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Carmen Posadas: Baraka

Algunos la llaman ‘baraka’; otros, ‘estrella’. Napoleón la llamaba simplemente ‘suerte’ y era un factor decisivo a la hora de elegir a sus generales. «Sí, sí, ya sé que es brillante, valiente y un espléndido militar, pero ¿tiene suerte?», inquiría. Y si el tipo tenía fama de cenizo y no parecía tocado por el dedo de la diosa Fortuna, se quedaba sin ascenso.  Que la suerte es tornadiza, azarosa y sobre todo injusta no requiere mayor argumentación. ¿Por qué medran tantos mediocres mientras personas preparadas y de mucha más valía jamás llegan a nada? A posteriori siempre se pueden elaborar teorías que explican el éxito de unos y el fracaso de otros. Sin embargo, más allá de la destreza de los mediocres para manipular (que es mucha) y de la de los inteligentes para ser sus propios enemigos (que es también considerable), a la postre está ella, la suerte, esa grandísima caprichosa que bendice o condena. En un político, tener estrella o baraka es factor decisivo. El ejemplo más claro es el propio Napoleón. Nadie puede discutirle talento, arrojo, ni genio militar, pero jamás habría logrado poner Europa a sus pies si no se hubieran sucedido a lo largo de su carrera una serie de carambolas afortunadas y absolutamente imprevisibles.

Como la suerte no repara en bondades, otro al que sonrió durante años fue a Adolf Hitler. Si los ingleses, hastiados de guerra y muerte, no hubieran intentado apaciguarle en los primeros años, y si los franceses por su parte no hubieran cometido tantos errores estratégicos, su famosa guerra relámpago posiblemente no habría llegado lejos.

Salvando todas las distancias que ustedes quieran con los dos personajes antes mencionados, para mí un ejemplo notable de baraka, de estrella y, en román paladino, de flor en el culo es Pedro Sánchez. Como decía Rubén Amón en un artículo reciente, nuestro presidente debe de estar a punto de levitar, si no lo ha hecho ya. Ni en sus más enfebrecidos sueños podría haberse imaginado que, después de ganar las elecciones pasadas con el número de diputados más exiguo de la democracia, en poco más de dos años, se producirían a su favor tantas venturosas carambolas. Para empezar, ver cómo, de pronto, los partidos de la derecha deciden suicidarse y/o fagocitarse unos a otros. Primero Ciudadanos, en las generales, y, a partir de ahí, en cada nueva cita con las urnas, tanto la formación naranja como el Partido Popular se han ido dejando jirones de votos al tiempo que constatan con desesperación cómo les madruga la merienda Vox (formación, por cierto, que ha sido otra bendición para Sánchez). En cuanto a su rival por la izquierda –aquel que tic-tac, tic-tac, según inolvidable escenificación de su líder morado, a punto estuvo de hacerle un sorpasso–, ve también nuestro venturoso presidente cómo se diluye poco a poco, víctima de sus propias contradicciones y extremosidades. Por si le faltaran motivos para levitar, como dice Amón, resulta que una inesperada pandemia mundial no sólo se está ocupando de difuminar todos sus errores, arbitrariedades e inoperancias. También, y sobre todo, le ha premiado con una lluvia de millones de euros, ciento cuarenta mil  para ser exactos, con los que hacer y deshacer como mejor le convenga a sus intereses, y el que venga detrás que arree (y pague, por supuesto). Si esto no es baraka que baje Dios (o Alá) y lo vea. El problema, sin embargo, de los felices poseedores de una flor en el culo es que, por muy inteligentes y/o zorros que sean, acaban confundiendo suerte con talento. En otras palabras,  convencidos de que las inverosímiles carambolas que los han llevado a las alturas se deben sólo a sus muchas habilidades, en su soberbia olvidan que la cualidad esencial de la suerte es que cambia. Un buen día, tal como viene se va. Opta por sonreírle a otro y, a partir de ahí, el suertudo acaba  víctima de su arrojo, de su soberbia, de sus errores. Le ocurrió a Napoleón, a pesar de su indudable talento. Le ocurrió también a Hitler y, sin duda, le acabará sucediendo a Sánchez. Y ojalá no haya que esperar demasiado, porque la baraka de los malos gobernantes se traduce siempre en pésima suerte para aquellos a quienes gobiernan.

 

 

 

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