Vargas Llosa y Puig, del respetable pero frío naturalismo latinoamericano –el de José Eustasio Rivera, Mariano Azuela, Ciro Alegría– es una repetición de la superación felliniana del neorrealismo».

En buen romance, esto es lo que se llama arrimar el ascua a la propia sardina. Pero esa es, ya, otra historia, como diría Rudyard Kipling.

 

 

 

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