La unidad que en verdad importa
La gente necesita que los liderazgos se identifiquen con sus problemas, aunque por ahora no puedan resolverlos. La política es también empatía.
Al tocar el tema de las encuestas de opinión siempre es útil prevenir sobre el valor relativo que tienen en Nicaragua, dado el ambiente de represión que existe. Además, deben tenerse en cuenta las dificultades metodológicas, principalmente en los actuales tiempos de pandemia. Por supuesto, no nos referimos aquí a los mercenarios contratados por la dictadura que cada vez y cuando publican patrañas para alimentar campañas de propaganda embustera. Esas no son encuestas.
Pero cuando los sondeos son serios y profesionales ofrecen información muy útil para analizar lo que puede estar rondando en la cabeza de la gente. La más reciente encuesta que publicó CID GALLUP posibilita allanar los riesgos ya que, además de la independencia de esta firma, su trabajo permite identificar tendencias al comparar los resultados actuales con encuestas que la misma empresa publicó el año pasado. Es la ruta que hemos seguido.
Por hoy, nos concentraremos en dos puntos.
Uno de los temas que más se menciona por todos lados es la unidad de las organizaciones opositoras. Ciertamente, ese es un desafío, pero el problema mayor que revela la encuesta -y no de ahorita- es la división que existe entre el pueblo azul y blanco, que adversa al régimen y anhela un cambio, y el conjunto de organizaciones que dicen representar esa aspiración de cambio.
En efecto, muy semejante a encuestas anteriores, a la pregunta sobre preferencias partidarias, la Unidad Azul y Blanco registra 4%, CxL 3%, PLC 2% y todos los demás 1%. Entre todas no llegan al 10%. A la par, el 62% manifiesta no tener ninguna inclinación partidaria. Para derrotar a Ortega es imperativo superar esta división.
¿Cómo podemos explicarnos que al menos tres de cada cuatro nicaragüenses adversen a la dictadura, pero, a la vez, no exprese respaldo a las organizaciones opositoras?
En nuestra opinión, una de las razones es que la inmensa mayoría de los hogares enfrentan cotidianamente el desafío de la sobrevivencia. De acuerdo a información oficial el 80% de los trabajadores se ubica en la economía informal, es decir sin protección laboral alguna. Con casi el 70% sin trabajo o con trabajos precarios, con salarios que no alcanzan para comprar lo básico. Con más del 50% de la población en condición de pobreza, de acuerdo a datos de CEPAL. Con miles de empresas de todo tamaño batallando para salir adelante con tarifas eléctricas abultadas, funcionarios corruptos, competencia desleal, ventas en el suelo, pago a los acreedores. En estas condiciones, es lógico que la gente concentre su atención y energías en luchar por salir adelante.
Sin embargo, los nuevos y los viejos liderazgos se han concentrado en disputas políticas, ajenas a las angustias que la gente enfrenta cotidianamente. El resultado lógico es una brecha que se ensancha.
La misma encuesta señala que además de los problemas económicos, ahora la gente incluye la delincuencia y la corrupción. Pero de esos problemas no suelen ocuparse quienes están en el terreno político.
Y no nos enredemos. No estamos diciendo que los liderazgos y organizaciones opositoras estén en posibilidad de resolver, desde la oposición, esos problemas. No se me ocurriría semejante disparate.
De lo que se trata es, ante todo, de colocar en el centro de la agenda los problemas de la gente y las propuestas de solución. Ese es, al fin y al cabo, el verdadero sentido de la política. No es cuestión de emitir un documento que casi nadie lee y pocos entienden. O esperar una campaña electoral para ocuparse del asunto. Se arriesgan a cometer un error colosal quienes despreciando el sentido común de la población depositan su apuesta en conquistar las mentes en una campaña electoral que, por lo visto, está en la cola de un venado.
Es elemental que si alguien se declara aspirante a la presidencia es porque se siente en capacidad de encabezar la solución a los problemas que nos está dejando la dictadura. Y si se siente con esa capacidad, es elemental que la ciudadanía, conozca qué tiene en la cabeza. No en detalle, pero sí, saber que alguna idea tiene de cómo resolver la crisis del INSS, el drama del desempleo, el desastre de la educación, la viabilidad de las pequeñas y medianas empresas, la corrupción, la delincuencia o la administración de justicia, para señalar algunos. Si no tiene idea, mejor que busque otra cosa qué hacer. Lo mismo vale para las organizaciones.
Este no es un concurso de belleza o de simpatía. La tragedia que vivimos es de tal magnitud que no podemos correr el riesgo de equivocarnos. Ayer resultó una catástrofe la frase “después de Somoza cualquier cosa”. Hoy no podemos repetir semejante error.
Por otra parte, los problemas que padece la inmensa mayoría de los nicaragüenses son el flanco más débil de la dictadura. De ahí su campaña -falaz pero pertinaz- enfocada en ocultarlos, manipularlos o proclamar que la salud es un éxito, que la educación es ejemplar, que la gestión económica es insuperable, que vivimos en el país más seguro de Centroamérica, y otros embustes del mismo tenor. En este campo el dictador cabalga a galope tendido, sin competidores que lo enfrenten con un discurso coherente, vibrante, sistemático y consistente. Los medios de comunicación hacen su trabajo, pero no es suficiente. Es tarea primordial de organizaciones y liderazgos opositores.
Cierto es que la gente conoce sus problemas, pero no puede subestimarse el impacto que campañas sin contrapartida tienen al menos en la población con menor acceso a información.
Hacer oposición política al régimen es desenmascarar esas patrañas, denunciar las falsedades, exhibir las llagas que dejan sus desmanes. Socavar ese flanco y, a la par, despertar la confianza y esperanzas de que un cambio es posible, que hay soluciones, es una práctica política esencial. De cada día.
Finalmente, la gente necesita que los liderazgos se identifiquen con sus problemas, los traten, se preocupen, aunque por ahora no puedan resolverlos. La política es también empatía.
Las organizaciones o los liderazgos que logren entender estas cuestiones elementales, estarán en camino de recuperar la confianza y las esperanzas de la población. En camino de alcanzar la unidad indispensable para derrotar a la dictadura: la unidad del pueblo azul y blanco con las organizaciones opositoras.
Esa es la unidad que en verdad importa.