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Los Jesuitas en La Florida; Breve recuento de la historia de la Compañía de Jesús en el sur de La Florida.

En tiempos modernos la presencia y  el trabajo de los sacerdotes de la Compañía de Jesús en el sur de La Florida, en particular en la zona de lo que hoy en día es el Condado Miami-Dade, es relacionada primero con la Iglesia del Gesu, que fuera la primera iglesia católica en la zona, organizada y construida por el padre Ambrose Fontan S.J., en 1897 y que le ha brindado, por más de un siglo, atención religiosa y de servicios humanitarios a esta comunidad. 

En segundo lugar, la propia iglesia del Gesu le abre sus puertas, en 1961, ante la llegada de los exiliados cubanos y de los padres jesuitas que fueran expulsados de Cuba por el régimen comunista, a lo que hoy en día es el Colegio de  Belén, para darle continuidad al  histórico legado educacional  que la Compañía de Jesús había estado brindando en ese país.  Hoy en día junto a la iglesia del Gesu y del Colegio de Belén, la labor de los seguidores de San Ignacio de Loyola, le ofrecen a la comunidad la atención religiosa e importantes servicios  humanitarios en el Centro de Espiritualidad Ignaciano (Casa Manresa), que cuenta también con el Instituto Jesuíta Padre Arrupe, que se ocupa de investigar, educar, informar y hacer acción social.

Sin embargo, la presencia de la Compañía de Jesús en la zona no tiene su origen a finales del siglo XIX, sino que se remonta a finales de 1567, o sea 454 años antes. 

En 1565, el Rey de España Felipe II, preocupado por los ataques y las ocupaciones que los “invasores” franceses de Jean Ribault, estaban realizando en la costa este de La Florida, considerada territorio español desde 1513, designó A Don Pedro Menéndez de Avilés, como su Adelantado. Encargándolo de expulsar a los franceses del territorio, colonizarlo, construir fuertes y evangelizar a la población nativa de la zona”. Don Pedro aceptó el encargo, ya que para el Adelantado La Florida no era más que un “suburbio de España en el Nuevo Mundo”. 

A su regreso a España después de haber derrotado a los franceses y de haber establecido buenas relaciones con los indígenas de la zona, en particular con el cacique Carlos, de la tribu de los Calusas, en la zona suroeste de La Florida, y  preocupado con las responsabilidades que tenía sobre sus hombros sobre “la colonización y evangelización de los nativos” en La Florida, le planteó al Rey Felipe II la necesidad de conseguir que sacerdotes lo acompañarán en esta empresa. Para lo cual, el Rey y el propio Menéndez de Avales, le  escribieron a quien entonces era Superior General de los Jesuitas, San Francisco de Borja, solicitando la necesidad de que miembros de la Compañía de Jesús se unieran a la empresas fundando misiones en La Florida.

 

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En esa época la Compañía de Jesús estaba en su etapa infantil, solo recientemente el Papa Pío IV había removido la limitación a las nuevas órdenes religiosas a sesenta hombres. Sin embargo ya para ese entonces, los  trabajos que habían y estaban realizando los “misioneros jesuitas en las Indias Orientales, África y Brasil” era reconocido por muchos. Lo que facilitó, no sin algunos contratiempos menores dentro de la propia Compañía de Jesús, que  Borja solicitara la designación de un grupo de sacerdotes y hermanos jesuitas para que acompañaran al Adelantado en su regreso a Cuba y La Florida. 

Finalmente, el 28 de junio de 1566, tres misioneros jesuitas, el Padre Pedro Martínez, S.J., el Padre Juan Rogel, S.J., y el hermano Francisco Villarreal, S.J. zarparon de Cádiz, España, en una embarcación parte de una flota hacia el Nuevo Mundo.  En el trayecto la embarcación de los misioneros Jesuitas se separó y se dirigió hacia La Florida, en particular la misión de Santa Elena, en Carolina del Sur. Sin embargo, el tiempo no se comportó como deseaban y el 28 de agosto una sorpresiva tormenta los afectó desviándolos de su curso. Días después, sin acabar de encontrar el lugar de destino, el 3 de septiembre se vieron azotados por la furia de un huracán.

Dos días después el capitán de la embarcación asumió que una larga bahía que había visto estaba cerca de la misión de Santa Elena y decidió acercarse a la costa. Los marineros y los pasajeros ya se encontraban desesperados por la falta de agua para tomar y se tomó la decisión de que algunos desembarcaron para buscar el agua que necesitaban.

El  Padre Martínez S.J., “ansioso por tocar tierra, se embarcó en un pequeño bote con dos de los españoles y 6 de los marineros flamencos del barco” (originarios del Condado de Flandes en los Países Bajos).  Pronto el grupo encabezado por el Padre Martínez se encontró  fuera de la vista del barco, quienes dispararon con un tiro de salva de cañón para tratar de orientarlos y avisarles que ya era muy tarde.  Nuevamente la embarcación fue sorprendida por otra inesperada tormenta y terminaron separándose de la costa y lejos del lugar de desembarco. 

El 14 de  septiembre, el Adelantado Pedro Menéndez de Avilés se encontraba también con sus embarcaciones cerca de la zona y dos días después encontró  el bote del Padre Martínez, cerca de la desembocadura del río San John, encontrándose con varios de los pasajeros quienes le anunciaron que el misionero y tres personas más habían sido asesinados por los indígenas del área. De esta forma el Padre Martínez se unió a la lista del martirologio de la Compañía.

Mientras, la embarcación con los dos misioneros restantes logró llegar hasta Montecristi en la costa norte de la hoy República Dominicana, de donde salieron el 25 de noviembre rumbo a La Habana, aunque por nuevos inesperados tropiezos no lograron llegar hasta el 10 de diciembre. Durante su estancia en La Habana, lograron conocer a los indígenas floridanos con los que empezaría su trabajo, tanto de los Calusas de la costa oeste, como de los Tequestas de la costa este e inclusive comenzaron a tratar de aprender el lenguaje de estos. Finalmente, a principios de 1567 lograron llegar a La Florida. En esta oportunidad bajo la protección del fuerte brazo del Adelantado.

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El Padre Juan Rogel, S.J. se trasladó a la costa oeste de la península, para un pequeño fuerte cerca de la zona hoy conocida como Charlotte Harbor, para trabajar con el Cacique Carlos y los indígenas Calusas; y el hermano Francisco Villarreal, S.J., estableció su misión en la desembocadura del rio Miami en la Bahía de Biscayne para trabajar con los indígenas Tequestas. El propio Adelantado inauguró oficialmente la misión y permaneció por varios días.

Fue el propio hermano Francisco Villarreal, S.J. quien el 29 de enero de 1568, en una carta a su superior en las misiones, el padre Rogel, S.J., el que nos dejó su propio testimonio de la situación y su trabajo misionero, en lo que pasó a la historia de la Compañía de Jesús como la misión de Villa Tequesta.  La carta fue encontrada y transcrita por el padre Rubén Vargas Ugarte, S.J., del Perú, en Archivos del Vaticano, mientras estudiaba en la Universidad Gregoriana de Roma, quien la publicó en 1940, en Lima, Perú, en su libro “Los mártires de La Florida”.

En su carta el misionero se queja al padre Rogel, S.J. pues comenta que “ha pasado mucho tiempo sin que viniera (a Tequesta) para escuchar confesiones y visitar a estas pobres personas” refiriéndose a los indígenas a su misión. Sin embargo, el mismo justifica la ausencia de su superior y se excusa por no “haberle enviado un poco de harina para las hostias y vino para la misa que le habían dado en Cuba”. Explicando que los nativos tenían miedo de ir para el territorio de los Calusas y le habían dicho “que 10 Tequestas y dos canoas eran necesarias para el viaje”. 

En su carta el hermano misionero le comenta que “él y todos ellos se mantienen en buen estado de salud, dándole Gloria a Dios que los  ha ayudado a superar los retos de esta tierra que aparecen como insufribles en otros lugares”.  Se queja de las plagas de mosquitos que azotan el lugar y que no los deja dormir o descansar, y de la falta de algunos días de no tener para comer. Cuenta que dada la situación la mayoría de los Tequestas fueron a una isla a una legua de distancia para alimentarse con cocos y frutas de palmas.  Cuenta que dada la situación  y de que solo quedaban 30 Tequestas en el lugar, decidió ir hasta La Habana, lo que le tomó 20 días entre ir y regresar, asegurando que trajo comida pero no mucha pues el bote era pequeño. 

Tras estas iniciales letras de la carta, el hermano Francisco dedica casi el resto de la misiva a informar de su labor misionera con los indígenas de la misión: “he estado enseñándoles la doctrina hasta los de 15 años de edad, los otros no vienen a las clases, aunque yo creo que ninguno de los otros no diga que no quiere ser Cristiano, pero qué dada la dificultad para aprender la materia de la doctrina, que lo encuentran muy difícil, no vienen a las clases. De los que vienen a la clase, la mayoría se saben las cuatro oraciones y casi todos los mandamientos”.

Más adelante en su carta el misionero le cuenta a su superior: “que estaba enseñando en la casa del cacique, donde muchos adultos están presentes y creo que ellos están aprendiendo también, aunque no las reciten como los niños. Creo que el cacique también está aprendiendo, yo les enseño las oraciones y los mandamientos y después el credo. Ellos dicen las palabras en su propio lenguaje de manera que ellos las puedan entender”.

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No cabe duda que el trabajo de evangelización del hermano Francisco no era nada fácil, pero bajo la inspiración del Señor, no dudó un  instante en seguir con su compromiso. Logró, según se puede leer en su carta, captar el respeto de los Tequestas en particular el de su joven cacique, quien al enfermarse uno de sus hijos se lo trajo  y le dijo por medio del intérprete que no quería que le “hicieran brujerías”, pero que quería que él rezara por el niño. El misionero le “rezó los evangelios y le hizo la señal de la cruz sobre él y al día siguiente el se encontraba bien, gracias a Dios”. El caso del hijo del joven cacique no fue el único que le trajeran a sus puertas para que invocara la bendición de Dios Padre, según sus propias palabras. 

Se pudieran llenar páginas con las narraciones del hermano Francisco y su labor misionera, sus altas y sus bajas, y de sus descripciones de las costumbres y actitudes de los indígenas Tequestas, para abundar sobre esta primera presencia de los jesuitas en lo que hoy es el Condado Miami-Dade, pero no nos alcanzaría el espacio. Sin embargo, hay un hecho en sus narraciones que merece ser compartido, ya que desde nuestro punto de vista tiene un significado importante en el ambiente cultural de este país y de esta región.

El hermano Francisco  cuenta que “Hacían fiestas con letanías a la Cruz, hemos puesto dos comedias, una el día de San Juan, cuando esperábamos al Gobernador. Esta obra tenía que ver con “la guerra entre los hombres y el mundo, la carne y el diablo”. Comenta que los soldados y nativos la habían disfrutado. La significación de esta presentación teatral en  la desembocadura del río Miami, tiene su importancia sobre el hecho de que posiblemente, es la primera constancia escrita que conocemos de la presentación de una obra en lo que hoy en día son los Estados Unidos.

Poco tiempo después se supone que la misión de Tequesta fue abandonada. Existiendo conflictivas explicaciones para el abandono de la misma, La reconocida historiadora, de la zona de Miami, Arva Moore Park, recientemente fallecida, responsabiliza  la actitud de los soldados españoles hacia los indígenas Tequestas., “que los incitaron, forzándolos a represalias por parte de ellos”.  Otros tienden  a ver el surgimiento de un conflicto entre rivalidades políticas entre los caiques de los Calusas y otros caciques de otras tribus, y los soldados españoles, del que muchos indígenas resultaron las víctimas, la razón fundamental para el cierre. Tanto el hermano Villarreal, S.J. como el padre Rogel, S.J. regresaron a La Habana, donde comenzaron a trabajar en una escuela que la Compañía de Jesús estaba creando donde se educaban los hijos de los caciques floridanos.

Sin embargo, poco antes de que  la situación en las misiones no se presentara en buenos términos, San Francisco de Borja, el superior de la Compañía de Jesús, convenció a la jerarquía española para enviar una segunda expedición de misioneros jesuitas a La Florida. La misma partió de España el 13 de marzo de 1568, siendo el líder del nuevo grupo misionero el padre Juan Francisco de Segura, S.J. Uno de los misioneros, el padre Antonio Sedeño, S.J., dejó un recuento histórico de la travesía marítima, que encontró innumerables dificultades semejantes a las narradas anteriormente con respecto a la de la travesía de los primeros misioneros. Los viajeros llegaron finalmente a San Agustín, en el norte de La Florida, el 21 de junio de 1568.

En San Agustín los recibió como mucha hospitalidad Bartolomé Menéndez, hermano del Adelantado, quién les informó de todas las contrariedades que sufrirían en La Florida. Para los misioneros todas estas contrariedades eran solo parte del compromiso que ellos tenían con su misión evangelizadora. Misioneros de este grupo inclusive regresaron a la misión de Tequesta, tiempo después que esta había sido abandonada, reabriéndola y funcionando de nuevo bajo las condiciones compartidas anteriormente por el mencionado hermano Francisco Villarreal, S.J.

El 7 de diciembre de 1568, el padre Antonio Sedeño, S.J. llegó a Tequesta, se conocía «del fervor religioso de Don Diego, el nombre cristiano del hermano del cacique Tequesta, que había sido bautizado en Sevilla, España. Según cuenta el propio padre Sedeño, S.J., a su llegada a Tequesta, “los indígenas subieron a bordo, con el cacique Tequesta y su hermano Don Diego, para arreglar un tratado de paz”. Que suscribieron, dando juramento de obediencia al rey Felipe II y prometiendo convertirse en cristianos. 

Pese a este comienzo de la segunda etapa de los misioneros jesuitas en la zona baja del este de La Florida, para 1570 los seguidores de San Ignacio se lanzaron para otras partes del norte de los Estados Unidos, abandonando  las misiones del sur de La Florida. La ausencia de los jesuitas fue “reemplazada con la presencia de monjes Franciscanos” que tuvieron mayor efectividad en la labor de evangelización.

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Pasaron más de 150 años antes de que los misioneros de la Compañía de Jesús  pusieran nuevamente sus pies en la desembocadura del rio Miami. En febrero de 1743, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, gobernador y Capitán General de Cuba, “recibió una petición pretendiendo ser de tres líderes Calusas, que se encontraban en La Habana en una de sus frecuentes visitas”, pidiendo el envío de misioneros a los Cayos de La Florida.  Según es reportada, la petición estaba en muy buen español y demostraba conocimiento de las prácticas burocráticas de la colonia, evidencia de que no había sido escrita por los tres firmantes: Cacique Don Pablo Chichi, Capitán Grande Don Domingo y Sargento Mayor Sandino (o Fandino). Solicitudes similares habían sido presentadas anteriormente.

Inmediatamente después de haber recibido la petición el Gobernador Güemes y Horcasitas, consultó con el Obispo de Cuba, de Jamaica, y de La Florida y con el rector del Colegio Jesuita en La Habana, así como con distintas autoridades de la colonia. Según el historiador William C. Sturtevant, en su ensayo “The Last of South Florida Aborigines”, el grupo consultado, citando órdenes reales de diciembre 13 de 1730, de febrero 22 de 1734 y de agosto 21 de 1735, “indicaban  directamente que los indios de La Florida deberían ser reubicados en Cuba y ahí ser indoctrinados”.  Indicando el grupo que “el enviar misioneros  a los cayos sería una proposición distinta y más costosa”. Vale la pena destacar que la política de reubicar a los indígenas floridanos en Cuba, ya había demostrado ser un fracaso.

Sin embargo, el grupo apoyó la autorización de facilitar fondos del Tesoro Real, para “apoyar una expedición que consistiría de dos jesuitas del Colegio, con un sirviente y un piloto, el Capitán Lucas Gómez”.  Era de público conocimiento que Lucas Gómez era muy querido y respetado por los indígenas. Se le daban instrucciones a los misioneros para que reportaran sobre el número y la actitud de los indígenas, y la naturaleza de los lugares y de que hicieran recomendaciones a la Corona para futuras acciones. Dada estas instrucciones el rector del Colegio Jesuita en La Habana  quien estaba corto de personal, se demoró hasta el 23 de junio de 1743 en nombrar a los dos misioneros: el padre José Xavier de Alaña, S.J. y el padre José María Mónaco, S.J.

Los padres Alaña y Mónaco salieron de La Habana rumbo a La Florida el 24 de junio, pero por distintas razones no llegaron hasta la desembocadura del río Miami hasta el 13 de julio. Al llegar se fabricaron una choza  y celebraron misa el día de San Ignacio. El padre Alaña informó que «él y su colega propusieron nombrar el asentamiento como “el Pueblo de Santa María de Loreto”. Con la ayuda de los marineros y de  indígenas construyeron un fuerte de madera  e izaron “la bandera Española el 8 de agosto de 1743”.

Para septiembre 9 el padre Alaña regresó a La Habana, dejando a cargo de la misión al padre Mónaco con un grupo de soldados para que lo protegieran. Alaña permaneció en Cuba hasta que la decisión de la Corona sobre su reporte fuera conocida.  Posteriormente el Gobernador reprimió al Comandante de la embarcación por haber dejado los soldados y al padre Mónaco en la misión ordenando que regresaran de inmediato a La Habana. El fuerte construido fue abandonado y nuevamente la presencia jesuita entre los Tequesta desapareció. El fuerte al final pasó a manos de los ingleses y de sus aliados indígenas de la tribu de los Creeks, que viniendo del norte habían comenzado a invadir La Florida.

El historiador Sturtevant sostiene en su ensayo que los dos misioneros Alaña y Mónaco, no fueron bien recibidos por los indígenas de la zona, quienes “aseguraron que ellos no los habían pedido en La Habana” e inclusive los Tequestas amenazaron con matar al Capitán Gómez a quien “responsabilizaban  por la llegada de los sacerdotes”.  El plan que habían propuesto originalmente los jesuitas incluía la defensa de la misión de posibles ataques de los Creeks, la vigilancia por parte de los soldados para que los indígenas no se escaparan, castigar a los indígenas borrachos, impedir el tráfico del ron y mantener la paz entre los distintos grupos de los Tequestas. Solicitaba también el establecimiento de familias españolas, para lograr la obtención de productos alimenticios para ellos y para los indígenas, para que enseñaran los secretos de la agricultura a los indígenas  y proveer una presencia española que diera señales de productividad en la agricultura para que en los próximos años suplantara quizás el asentamiento de San Agustín. Un plan ambicioso y de alto costo según fue interpretado por la Corona, imposible de implementar.

El abandono del pueblo de Santa María de Loreto, dejó nuevamente un vacío de misioneros en la zona,  pero la presencia de pescadores provenientes de Cuba nunca dejó de existir; estableciéndose  una relación de comercio entre los indígenas y los pescadores. Muchos de ellos, aunque españoles, eran nacidos en Cuba, y la relación perduró por muchos años. De Igual forma, las visitas a La Habana de los caciques en busca de comercio se mantuvieron. De esta relación surgió una presencia natural de los pescadores de la isla en la zona de la Bahía de Biscayne, así como la identificación que se le comenzó a dar a los Calusas, por autores norteamericanos, como los “Spanish Indians”.

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«Años después, en 1762, los ingleses atacan la isla de Cuba  e invaden y toman La Habana. Al perder la guerra España firma con Inglaterra el “Tratado de París”, el 5 de septiembre de 1763, donde quedó estipulada la entrega de la Ciudad de la Habana a los españoles, por la entrega del territorio de la Florida a los ingleses.  Ante esta nueva situación 80 familias de los remanentes indígenas Tequesta de la zona del río Miami, prefirieron irse para Cuba antes de que tener que vivir bajo el dominio de los ingleses. Algo que autores señalan como “la primera inmigración de Floridanos a Cuba”.

Si bien en ninguna de las dos etapas los misioneros jesuitas pudieron lograr el establecimiento de fuertes misiones de evangelización en el sur de La Florida, la historia de La Florida  no puede escribirse sin contar con la presencia de los emisarios de la Compañía de Jesús. Como tampoco la historia de la presencia de los originales seguidores de San Ignacio en el área del Condado Miami-Dade puede ser olvidada. Para la Mayor gloria de Dios.

 

Fuentes bibliográficas:

  1. “The Caloosa Village Tequesta. A Miami of the Sixteenth Century” By Robert E McNicoll
  1. “The Last of the South Florida Aborigines”by William C. Sturtevant
  2. “Storm Winds That Fulfill His Word: Tempests, the Jesuits and the Evangelization of Florida, 1566-1572” by Frank Mariotti
  3. “An Historical Saltwater Highway: South Florida’s Cuban Heritage Long Predates Castro Era”, by Irvin D,S. Winsboro, Florida Gulf Coast University
  4. Miami’s Jesuit Missions”, by Paul S. George, Ph.D
  5. The Jesuits in Spanish Florida or An Inquiry Into de Circumstances Leading to the Abandonment of This Mission”, by Edward Joseph O’Brien, S.J.

* Siro del Castillo, Member of the Executive Secretariat of the Unity Table for Democratic Action; member of the Task Force on Memory, Truth and Justice sponsored by Florida International University (FIU), which produced, “Cuban National Reconciliation”. Miami: Latin American & Caribbean Center, FIU, 2003; recipient of the Florida Immigrant Advocacy Center “Liberty And Justice For All” award; recipient of the F.A.C.E. “Directors´ Award” in recognition for his many years of work, in defense of the human rights of the Cuban people; he has been an official speaker before the former United Nations Commission of Human Rights, now known as the Human Rights Council, at their annual meetings held in Geneva, and at the Inter American Commission for Human Rights of the Organization of American States (OAS) in Washington, D.C.; Mr. del Castillo has been a guest columnist for several publications, writing on Cuba’s human rights, immigrations, and refugees.

 

 

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