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La consulta de AMLO sobre los expresidentes es peligrosa. No basta con ignorarla.

Luis Antonio Espino es consultor en comunicación en México.

 

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha faltado sistemáticamente a la verdad en su iniciativa para llevar discrecionalmente a juicio a cinco expresidentes, desde Carlos Salinas (1988-1994) hasta Enrique Peña Nieto (2012-2018). Su gobierno realizará una consulta pública el 1 de agosto, en donde se preguntará a la población: “¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”.

 

De este modo, el presidente impulsará una venganza política y personal eludiendo la rendición de cuentas sobre su palabra y acciones. La consulta es una farsa demasiado peligrosa para ignorarla y esperar que el desinterés de la población la vuelva inofensiva.

 

En estos casi tres años de gobierno, AMLO se ha apoyado para este tema en la paralipsis, un recurso retórico que permite hablar de una idea dando la impresión de que se está pasando por alto, relegando o negando la misma. En este caso, el presidente dijo repetidamente que estaba en contra de someter a juicio a los expresidentes, pero al mismo tiempo no dejó de hablar de ello y responsabilizó a lo que él llama “el pueblo” de la decisión final.

 

Por ejemplo, en junio de 2019, dijo: “Si es indispensable se hace (la consulta para el juicio), pero yo no creo que debamos estar anclados en el pasado, debemos ver hacia adelante, solo que sea mucha la exigencia de la gente”.

 

En vez de ofrecer argumentos a favor de lo que se supone que él quería —no juzgar a los expresidentes—, AMLO lo hacía frecuentemente a favor de lo contrario. En febrero de ese mismo año afirmó: “Que el ciudadano diga: Sí, queremos enjuiciar a Salinas. ¿Por qué? Porque entregó empresas públicas a particulares. Queremos enjuiciar a Zedillo, porque convirtió las deudas privadas en deuda pública con el Fobaproa. Queremos enjuiciar a Fox por traidor a la democracia (…) Queremos enjuiciar a Felipe Calderón, porque utilizó la fuerza y convirtió al país en un cementerio. Queremos enjuiciar a Peña por corrupción”.

 

De este modo, al afirmar que en realidad no quiere llevarlos a juicio y que “el pueblo” debe decidir, elude hacerse cargo de sus acciones.

 

Para llegar a que se realice esta consulta, el poder presidencial venció las murallas institucionales del Congreso y la Suprema Corte de Justicia. Ante esta iniciativa de López Obrador, hay quienes proponen que se le ignore. “Es altamente posible que la consulta popular no tenga viabilidad”, señaló el exministro José Ramón Cossío. “Lo que conviene es llamar al país a la abstención y a desairar los intentos polarizantes del presidente”recomendó el consultor Luis Carlos Ugalde, al recordar que se necesita 40% de participación para que la consulta sea jurídicamente vinculante. “Espero que un número considerable de ciudadanos no se sumen a ese ejercicio indigno”, dijo el académico José Woldenberg, tras calificar a la consulta como un “carnaval que tiene mucho de espectáculo ultrajante, venganza y operación distractora”.

 

Coincido con ellos, pero también pienso que esta farsa es demasiado peligrosa para ignorarla. Hay que comprender que AMLO es muy bueno usando la técnica discursiva conocida como framing (o encuadre), en la cual la forma en la que un tema es presentado influye en cómo la gente lo percibe y toma posturas a favor o en contra.

 

El encuadre que AMLO ha logrado darle a la consulta es el de la moralidad y la revancha. Así, mientras sus críticos y opositores atacan con argumentos racionales la falta de sentido jurídico y presupuestal de la consulta, el presidente transmite su mensaje en la frecuencia de las emociones y nos está preguntando en realidad otra cosa: ¿Siente usted que todos los presidentes previos son malas personas, líderes inmorales y sin legitimidad movidos por el deseo de causarle daño intencionalmente a México? ¿Siente usted que ahora “el pueblo” tiene derecho a regresarles ese daño?

 

Si contestáramos que sí, como es muy probable que responda la mayoría de quienes irán a votar, implícitamente estaremos diciendo que AMLO es la única buena persona que ha llegado a presidente de México y, por lo tanto, el único con legitimidad para castigar a los villanos. Si eso fuera cierto, entonces ¿por qué habríamos de cambiar de presidente en el futuro?

 

Por eso la consulta es mucho más peligrosa de lo que aparenta. Con esa votación no se está cuestionando solo a los expresidentes sino también a todo el sistema democrático, al deslegitimar a los gobernantes de los partidos que hoy forman el núcleo de la oposición. No es casualidad que en la siguiente consulta, a celebrarse en marzo de 2022, se preguntará al “pueblo” si queremos que AMLO se quede o se vaya de la presidencia. ¿Qué haremos si AMLO decide preguntarnos esto mismo en las elecciones presidenciales de 2024? ¿Bastará también con la abstención para impedir su reelección o la extensión arbitraria de su mandato?

 

No bastan la abstención y la indiferencia. La oposición y las voces críticas del gobierno deben ser más activas en el rechazo a la consulta para que las y los ciudadanos no caigan en esta trampa del populismo que busca propagar la distorsionada idea de que solo López Obrador tiene la autoridad moral para gobernar a México. Debe explicarse la ciudadanía que no estamos ante un acto de justicia, sino ante un ejercicio de deslegitimación e intimidación política y jurídica de la oposición.

 

Participar en la consulta, así sea para votar por el “no”, significa darle permiso a una sola persona para erigirse en juez y verdugo de todo el sistema político en nombre de un “pueblo” definido a modo. Debemos ser claros también en el hecho de que López Obrador no solo busca destruir la imagen y la reputación de los expresidentes, sino afectar las posibilidades políticas de potenciales competidores electorales en el futuro. No son pocos los políticos que podrían caer en la difusa categoría de actor político« que “tomó decisiones políticas en el pasado” y convertirse en cómplice de los expresidentes condenados en esta farsa, cuyo único propósito es convertir el relato demagógico de AMLO en la única forma de pensar y entender nuestra realidad política.

 

 

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