Derechos humanosDictaduraMarcos VillasmilPolíticaRelaciones internacionalesViolencia

Villasmil: Tiranías del siglo XXI

 

Cada día, semana, mes y año transcurridos, las democracias están mostrando que carecen de mecanismos idóneos (y a veces incluso la voluntad) para enfrentar un particular tipo de autoritarismo, las “tiranías del siglo XXI”, o sea Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Se siguen usando las mismas intuiciones, los análisis y esquemas del siglo pasado -que se planteaban frente a dictaduras del viejo estilo, predominantemente militaristas- y que tienen décadas fracasando frente al castrismo.

Los actuales tiranos lo saben. Y encima tienen el apoyo y la solidaridad planificada de parte de autoritarismos como Rusia, China, Turquía e Irán. Sin dejar de mencionar la complacencia táctica de supuestas democracias como los gobiernos de Argentina y México.

La crisis de la pandemia ha probado que la vida de sus compatriotas les importa un bledo. Que han usado este año y medio para aumentar los controles, para perseguir cualquier disidencia. Por ello las migraciones ciudadanas no solo no han disminuido, sino que se han incrementado. Las tres trabajan en conjunto en esas labores inhumanas.  Y encima, en dos de ellas, se preparan caricaturas electorales con el fin de mantenerse en el poder – que es un objetivo supremo de las élites tiránicas -, con la clara supremacía de un partido único (junto a otras organizaciones, meras sombras acompañantes, dispuestas a recibir las migajas que el régimen les conceda).

Como bien destaca Héctor Schamis, “exportar el régimen de partido único es uno de los objetivos fundamentales de la política exterior de La Habana”. Afirma asimismo, sobre la tiranía venezolana: “Ello con un sistema electoral arbitrario, ausencia de libertades y garantías procesales, un Poder Judicial que no tiene la voluntad ni la capacidad de enjuiciar a los violadores de derechos humanos y un partido oficialista que, al cabo de 23 años, se mantiene en el poder con elecciones abiertamente fraudulentas. Y todo bajo control de la inteligencia militar cubana”.

 

***

 

Recientemente BBC News entrevistó al expresidente costrarricense Luis Guillermo Solís, politólogo e historiador, y que en la actualidad dirige el Centro Kimberly Green para América Latina y el Caribe de la Universidad Internacional de Florida. Ya en el título Solís señala uno de los meollos del problema:

«No podemos tener otra Venezuela: si Nicaragua se sale con la suya, marca un precedente nefasto para América Latina».

Ni otra Venezuela, ni mucho menos otra Cuba. ¿Cómo evitar que se “normalicen” las tiranías venezolana y nicaragüense, como aspiran el Grupo de Puebla, José Luis Rodríguez Zapatero o incluso el Alto Comisionado para las Relaciones Exteriores de Europa, otro socialista español, Josep Borrell?

El tema central es que sí, se están saliendo con la suya. A la vista de todas las democracias del mundo, que lucen impotentes, ofreciendo -repetimos- recetas antiguas que han probado ser ineficaces.

Para Solís, no es la primera vez que el régimen de Ortega comete abusos a los derechos humanos, pero se sorprende ante “el desparpajo con que se están produciendo los arrestos de opositores, la evidente forma como Ortega pareciera regodearse ante la opinión pública internacional, ante la cual se muestra completamente burlón, me parece que no tiene precedentes en la historia no solamente de Nicaragua, sino de América Latina”.

Con perdón, Dr. Solís, sí hay precedentes: la Cuba castrista y la Venezuela chavista.

 

***

 

Solís piensa que el orteguismo es una dictadura,  pero se incluye entre quienes se encuentran confundidos por la actitud de Ortega, “porque uno hubiese supuesto que esta actitud era precisamente la contraria a la que le servía al régimen”.

Con esto, Solís muestra una característica desgraciadamente común entre los liderazgos democráticos: el desconocimiento de la “naturaleza de la bestia” socialista: no son los dictadorzuelos militares que asolaron por años la región latinoamericana; los tiranos actuales no tienen empacho en manipular la pandemia para decidir quién vive y quién muere. Tampoco les ha temblado el pulso para coaligarse con las guerrillas colombianas y con el narcotráfico.

Parafraseando a Henry Kissinger: bajo los actuales tiranos, Cuba, Venezuela y Nicaragua no son naciones, son causas. Causas criminales.

Sus dirigentes no son solamente políticos autoritarios, corruptos. Son bandas criminales sin apego a ningún valor humano moral o éticamente digno.

El diálogo, ese instrumento de uso común entre demócratas, con ellos una y otra vez se ha estrellado. ¿Alguien recuerda al menos una sola promesa o acuerdo que hayan cumplido estos tiranos?

Reconoce el expresidente tico que la comunidad internacional “ha hecho lo posible en las actuales circunstancias, pero que las opciones diplomáticas se están agotando”. También afirma que “me parece que se está haciendo hasta donde se puede con los instrumentos disponibles”. Un problema central es que “los instrumentos disponibles” no parecen ser suficientes para lidiar con estos seres.

Las sanciones no parecen obrar efectos decisivos, en especial cuando las oposiciones en cada país -por desgracia, hay que usar el plural- se muestran vocacionalmente suicidas, al negarse obstinadamente a unir sus fuerzas.

El Dr. Solís afirma una verdad: “No me imagino a ningún gobierno avalando la tesis orteguiana hoy de cárcel y palo para la oposición como una forma de alimentar una transición hacia un régimen democrático”. Bueno, con las excepciones mencionadas de México y Argentina, hipócritamente defensoras del principio de “no intervención en los asuntos internos” como forma de maquillar sus apoyos al castrismo, a Maduro y Ortega. Para Solís, en casos como estos no puede aceptarse tal argumento. Y por cierto, la “no intervención” no es un principio. Es una excusa para justificar la complicidad con las tiranías.

Recalca además: “pensar en una elección que además sea justa, que tenga observación internacional y sea legítimamente reconocida, me parece prácticamente imposible”.

Finaliza la entrevista pidiendo la unidad de los demócratas. Si tan solo los crónicamente divididos opositores le hicieran caso.

 

 

 

Botón volver arriba