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Armando Durán / Laberintos: El mito de la solución negociada (3 de 3)

 

El jueves de la semana pasada, Jorge Rodríguez, presidente de la espuria Asamblea Nacional, electa a dedo mediante el simulacro electoral del 6 de diciembre, pregonó que este año 2021 “vamos a celebrar una mega elección de alcaldes y gobernadores… de forma sabia la Asamblea Nacional está sirviendo la mesa.” Se trata, por supuesto, del mismo envenenado caramelito electoral al que desde hace 18 años recurre el régimen para salir bien parado de situaciones difíciles. Mecanismo que gracias a la voracidad de algunos sectores de la insuficiente oposición venezolana le han servido, primero a Hugo Chávez y después a Nicolás Maduro, para conservar el poder contra viento y marea.

Por esta vieja razón la noticia divulgada por Rodríguez no sorprendió a nadie. Y porque desde hace semanas, dentro y fuera de Venezuela, circula el rumor de que la llamada oposición venezolana había reanudado sus conversaciones secretas con el régimen para negociar algo que les permitiera permanecer en el campo de juego. Sobre todo ahora que el presidente Joe Biden no pretende retomar la errada política conciliatoria de Barak Obama para con Cuba, sino todo lo contrario. Mientras tanto, en los corredores del poder político europeo, también se percibían nuevos vientos procedentes de la otra orilla del Atlántico. Por una parte, Biden tomó muy pronto la decisión de apretar el torniquete de las sanciones al régimen chavista; por la otra, nada más instalarse en la Casa Blanca, le hizo saber a la Unión Europea, que a partir de ese momento Estados Unidos ya no era el primero de la fila. En consecuencia, el distanciamiento europeo del tremendismo verbal de Donald Trump, que tanto impacto tuvo en la política conciliatoria de Europa con respecto a Cuba y Venezuela, experimentó un bruco vuelco. No solo visible en nuevas sanciones adoptada por la Unión Europea a 19 altos funcionarios del régimen de Maduro, sino con el nuevo y agresivo lenguaje empleado de repente por Josep Borrell para enfrentar a los gobernantes chavistas.

Este significativo cambio de la política apaciguadora europea perturbó el juicio de Maduro y de sus asesores, hasta el extremo de expulsar a la embajadora de la Unión Europea en Venezuela y advertir oficialmente a los gobiernos de España, Francia, Alemania y los Países Bajos, que o se ponían a derecho con el régimen chavista, o tendrían que atenerse a las consecuencias. Esta grosera actitud generó una profunda indignación en las cancillerías europeas, malestar que se puso claramente de manifiesto cuando la ministra de Asuntos Exteriores de España, la socialista Arancha González Laya, aprovechó estar de visita oficial en Bogotá para trasladarse de improviso a la ciudad fronteriza de Cúcuta y recorrer a pie el emblemático puente Simón Bolívar, que une a Colombia con Venezuela. Según declaró, para ponerse al tanto de la suerte de los centenares de miles de migrantes venezolanos que desde hace años escapan por ese puente de los efectos devastadores de crisis venezolana, pero en realidad para responder las impertinencias de Maduro, con un dardo dirigido directamente al corazón chavista.

Estas circunstancias le han trazado a las relaciones internacionales de Venezuela nuevas coordenadas. Desde las primeras maquinaciones gobierno-oposición a raíz de los sucesos del 11 de abril de 2002, el entendimiento cómplice de los partidos de oposición que hizo posible el resultado fraudulento del referéndum revocatorio del mandato presidencial de Chávez en agosto de 2004, avalado por la OEA de César Gaviria y por el Centro Carter, le otorgó al régimen naciente un certificado de buen comportamiento democrático. Desde entonces, a pesar de la conducta de diversos sectores de la llamada oposición, resulta objetivamente imposible creer en falsas negociaciones ni acuerdos con el régimen, de modo que cuando este anuncio se sumaba al hecho dos días antes por Juan Guaidó de que él “continuará trabajando para que en Venezuela se celebren elecciones libres, a pesar de las amenazas que he recibido en su contra”, se dispararon todas las alarmas. Con mayor estridencia aun, porque el 22 de febrero, James Story, embajador de Estados Unidos en Venezuela pero residenciado en Bogotá, convocó a la dirigencia de todas las oposiciones a una reunión urgente, presencial en la capital colombiana o virtual vía Zoom, con la finalidad de acordar una nueva hoja de ruta para oponerse al régimen chavista. No se tienen detalles del debate, pero sí se sabe que la reunión duró 10 horas sin llegar a ningún acuerdo unitario, ya que los dos dirigentes de mayor peso presentes en la reunión, Leopoldo López y Julio Borges, protagonizaron una confrontación de pronósticos reservados.

Mientras tanto, en algunas publicaciones venezolanas, se informaba, aunque sin confirmar entonces ni después, que Andrés Velásquez, ex gobernador del estado Bolívar, declaró que en respuesta a una propuesta de Juan Guaidó, el lunes primero de marzo se reunirían en Caracas numerosos dirigentes de la oposición para debatir si participarían en las elecciones regionales por venir o se abstendrían. “Espero que pronto”, dicen las mismas fuentes que sostuvo Velásquez, “tengamos una decisión definitiva.” ¿Casuales coincidencias de estos reconocidos personajes del espectáculo político venezolano? Lo dudo. Desde aquella desafortunada Mesa de Negociación y Acuerdos de 2003 y el lamentable desarrollo y resultado del referéndum revocatorio del año siguiente, su efecto más catastrófico, las aparentes contradicciones políticas y existenciales de las fuerzas de teóricamente de oposición siempre se han superado gracias a condicionamientos de carácter pavloviano.

La muy discretamente convocada reunión de la oposición para este lunes primero de marzo en Caracas, no se realizó, quizá porque a estas alturas del proceso esas ruedas de molino pesan demasiado. O tal vez porque ese encuentro iba a ser continuación de la interrumpida reunión de la semana pasada en Bogotá. Quienes sí se reunieron este lunes en Caracas fueron representantes del oficialismo y de las presuntas organizaciones de oposición que participaron sumisamente en la farsa electoral de diciembre, para ratificarle a Maduro y compañía que están resueltas a participar en todas las elecciones que vengan, siempre y cuando reciban, por pocas y contaminadas que sean, las migajas que el régimen tenga a bien concederles.

Este empeño en revivir las trampas del pasado, luce ahora infructuoso. Lo ocurrido desde la derrota aplastante del régimen en las elecciones parlamentarias de 2015 impide admitir ahora que el régimen, aferrado a su obsesión de imponerle al país su voluntad hegemónica a sangre y fuego, esté realmente dispuesto a renunciar algún día a su pretensión de conservar el poder hasta el fin de los siglos. A fin de cuentas, ya nadie puede considerar posible ser y hacer oposición al régimen chavista y al mismo tiempo ser su socio en una empresa de beneficios políticos y materiales compartidos. Según nos advirtió Parménides hace 25 siglos, “solo el ser es y el no ser no es.” Es decir, que a pesar de lo que nos diga la mecánica cuántica con su descubrimiento de las propiedades ondulatorias de las partículas, se está vivo o se está muerto. Con todas sus consecuencias. Entre ellas, quizá, asumir finalmente que en este retorcido punto del proceso político venezolano, la realidad ha sepultado para siempre el mito venezolano de alcanzar una solución negociada de ese engendro llamado revolución bolivariana de Venezuela. ¿Será verdad tanta belleza?

 

 

 

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