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Venezuela e Israel: del equilibrio diplomático a la retórica encendida

La relación de Venezuela con el Estado israelí ha variado desde la creación de éste en 1948. Tal vez tengamos que esperar a la democracia no solo por restablecer la relación, sino por hacerla más balanceada

La historia de las relaciones entre Venezuela e Israel es la de una transición: de la diplomacia del equilibrio durante la república civil, hacia una retórica contra el Estado judío en tiempos del chavismo. Esto se refleja hoy en las redes sociales, los nuevos campos de batalla de la desinformación, las opiniones encendidas y los relatos de venezolanos que viven en el Israel bajo los misiles que lanzan Hamás y la Yihad Islámica desde Gaza.

La Venezuela de finales de los años cuarenta del siglo XX apoyó la creación de un Estado judío en lo que era entonces la Palestina bajo el mandato británico. Se creó el Comité Venezolano Pro-Palestina (1946) que tuvo como miembros a José Nucete Sardi, Andrés Eloy Blanco, Juan Liscano, Miguel Otero Silva, Mario Briceño Iragorry, Antonio Arráiz, Netty Bargrasser y al periodista y fundador de los semanarios Mundo Israelita y Nuevo Mundo Israelita, Moisés Sananes.

El gobierno de Venezuela votó a favor de la resolución 181 de las Naciones Unidas en septiembre de 1947 sobre la partición de Palestina, que postulaba la creación de dos Estados, uno judío y otro árabe. Estableció relaciones con el naciente Estado hebreo, y así fue hasta que, a finales de 2008, a propósito de uno de los conflictos en la franja de Gaza, el gobierno de Hugo Chávez rompió relaciones con Israel y expulsó a su embajador.

Con esa decisión, el régimen chavista terminó con una larga política que se podría denominar como la diplomacia del equilibrio de Venezuela en el Medio Oriente. Los gobiernos democráticos tenían vínculos muy cercanos con los países árabes e Irán, debido al papel protagónico que tuvo Venezuela en la fundación de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1960.

Incluso, hubo momentos en que la política exterior de Venezuela fue relativamente crítica hacia Israel. Durante su primera presidencia, Carlos Andrés Pérez se acercó al Movimiento de los No Alineados, lo que hizo que se aproximara más a posiciones a favor de la creación de un Estado palestino como parte de la solución del conflicto árabe-israelí. Otros gobiernos democráticos, por su papel protagónico en la OPEP y por el impulso que dieron a la llamada colaboración “Sur-Sur” entre los países en vías de desarrollo, mantuvieron un delicado balance entre los vínculos con Israel y con los llamados países del Tercer Mundo.

Venezuela e Israel mantuvieron relaciones de cooperación en áreas como la agricultura, la ciencia, la tecnología y la militar. El Instituto Cultural Venezolano Israelí (ICVI), fundado en 1956, ha promovido los intercambios culturales entre los dos países (a pesar de que no existen vínculos diplomáticos entre los dos países, el instituto sigue operando). Las realizaciones del ICVI incluyen la traducción al hebreo de la novela Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, la edición de las versiones bilingües hebreo-castellano de Diez poemas de Andrés Eloy Blanco y Olivos de eternidad de Vicente Gerbasi, entre muchas otras obras.

Personajes de la política israelí, desde la izquierda a la derecha, visitaron Venezuela. Vinieron al país Itzjak Rabín, Shimón Peres, Shlomo Ben Amí, Menahem Beguin, Itzjak Shamir, Ariel Sharón, entre muchos otros ministros y miembros de la Keneset (parlamento).

La existencia en el país de una pequeña comunidad judía, pero muy activa en varios ámbitos de la vida venezolana, facilitó la creación de vínculos entre las dos naciones más allá de las formalidades diplomáticas. Hoy existe en Israel una comunidad de venezolanos que se han organizado alrededor de Beit Venezuela, asociación que se representa como el “hogar venezolano en Israel”.

El viraje hacia el fundamentalismo

Con la llegada al poder de Hugo Chávez, lo que había sido hasta ese entonces una política de balance y prudencia, comenzó a fracturarse. El primer indicio lo dio el acercamiento de Chávez con el sociólogo argentino Norberto Ceresole, escritor vinculado a los iraníes, al militar golpista argentino Aldo Rico, abiertamente antisemita y anti-israelí, y con inclinaciones negacionistas del Holocausto. Ceresole dejó Venezuela en 1999 por invitación del entonces canciller José Vicente Rangel, pues se convirtió en un personaje incómodo para el gobierno. Pero las ideas de Ceresole parecen haber tenido influencia en Chávez y en muchos de sus colaboradores, que incrementaron sus relaciones con la República Islámica de Irán, la Siria de al-Assad, el Hezbolá chií en el Líbano y a otros grupos árabo-musulmanes con posiciones radicales con respecto a Occidente e Israel.

Después de la ruptura con Israel en 2008, el gobierno venezolano abrió una embajada en Ramala, y la Autoridad Palestina abrió una embajada en Caracas. Desde ese momento, las declaraciones de los gobiernos de Chávez y más recientemente de Maduro han estado alineadas con la llamada “causa palestina”. En un comunicado reciente, el régimen venezolano dijo que “…manifiesta su más enérgica condena ante las nuevas acciones violentas e injustificables cometidas contra el hermano Pueblo palestino por parte del Estado de Israel, que incluyen la aplicación de desplazamientos forzosos a habitantes legítimos de la comunidad Sheikh Jarrah, así como la inhumana ejecución de bombardeos indiscriminados contra la población civil. Estos eventos constituyen una grave violación de los derechos humanos de la población palestina y se han incrementado, precisamente, durante el Sagrado Mes del Ramadán”.

Aunque la declaración de la cancillería venezolana llama al “respeto a las resoluciones de las Naciones Unidas, [que] podrá conllevar a una solución negociada, como única vía hacia la paz y estabilidad en la región”, el lenguaje del gobierno de Maduro usa las fórmulas de los anti-israelíes. Por ejemplo, se refiere en el mismo comunicado a la “violencia sionista contra el pueblo palestino”. “Sionista” tiene connotaciones particulares en los discursos radicales y se asocia con “racista”, “colonialista”, “supremacista”. El sionismo no es otra cosa que el movimiento nacional judío para el establecimiento de un estado en su tierra ancestral.

El discurso chavista con respecto a Israel y a los judíos ha tomado desde hace tiempo un giro intolerante, por no decir antisemita. En ocasiones de la retórica se ha pasado a la acción. El gobierno de Chávez ordenó en dos ocasiones allanar con fuerzas policiales las instalaciones del Colegio Hebraica Moral y Luces en Caracas (en 2004 y en 2007) cuando los niños llegaban a la escuela en la mañana, con la excusa de que buscaban armas y explosivos. Bandoleros entraron y produjeron destrozos en la sinagoga Tiféret Israel en el sector de Maripérez en la capital venezolana en enero de 2009, unos días después de que Chávez rompiera relaciones con el Estado judío. Más recientemente, el gobierno de Beyamin Netanyahu reconoció a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela.

Con el incremento de las tensiones entre Israel y los palestinos, es difícil vislumbrar que Venezuela vuelva a posiciones más balanceadas con respecto a la resolución de ese conflicto. Además, ha perdido protagonismo en la OPEP por la caída de su producción petrolera, lo que lo convierte en un actor marginal frente a los grandes productores como Arabia Saudita. Sin embargo, el régimen de Maduro ha decidido alinearse con posiciones como la iraní, que apoya a Hamás y a Hezbolá, movimientos que buscan la destrucción de Israel. Esperemos que el retorno a la democracia implique una vuelta a la sensatez en la diplomacia venezolana en el Medio Oriente.

 

 

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