El Parque del Este: ¿del Estado o de los ciudadanos?
Esta joya de paisaje y arquitectura aguanta los embates del tiempo y la desidia estatal desde hace seis décadas. Verónica Fraíz cuenta cómo su destino se ha bamboleado entre la propaganda política y el apego de la gente
Esta historia comenzó con un proyecto de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez para promocionar internacionalmente su proyecto de modernización física y económica. Estaba a cargo una comisión, creada en 1956 por el Ministerio de Fomento, para organizar e inaugurar una Exposición Internacional de Caracas, el 19 de abril de 1960. El sitio era ese que, desde 1950, empezó a llamarse Parque Nacional del Este.
Pero cuando llegó 1958, y la democracia venezolana reiniciaba su difícil camino, Wolfgang Larrazábal estaba negado a construirlo. No quería darle continuidad ni más recursos a las obras que la dictadura había planificado. ¿Un parque? No, mejor un complejo habitacional parecido a la entonces recién inaugurada Urbanización 2 de Diciembre, que años más tarde pasó a ser conocida como 23 de Enero.
La intervención de Ibrahim Velutini, quien dirigía el proyecto, fue crucial para que el presidente interino finalmente aprobara la construcción del espacio. Velutini había formado un equipo de profesionales que venía trabajando en la obra desde 1956. Entre ellos destacaban Alejandro Pietri, Carlos Guinand Sandoz, Roberto Burle-Marx, John Stoddart, Fernando Tábora, Leandro Aristeguieta y George Scott. Aunque la propuesta fue hecha por la Comisión Nacional de Urbanismo a finales de los cuarenta —para lo cual se expropiaron los terrenos de la Hacienda San José y los fundos de La Casona y La Carlota—, fue en 1956 cuando la idea cobró la atención de la dictadura perezjimenista.
Todo esto se cuenta en el libro Parque del Este: imágenes de una historia, un proyecto que continúa. Su autora, Verónica Fraíz, es historiadora, egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Entre sus trabajos se encuentran la biografía de John Stoddart y una investigación sobre la transformación urbana de Caracas en el siglo XX. Su libro sobre el Parque del Este fue publicado en 2017 con el auspicio del Fondo de Valores Inmobiliarios. Es un aporte sobre un tema poco atendido por la historiografía.
Ahora que esta joya de la ciudad de Caracas cumple sesenta años, Fraíz examina el significado del Parque del Este, ayer y hoy, para el Estado y para los ciudadanos.
—Tengo entendido que antes de la Exposición Internacional de Caracas, planificada en 1956, ya existía una proyección del parque.
—Sí, pero eso realmente nació con el perezjimenismo. Ciertamente, a finales de los años cuarenta se había pensado en eliminar el aeropuerto de La Carlota para hacer un espacio público para todos, pero nunca se concretó un proyecto, hasta que vino la planificación de la Exposición Internacional de Caracas, con la que Pérez Jiménez esperaba decirle al mundo todo lo que había hecho. Es decir, un evento que se iba a realizar por primera vez en América del Sur y que le iba a dar la oportunidad de oro para mostrarle al mundo cómo, a pesar de que se lo tenía como un dictador, era capaz de construir obras que eran perdurables en el tiempo y para el disfrute de todos. Al final, la Exposición Internacional de Caracas no se llevó a cabo por los sucesos de enero de 1958, que conllevaron la caída de la dictadura.
—Aun así, revisando la historia del parque, veo que siguió en la política: Betancourt le puso un nombre, Lusinchi otro y luego Chávez otro.
—Lo que pasa es que cada partido, presidente o, en general, cada ala del poder, siempre ha tratado de ocupar espacios y politizarlos. Pero el parque no ha sucumbido a esa lucha porque ha tenido muchos nombres —y probablemente en el futuro tendrá mil más—, aunque dentro de la memoria y del imaginario colectivo sigue siendo reconocido como Parque del Este.
Lo que viene después es coletilla. No importa cuál nombre tenga, siempre será reconocido por la gente como Parque del Este.
—Y eso pareciera ser como una forma de resistencia inconsciente, porque se trata de un espacio ciudadano que no pudo ser politizado.
—Sí, pero es que yo creo que la gente que frecuenta el parque no está pendiente de cuáles son las coletillas que vienen después del nombre. En sus visitantes no hay politización como tal. No sé si fue como una forma de resistencia, pero se apropiaron del espacio. A ellos no les importa cómo se llama, lo que quieren es disfrutar un espacio que fue creado para el encuentro común, es algo que nos cuenta la propia historia del parque.
Democracia versus dictadura
Aunque abrió sus puertas al público el 19 de enero de 1961, la inauguración definitiva del Parque del Este tuvo lugar el 6 de enero de 1962. Así lo demuestran las primeras páginas de los periódicos del momento. El espacio vino a reflejar de forma tangible el espíritu de la democracia en Venezuela que había comenzado a andar tras la huida del dictador cuatro años antes. Se trataba de un espacio para todos los venezolanos, sin distinciones de ningún tipo. Su desarrollo dependería de las venideras administraciones.
—La inauguración se hizo en democracia y coincidió con ese espíritu de optimismo. ¿Se entendió así, como un reflejo de la democracia?
—Es que hay cosas detrás. La Junta de Gobierno detuvo la mayoría de las obras que venían ejecutándose con la dictadura, entre ellas la del Parque del Este. La comisión encargada luchó muchísimo para que la Junta de Gobierno entendiera la importancia de construir una obra para el disfrute de los venezolanos sin importar si eran perezjimenistas, comunistas, adecos o copeyanos. Eso fue motivo de conflicto hasta que por fin Larrazábal cedió y la echó para adelante, pero con una comisión que supervisara lo que estaban haciendo. ¿Qué ocurrió? El profesionalismo de la época no tenía comparación con lo que vemos ahora y fueron capaces de trabajar juntos.
El Parque del Este fue inaugurado por etapas: se abrió por primera vez al público el 19 de enero de 1961; en julio de ese año se inauguró el Planetario Humboldt, por ejemplo, pero la inauguración oficial fue un año después.
Pero sí: nació con el objetivo de servir como un espacio público, en el que el ciudadano común pudiera encontrarse o reencontrarse con sus iguales.
—Me llama la atención que el parque se inauguró con el espíritu de la democracia y que cuando ella se deterioró también lo hizo el parque.
—El Parque del Este ha estado entre vaivenes: ha sido atendido y desatendido con la misma intensidad desde que fue creado. Lo que pasa en Venezuela es que este tipo de construcciones no han tenido prioridad. Desde el nuevo nacimiento de la democracia en 1958, con Betancourt, el Estado no ocupa sus recursos para dedicarlos a estos espacios que son parte del bienestar colectivo. El presupuesto que tienen, si lo comparas a otro tipo de obras, es mínimo. Entonces, ¿a qué se tiene que enfrentar esa institución? A que los recursos destinados para las áreas verdes se distribuyan entre el resto de los parques nacionales y urbanos. No hay un esfuerzo de priorizarlos hasta que la opinión pública alza la voz, pero esto tiende a pasar cuando ya están en el último estado de deterioro. Eso ha sido así en todos los gobiernos, que no son constantes para mantener los espacios públicos.
—Y este espacio, en especial, recoge la labor de profesionales notables, venezolanos y extranjeros. Desde una perspectiva urbanística, ¿qué valor tiene el Parque del Este?
—El paisajismo del Parque del Este fue diseñado por el artista plástico y naturalista brasileño Roberto Burle-Marx, a quien llamaban el artista de paisajes de América, el más reconocido de su tiempo.
La obra del parque la llevó a cabo la crema y nata de la arquitectura, de la botánica, de la ornitología, de la ingeniería. Fue lo más avanzado y moderno de la época.
Una de las cosas que se pueden aplaudir de la democracia fue que mantuvo el mismo equipo de trabajo que venía desarrollando el proyecto desde Pérez Jiménez. Hubo continuidad, como en la construcción de la represa del Guri. Independientemente de los gobiernos, las obras prosiguieron y eso es una demostración de continuidad. En el parque hubo mucha lucha. Larrazábal solo accedió cuando se convenció de que no se trataba de una obra política sino de una obra para la gente. Pero la democracia anuló la historia previa de la dictadura para que sólo fuese reconocido como un trabajo del gobierno de Betancourt, eso también tenemos que decirlo.
Navegando desde el pasado
En 1971, bajo el gobierno de Rafael Caldera, la primera dama Alicia Pietri, a través de la Fundación Festival del Niño, instaló en los espacios del parque una réplica de la nao Santa María, que llegó al continente en 1492. La obra se convirtió en un símbolo del parque hasta su desmontaje en 2008, cuando por decreto presidencial se decidió su sustitución por una réplica del buque Leander, que embarcó a Francisco de Miranda en la expedición de 1806.
—¿Qué impacto causó ese cambio para el Parque del Este? Porque el barco, cualquiera que sea, ha sido un símbolo del lugar.
—Causó impacto por las razones históricas y políticas que estaban detrás, pero lo cierto es que ninguna de las dos embarcaciones estuvo contemplada en el proyecto original. La nao Santa María fue puesta allí por el primer gobierno de Rafael Caldera, como un homenaje al descubrimiento de Venezuela y a la conquista de América. Hubo, incluso, una segunda inauguración en 1998, en su segunda presidencia. Lo ideal sería que no estuviera ninguna, porque no forman parte del proyecto original de los 50. Lo que sí debería estar es el tren que recorría el parque, que todavía se preserva en la memoria de una generación.
Un reflejo del país
En el presente, el parque se niega a morir. La escasa fauna del sitio, sobrevive en un ambiente hostil. Su flora, seca y abandonada, se entreteje con la maleza que cada vez ocupa más espacio. Unas casas de bloques de arcilla, construidas en la cara sur, contrastan con el paisajismo diseñado por Roberto Burle-Marx hace un poco más de sesenta años. Ahora, los tiempos son otros y lo único que continúa intacto es el reflejo del Ávila en el gran lago.
—Con sesenta años recién cumplidos, como ciudadana y como estudiosa del espacio, ¿qué te parece que simboliza el parque?
—El Parque del Este es un símbolo de resistencia, se ha negado a morir, no importa cuando se diga esto. Está en resistencia desde que nació: fue su espíritu lo que lo llevó a ser una obra ejecutada. Cuando ves la cronología de la prensa sobre el Parque del Este te das cuenta de que cada cierto tiempo siempre hay algo noticioso dentro del espacio. Que se hayan agravado los problemas en la coyuntura política del presente, sí, estoy convencida de eso, pero siempre ha estado en resistencia. Es un espacio que requiere más atención, que está en manos inexpertas, que necesita ser querido, amado y atendido por profesionales. Pero los que están en este momento luchando para que no se destruya merecen también un reconocimiento porque con los muchos o pocos recursos que tengan, o con su poco o mucho conocimiento, están haciendo todo para que el Parque siga existiendo.
—Es como el reflejo del país, una lucha contra el tiempo y la desidia.
—Definitivamente. El Parque del Este es el reflejo de las circunstancias sociopolíticas que vivimos, pero a diferencia de lo que piensa la mayoría, no está tan deteriorado. Mucha gente se deja llevar por lo que se dice. Para mí fue una experiencia publicar el libro en 2017 y trabajar en la exposición que se hizo en la Galería de Arte Nacional. Todo el mundo decía que el Parque estaba destruido, pero cuando mandamos al grupo de fotógrafos, que fueron más de 80 —para hacer el video y los retratos—, quedaron impresionados con el estado del parque. No era lo que imaginaban. El Parque se niega a morir, como el país, y hay gente que contribuye a ello.