Hace cinco años, Vladimir Cerrón, candidato a la presidencia del Perú por el partido comunista Perú Libre, renunció ante la imposibilidad de lograr el 1% de los votos, que suponía la liquidación del partido, según la ley electoral. Cinco años después, no sólo ha formado un Gobierno, que preside un lerdo a sus órdenes bajo un sombrero con antena dentro y que dice llamarse Pedro Castillo, sino un poder popular, típicamente comunista, legal e ilegal, que liquidará el régimen constitucional peruano y forjará a sangre y fuego un modelo político totalitario, cuya cabeza será el partido, o sea, él, al que obedecerá el Gobierno, también suyo, y que impondrá, si los peruanos se dejan, una constitución que niega la democracia representativa y la condición de ciudadano, con derechos individuales imprescriptibles.
A cambio, las urnas, ignorantes del sentido correcto de la Historia, serán sustituidas por entes menos sórdidamente contables que los votos. Así, los «pueblos originarios», la «paridad de género», «las masas siempre traicionadas», los «sectores populares marginados por el capitalismo» y otras construcciones entre el marxismo y la brujería andina. La legitimidad ya no está en el ciudadano y su voto sino en la relación directa entre Naturaleza y Poder. Un discurso político telúrico y marxista-leninista que seguramente pasará por la antena del cono de Castillo, con Cerrón como Mago de Coz.
El Gobierno de todos los terrorismos comunistas
El éxito de Cerrón ha consistido en llevar al Gobierno del Perú a todos los grupos terroristas, marxistas y leninistas, maoístas o no, desde el primitivo ELN dirigido desde La Habana en los 60 y 70, hasta los grupos genocidas maoístas Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), que provocaron 70.000 muertos en la década de los 80 y los primeros 90 del siglo pasado, hasta la captura por Fujimori de Abimael Guzmán y el reconocimiento de su derrota, que incluía la cancelación temporal de la «guerra popular» iniciada en Ayacucho hace cuarenta años.
A mediados de los 60 del siglo XX se escindió el Partido Comunista del Perú en dos facciones, la pro-soviética y la pro-china de «Bandera Roja», predominante en la universidad y en los medios de comunicación. Desde entonces, caminaron por vías opuestas, teóricamente incompatibles. Pero en 2021 nada separa a un comunista de Sendero de uno del MRTA, a un guevarista y a un bolivariano cocalero del Cartel de los Soles, cuya Casa Común vuelve a ser La Habana y cuyo gigantesco aparato de propaganda es el Foro de Sao Paulo, el eje que se llamó ALBA en tiempos de Chávez y que ahora está tomando uno a uno todos los países hispanos —sólo se salva Brasil, de momento—, del México de AMLO a la Argentina de los Kirchner pasando por la Bolivia de Evo Morales, primer invitado de Cerrón cuando Sagasti y demás fantasmones oficiales admitieron el robo electoral a Keiko, con el Chile entregado cobardemente por Piñera a la misma estrategia de una constitución telúrico-mágica, antiliberal y antidemocrática que anuncia el hombre bajo el cono de Cerrón. Y siempre con Cuba y Caracas detrás.
Cuando Cerrón se niega a condenar el terrorismo de Sendero hace algo más que presentarse como el hermano prosoviético del maoísmo peruano. Está reclamando la misma legitimidad marxista-leninista que Abimael Guzmán cuando rechazaba el capitalismo y la democracia. O que Béjar, el anciano guerrillero castrista del ELN ahora ministro de Exteriores. Por supuesto, llegará el indulto a Guzmán, promovido por Conare-Movadef y demás fachadas escolares y mediáticas senderistas, origen de Castillo. Cuarenta años después, Cerrón puede compartir con Guzmán la lectura correcta de la Historia. Tan correcta, que los ha llevado al Poder. Pero la base es la unidad de todos los comunistas del último medio siglo peruano. Y la guerra a los que los derrotaron en los 90 y les han dejado vencer ahora.
El discurso antiespañol, antiliberal y antirrepublicano
Se ha prestado atención, aunque tardía, y ninguna por parte del Gobierno, más social-comunista que nunca, al discurso antiespañol del hombre cono insultando «a los hombres de Castilla», como si Extremadura, patria chica de Pizarro, estuviera entre Palencia y Burgos. Al parecer, el maestrillo senderista —cuya relación con Guzmán ha atestiguado el ministro del Interior peruano en 2017— no sabe qué es Castilla, ni España, ni por qué «muchos felipillos» como dijo soezmente el champiñón de Cerrón ante el Rey, ayudaron a los conquistadores. Como tantas tribus sometidas por los aztecas a Cortés en México. La milenaria «armonía con la naturaleza» de la que presumió el lerdo en su discurso es tan falsa como todo lo demás. Pero ese repertorio de sandeces era menos importante que la negación del propio Perú independiente, cuyo bicentenario conmemoraba y condenaba. ¿Nadie en 200 años de república ha sido capaz de deshacer tanto desastre dizque «colonial», luego «virreinal» y al final, ya no se sabe qué tinglado estatal?
El Montonero hacía esta semana un inteligente análisis del fondo doctrinal del discurso del cono, que suponía de hecho la deslegitimación del sistema que le ha llevado, de rebote, mintiendo y con trampas, al Poder. Se trata de abolir el sistema liberal-democrático, el republicano del Perú, en favor de esos tinglados culturales neomarxistas del género, la naturaleza y otras legitimidades que eluden la cuestión más molesta para los comunistas, que es que nadie los vota libremente, en cuanto los conoce y los padece.
Por eso es tan importante Cerrón. En Libertad Digital hemos contado cómo él entiende y dice con toda claridad que empieza ahora un proceso revolucionario que incluye la liquidación de la legalidad actual, pero, sobre todo, esboza los mecanismos de violencia que la hagan irreversible, sin marcha atrás, al estilo venezolano, cubano o, simplemente, comunista. En pura doctrina leninista, Cerrón plantea un doble poder, el institucional, sea del cono o algún paralelepípedo caviar como Franke, el Varufakis andino, y el real, que es el del partido, o sea, el suyo, que actúa a través de las instituciones que domina y, si no las desborda en la calle, por la violencia.
Y para esa lucha violenta es fundamental recoger a toda la izquierda violenta del último medio siglo peruano, del ELN a Sendero y el MRTA. Y todos están dentro o se sienten dentro de esa estructura de poder que tiene a su favor lo plural y caótico que antes les condenaba a escisiones infinitas pero que se une ahora en un Poder con el que ya no soñaban, y con unas posibilidades inéditas, pero enormes, con apoyo de China, Rusia, Cuba y demás patulea foropaulista, narcofinanciada por los cocaleros, cuyo jefe es Evo Morales.
Nunca ha existido una coyuntura tan favorable para la implantación del totalitarismo comunista en Iberoamérica. Y salvo reacción militar interna o norteamericana, ninguna de las cuales aparece en el horizonte, va a durar el tiempo suficiente para aprovechar la red de corrupción mediática que es, en el fondo, la fuente de legitimidad internacional del comunismo. Si se estudia el modo en que los grandes medios escritos españoles han tratado la campaña electoral peruana, las denuncias de fraude contra Keiko y el buenismo tercermundista de los corresponsales acerca de Castillo, se verá que en Perú está pasando informativamente lo mismo que en Cataluña o el País Vasco, blanqueando a la ETA y a la CUP. Que, con Podemos, parte del Gobierno de Sánchez, son los partidos que representan lo mismo que Cerrón en el Perú. Lo más parecido a los juramentos de Castillo y Bellido son los de los bildutarras o podemitarras en las Cortes españolas. Y con la misma impunidad mediática, hija de la progrez y de la costumbre.
A lo largo del mes, iré publicando en LD textos sobre la ardiente actualidad peruana y sobre la memoria olvidada o blanqueada del terrorismo senderista, que bien puede decir, cuatro décadas después de sus primeros asesinatos, que ha recomenzado la «guerra popular». Y con más posibilidades que entonces de ganarla. La razón se llama Vladimir Cerrón.