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Las vacunas exclusivas para el fútbol amplían la brecha entre protagonistas y espectadores

Alejandro Wall es periodista especializado en deportes. Actualmente es columnista de ‘Pasaron Cosas’, por Radio con Vos, y coconductor de ‘Era por abajo’. Ha publicado cuatro libros deportivos, entre ellos ‘El último Maradona’.

 

El fútbol sudamericano vive en su burbuja. Los planteles que el martes 20 de abril comenzaron la fase de grupos de la Copa Libertadores, el torneo continental más deseado por los equipos, tendrán pasillos sanitarios para moverse entre los diez países de la región, llegarán testeados a sus destinos —sin mantener contacto estrecho con personas ajenas a sus delegaciones— y no tendrán la obligación de cumplir cuarentena al arribar a sus países. Lo mismo ocurre con la Copa Sudamericana, que inició el mismo camino esta semana.

 

Es parte del protocolo de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) para garantizar sus certámenes y cuidar a equipos como Palmeiras, el campeón vigente de la Libertadores, valuado en casi 150 millones de dólares. Desde ahora, además, esos futbolistas tendrán a disposición una dosis de la vacuna contra el COVID-19, ese bien por el que pujan y negocian todos los gobiernos del mundo para inmunizar a sectores prioritarios de su población. Si el historiador y sociólogo británico David Goldblatt dice que el fútbol es el reflejo más extraordinario de la sociedad, el acuerdo de la Conmebol para recibir una donación de vacunas por parte del laboratorio chino Sinovac Biotech lo convierte directamente en una sociedad paralela. Tiene sus propias reglas y también sus privilegios.

 

Una región sumergida bajo la segunda ola pandémica, con un nivel de vacunación que en su mayoría no llega a completar la inmunización de su población de riesgo, observa desde la ventana cómo la industria del fútbol consigue vacunas para jóvenes veinteañeros o treintañeros saludables, dedicados a entretener con la pelota. El contraste se hizo visible con la efusividad del anuncio. “¡La mejor noticia para la familia del fútbol sudamericano!”, se tituló el comunicado de la Conmebol. Solo unos días antes, la directora de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienneadvertía que en ningún lugar las infecciones preocupaban tanto como en Sudamérica. Por citar un país, mientras la Conmebol se jactaba de sus vacunas exclusivas, Argentina avanzaba hacia mayores restricciones para evitar el desborde sanitario, con récords de contagios y más de 58,000 muertes por COVID-19.

 

El hacedor del acuerdo entre Sinovac y la Conmebol fue el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, como lo hizo explícito el titular de la organización, Alejandro Domínguez. Si bien ya más de un millón de personas recibieron al menos una primera dosis contra el COVID-19 en Uruguay, hay departamentos de ese país en los que el porcentaje de vacunación no llega a 30%, y está el caso de Canelones, donde solo 19.6% de su población recibió una dosis. Por eso se escuchó el reproche del intendente de ese distrito, Yamandú Orsi, dirigente del Frente Amplio, cuando se conoció la gestión de Lacalle Pou para favorecer a la Conmebol. “De repente —dijo— esa misma consideración la podría tener para con el departamento de Canelones».

 

Lo que la Conmebol autopercibe como un orgullo aparece, en realidad, como la jactancia de un privilegio. ¿Por qué el fútbol consigue un acuerdo que ninguna otra industria en el mundo pudo conseguir? Y, sobre todo, ¿por qué cuando la distribución de las vacunas está en discusión se priorizaría la inmunización de futbolistas sobre sectores que lo requieren con urgencia? Son los momentos en los que surge la pregunta sobre la esencialidad del fútbol, aquello que le adjudican a Jorge Valdano sobre ser lo más importante de lo menos importante.

 

Sin vacunas, el fútbol hubiera seguido adelante. Como hasta ahora. En los diez países que integran la Conmebol se han jugado torneos locales en medio de la pandemia, aún con intermitencias, como en Brasil. Incluso cuando algunos equipos tienen brotes severos de contagios. Las excepciones del fútbol sudamericano para que nada pare son cada vez mayores. Se cambian sedes por la situación sanitaria de algunas ciudades, se evitan cuarentenas después de viajes al exterior y hasta se saltean restricciones horarias. Las 50,000 dosis de la vacuna que produce Sinovac son parte de un nuevo capítulo. Esa vacuna, por ejemplo, no está aprobada todavía en la Argentina. Cuando el equipo de ese país sea eventualmente inmunizado con las dosis de la Conmebol, tendrá que hacerlo fuera de sus fronteras. La organización aún no detalló cómo será la logística, pero confirmó que, en principio, alcanzará a 25,000 personas y estará enfocada en los planteles de los equipos de la primera categoría de los diez países, además de árbitros, técnicos y otros miembros del fútbol profesional, lo que incluiría a dirigentes.

 

El aficionado podría agradecer el esfuerzo. El fútbol es uno de los grandes entretenimientos televisivos en tiempos de pandemia. Que haya fútbol y haya Netflix. Pero los aficionados, los hinchas, no pueden ir a los estadios. Será difícil, incluso, que eso ocurra durante la Copa América, que comenzará en junio en Colombia y Argentina. Ese es otro objetivo de la Conmebol. Inmunizar a los futbolistas de las selecciones, muchos de ellos jugadores de ligas europeas, y así garantizar el espectáculo. Pero la situación epidemiológica en Argentina hizo que el presidente Alberto Fernández pusiera en duda la Copa América. “Se juega con o sin público”, me dijo una fuente de la Conmebol.

 

Para eso también están las vacunas. Para que los equipos europeos no duden en ceder a sus futbolistas. Europa no vacunó a sus jugadores y hay fútbol hace un año. Sin público, igual que en Sudamérica. Nadie pensó que esas vacunas de la Conmebol podrían ir a quienes desde hace un año pagan sus cuotas sociales, sus abonos en estadios, sin recibir nada a cambio. Al público, la parte de la sociedad que las espera. No hay novedad en que el negocio del fútbol siempre se impone, que se prioriza a los dueños de los derechos televisivos y a los patrocinadores. Los más poderosos quieren acumular cada vez más poder, como lo demuestra el nuevo proyecto de Superliga Europea. Pero los aficionados se abrazan a la ilusión de que al final, en el campo, lo que manda es el juego. Es una forma de autoengaño. O es, como dijo el español Albert Morén, autor del blog En un momento dado: “Es tremendo lo mucho que nos gusta el fútbol, con lo mucho que hace ‘el fútbol’ para no gustarnos”. El fútbol inmunizado de la Conmebol amplía la brecha entre protagonistas y espectadores. Es solo otra expresión de la desigualdad en el acceso de las vacunas y, a menor escala, de lo que en algunos países se conoció como vacunación VIP.

 

Lionel Messi, un eventual futuro inmunizado, envió tres camisetas a los directivos de Sinovac en agradecimiento. No parece casualidad tampoco que el laboratorio chino se haya subido a esta ola del fútbol justo en una semana en la que se discutía la eficacia de su producto. Quizá se trate también de un efecto de marketing. El regalo de Messi fue una gestión que Ángel Di María realizó por pedido de Gonzalo Belloso, secretario general de la Conmebol. “Al anunciar las 50,000 dosis de vacuna para Conmebol, quiero contarles que los directivos de Sinovac manifestaron su admiración por Lionel Messi, quien con toda predisposición nos envió tres camisetas para ellos. Así que él también es parte de este logro!!”, tuiteó Belloso. Y agregó un hashtag: #Elfutbolsalvaalfutbol. Pero el fútbol debería aprender de otra consigna muy repetida en estos tiempos: que nadie se salva solo.

 

 

 

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