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La política del ensimismamiento

La política identitaria es una receta para la fragmentación social, una exaltación del solipsismo.

Hace unos meses, HBO Max retiró temporalmente el clásico del cine Lo que el viento se llevó de su catálogo, por la visión romantizada que presenta de la esclavitud en Estados Unidos. Dije entonces que si nos ponemos a juzgar las obras de arte del pasado bajo los parámetros morales del presente, ninguna se salvaría de la hoguera. Ni el Quijote, ni la Biblia, ni Cien años de soledad. Ese proceso, lastimosamente, sigue en marcha. Y sus resultados son cada vez más absurdos.

Últimamente el neopuritanismo se ha ensañado con las obras infantiles. Fueron retirados de circulación seis libros del entrañable Dr. Seuss –creador del Grinch– por sus caricaturas de personajes negros, árabes, asiáticos e inuits. El pestilente zorrillo de Warner Bros., Pepe Le Pew, fue acusado de apología de la violación. Y el escurridizo ratón Speedy González es culpable de perpetuar estereotipos negativos sobre los mexicanos. Felizmente, muchos mexicanos reaccionaron airados y defendieron al roedor del biempensantismo gringo.

Esta cruzada para purgar de la cultura a cualquier personaje o narrativa que ofenda la delicada sensibilidad moderna le cae como anillo al dedo a la fea ‘política identitaria’ que se ha tomado el debate público en las naciones desarrolladas. Y que pronto se lo tomará aquí también, pues, por los vectores de la academia y las redes sociales, solemos contagiarnos de los debates de moda en EE. UU. y Europa. Consiste en ver la sociedad exclusivamente a través del prisma de la raza, el género, la orientación sexual, etc., de las personas. Y aunque dicho así no suena particularmente dañino, es una semilla de buenas intenciones que al crecer se transforma en un frondoso helecho de necedades. Como descubrieron los traductores de Amanda Gorman.

Ahora resulta que el traductor, cuya función es servir de puente entre dos culturas, no es apto para hacerlo a menos que se parezca al autor original hasta en el contenido de melanina de la piel.

Gorman es una joven poeta afroamericana que fue invitada a recitar uno de sus poemas en la investidura de Joe Biden. Fue tal el vitrinazo que las editoriales del mundo de inmediato quisieron publicarla. Pero los traductores elegidos para llevarla al holandés y al catalán fueron rechazados con un argumento insólito: que no eran negros como Gorman; por lo tanto, no eran los indicados para traducir su obra.

Esta irrupción de la política identitaria en el relativamente tranquilo mundo de la traducción literaria es muy reveladora. ¿No es el arte de la traducción el arte de la empatía, por excelencia? El diccionario define ‘empatía’ así: “participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra”. Y eso es, justamente, lo que hace un traductor: se esfuerza por ver el mundo como lo ve alguien de otra cultura, para que nosotros, los lectores, podamos, aunque sea imperfectamente, participar en esa realidad. Es la más difícil y desagradecida de las artes literarias, pues mientras mejor se hace, menos se nota.

Pero ahora resulta que el traductor, cuya función es servir de puente entre dos culturas, no es apto para hacerlo a menos que se parezca al autor original hasta en el contenido de melanina de la piel.

Es una desgracia doble. Primero, porque por más que se quiera disfrazar de inclusión, se trata, literalmente, de lo que, hasta hace quince minutos, llamábamos racismo: la idea de que el color de piel de las personas determina lo que pueden o no hacer.

Segundo, porque nos aleja de la meta de superar el racismo y la discriminación. Por eso este caso es tan diciente. Si ni a un traductor, cuyo oficio es trascender el ego, se le otorga la posibilidad de hacerlo, ¿qué nos queda al resto? Vivir confinados en estrechas jaulas identitarias, sin posibilidad de entendernos de verdad con nadie más que con nosotros mismos. La política identitaria, por eso, es una receta para la fragmentación social. Y, llevada al extremo, una exaltación del solipsismo.

Thierry Ways
@tways / tde@thierryw.net

 

 

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