El dilema de Casado
El PP tiene relativamente fácil conectar con la inmensa mayoría de la sociedad española: basta colocarse en el centro, defender siete obviedades y proponer una verdadera agenda de regeneración democrática
Dicen los que saben de encuestas que, dada la evolución que están reflejando los sondeos políticos en España, es muy probable que antes del verano Vox adelante al Partido Popular en intención de voto. Sin embargo, ese hecho no tiene por qué ser definitivo ni significar el final de Pablo Casado al frente del PP. En teoría, el horizonte está despejado en cuanto a convocatorias electorales en los próximos dos años y, salvo que a algún iluminado de La Moncloa le dé por apretar el botón nuclear, hay tiempo más que suficiente para que todo pueda cambiar cuando llegue de nuevo la cita con las urnas.
De hecho, conviene recordar que en política un mes es un siglo y que, al igual que Vox podría adelantar al PP en los sondeos, a este partido ya le pasó lo mismo con Ciudadanos en la primavera de 2018 y al propio PSOE le sucedió antes con Podemos. La política española ha dado sobradas muestras durante los últimos tiempos de que todo es posible y de que, por mucho que demos a alguien por muerto, luego viene y resucita en 15 días de campaña, y ahí están Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para demostrarlo.
Con dos años por delante y el aliento de Vox en el cogote, Casado tiene ante sí un difícil dilema: ¿qué hay que hacer para evitar ese ‘sorpasso’ y tener opciones de triunfo en las próximas elecciones generales? Unos le aconsejan moderación; otros le piden mano dura para no parecer un partido acomplejado. La decisión no es sencilla, pero está claro que algo debe hacer Casado, porque con la que está cayendo no se puede permitir el lujo de que su partido se convierta en irrelevante, como acaba de suceder el 14-F en Cataluña.
Los que le aconsejan moderación creen que ahora es el momento de que Casado trabaje su perfil presidenciable, es decir, que los ciudadanos le perciban como una figura institucional, alguien dialogante y que llega a acuerdos. Un presidente en potencia, capaz de merecer ser votado si finalmente la economía descarrila completamente dentro de pocos meses. De ahí que la opción de llegar a pactos con Sánchez, aunque no sean sobre grandes asuntos de Estado (Educación, Sanidad o Economía), sino para repartirse los sillones de organismos supuestamente independientes, pueda ser de ayuda para acentuar ese perfil.
En el lado contrario están los que piensan que pactando con el Gobierno Casado lo único que hará será seguir alentando la fuga de votantes a Vox. Puede ser, pero también es verdad que la gente tiene poca memoria y los pactos de hoy quizás no pasen factura dos años después porque todo se haya olvidado y para entonces ya estemos hablando de otras cosas.
El ejemplo del PP de Aznar
El dilema es complicado, sobre todo mientras el líder del PP tenga enfrente a Vox intentando aprovechar cualquier error que pueda cometer. Pero quizás la respuesta haya que buscarla en la primera victoria de José María Aznar, allá por 1996, de la que se acaban de cumplir 25 años. Lo primero que conviene no olvidar, y que quizás no se ha recordado demasiado estos días, es que en realidad Aznar ganó por los errores del rival, que llevaba varios años dando motivos más que sobrados para ser expulsado de La Moncloa. De hecho, los últimos tres años del felipismo fueron una propina in extremis, pues ya en 1993 debía haber sucumbido aquel PSOE.
Pese a ello, y si analizamos el proyecto del PP de entonces, hay tres ejes que deberían estar grabados a fuego en Génova 13: la unidad de todo el espacio a la derecha del PSOE, el giro al centro y un programa de regeneración democrática. El primero es precisamente el más complicado de alcanzar, pues va a ser imposible integrar a Vox mientras los de Santiago Abascal acaricien el ‘sorpasso’.
Con la que está cayendo, bastaría con defender siete cosas básicas que hoy pueden sonar revolucionarias: democracia, libertad, Estado de derecho, separación de poderes, economía de mercado, Unión Europea y globalización
Sin embargo, los otros dos ejes de la victoria de Aznar en el 96 solo dependen de Casado y son relativamente sencillos de lograr. Lo del centro, con la que está cayendo, basta con decirlo y con defender seis o siete cosas muy básicas pero que hoy pueden sonar revolucionarias: democracia, libertad, Estado de derecho, separación de poderes, economía de mercado, Unión Europea, globalización… Ahí se sitúan una inmensa mayoría de españoles, que saben lo que ha costado llegar hasta aquí, que no quieren experimentos peronistas ni una vuelta a las tinieblas y que, llegado el caso, estarán dispuestos a votar a quien haga falta si ven peligrar las bases del sistema.
Por último, es crucial que Casado elabore un plan de medidas concretas que contribuyan a mejorar la calidad de la democracia española, es decir, la dichosa regeneración prometida por Aznar y nunca completada, y que permitirían colocar al PP en una posición vanguardista. Y ahí entrarían cuestiones tan básicas como la despolitización de la Justicia y de los medios de comunicación públicos, las listas abiertas para acabar con la partitocracia e incluso una reforma electoral que mejore la proporcionalidad y no sobrerrepresente a los independentismos en el Congreso de los Diputados.
La dirección incorrecta
Y es precisamente en este asunto de la regeneración donde Casado está flaqueando más. Ni hay propuestas en ese sentido, ni los pocos pasos que se dan van en la dirección correcta. Bastan tres ejemplos de los últimos días para demostrarlo. Primero: el PP acaba de repartirse con otros tres partidos el Consejo de Administración de Radiotelevisión Española sin el menor pudor. Segundo: Casado permanece sospechosamente en silencio frente a las extrañas amistades/comidas de la fiscal general del Estado, cuando es evidente que Dolores Delgado debería haber sido cesada ya de su cargo en cualquier país normal (¿acaso todavía teme el PP al excomisario Villarejo?). Y tercero: salir sistemáticamente en defensa de Juan Carlos I sin plantear siquiera qué se podría reformar para evitar que su hijo algún día pueda llegar a imitarle, da una sensación un tanto retrógrada. La mejor manera de defender la Corona es creando las condiciones para que nunca jamás se puedan repetir semejantes comportamientos, y eso pasa por reforzar los controles en La Zarzuela y darle poder a la gente más cercana al Rey para que pueda atajar a tiempo cualquier veleidad. Defender la figura histórica del Emérito no puede ni debe ser incompatible con censurar todo lo que estamos conociendo estas semanas. Y ahí el PP debería ser mucho más valiente.