Soberbia y egoísmo
Esos talibanes estarán equivocados, pero están dispuestos a morir por su equivocación
He leído atinados y coherentes comentarios sobre la derrota de Occidente en Afganistán, pero el que me ha parecido más brillante ha sido el de mi admirado José María Carrascal, quien gracias a sus años y a su buena memoria nos ha recordado la tontería contemporánea que se llevó a cabo, ayudando a que echaran a patadas al Sha de Persia, y recibiendo con estúpido entusiasmo la llegada de Jomeini, que, como había vivido en París, se creían que iba a autorizar la instalación de salas de fiestas y cafés-tabac por las calles de Teherán.
La base de la estupidez Occidental -que nos atañe a todos, seamos tontos contemporáneos a tiempo completo o a tiempo parcial- se basa en la soberbia de asumir que, como la democracia es el mejor sistema hasta ahora descubierto y practicado, se puede exportar y lo va a aceptar cualquier sociedad.
Pues no. Y no hay que poseer profundos estudios sociológicos, basta viajar un poco o, simplemente, observar lo que ocurre alrededor. La tienda de la familia china que vive en mi barrio mantiene abierto el local entre 14 y 15 horas diarias. Nunca han cerrado. Sospecho que nadie se marcha de vacaciones. Dentro de un par de generaciones puede que no sea así. Y dentro de cuatro generaciones es probable que un talibán, que camina unos metros por delante de su mujer, quien va cargada con un pesado fardo, no le pegue una patada en las costillas, si la mujer se cae por el peso del fardo para que se levante, tal como mi tío Bernabé hacía con la mula cuando renqueaba con la carga. Decía Henry Miller que casi todas las religiones contienen estupideces, pero el primer premio es para la musulmana. Dentro de 70 años, o de un siglo, es probable que Afganistán sea una democracia o que Europa se haya convertido en un continente musulmán, tal como ha estado a punto de ocurrir en un par de ocasiones, la última en la batalla de Lepanto, donde a Europa la salvaron España, el Vaticano y la República de Venecia, porque los países del centro y del norte de Europa estaban entretenidos en otras cosas. Gracias a esa batalla, en la que participó un tal Cervantes, hoy no caminamos por las calles delante de nuestra esposa, y no le pegamos una patada si se cae con la compra del súper.
A esa soberbia, que tiene su fundamento en la ignorancia histórica, hay que añadir el egoísmo con el que disfrazamos nuestra cobardía, ese gesto de asco ante los uniformes militares, esa postura de «guerra, no; pupa, nene», que mantienen el egoísta y el cobarde, porque piensan que la paz es algo que sale gratis.
Sacrificarse es cosa de tontos. Para quienes disfrutan de su soberbia y de su egoísmo, ese centenar de militares españoles que murieron por algo tan noble como que a una esposa no le pegue una patada su marido por caerse, no les inmuta. Ahora están entretenidos en que digamos matria en vez de patria. Y, si seguimos distraídos, nuestros biznietos o tataranietos europeos es probable que hablen chino y acudan a la mezquita. Porque esos talibanes estarán equivocados, pero están dispuestos a morir por su equivocación.