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Carmen Posadas: El método de Stanford

Leo en la prensa que en algunos institutos de Cataluña han comenzado a impartir clases para que los alumnos de secundaria aprendan a desenmascarar bulos en Internet. Según explica uno de los educadores, «se trata de una generación que tiene una mayor intuición digital, pero carece de herramientas para verificar la información». Datos de la OCDE señalan que los adolescentes de nuestro país tienen más dificultades a la hora de identificar textos sesgados que sus coetáneos europeos.

Otro dato de la misma entidad señala que, a diferencia de otros países en los que más del setenta por ciento de los adolescentes ha recibido formación sobre cómo reconocer si una información es veraz o no, solo el cuarenta y seis por ciento de los españoles ha tenido acceso a ella. A continuación, la noticia a la que me refiero recoge opiniones de otros educadores dedicados a esta disciplina en Cataluña que apuntan que el sistema educativo «no está preparado para ofrecer herramientas concretas que eviten que los jóvenes sean manipulados». Y añaden que el método que ellos utilizan, basado en el curso Civic Online Reasoning, de la Universidad de Stanford, «enseña a los chicos a tener una actitud crítica que les permita detectar en la Red imágenes manipuladas, vídeos fraudulentos y comprobar la fiabilidad de un sitio web».

 

«Amamos el catalán y disfrutamos de su gran riqueza, pero somos bilingües y amamos también el español»

 

Ignoro si hay en el resto de España iniciativas similares, pero me pregunto con sumo interés si adquirir este tipo de destreza servirá a los alumnos catalanes para descifrar todo tipo de manipulaciones. No solo bulos y trolas sobre si Elvis Presley ha resucitado o si las vacunas producen autismo, también otras ruedas de molino que les conciernen directamente. Por ejemplo, ¿el método de Stanford les hará preguntarse qué está ocurriendo en Canet de Mar con un alumno de cinco años cuyos padres pretenden que reciba el veinticinco por ciento de su educación en castellano?

Se me ocurre que ese método de Stanford, que ayuda a detectar manipulaciones, quizá les haga poner en solfa la idea de esos malvados padres que lo que pretenden con su petición es pisotear los derechos de los independentistas y cargarse la autonomía de Cataluña.  También sospechar que ni el niño ni sus padres tienen vocación de mártires o de masoquistas que disfrutan de que los insulten y los escrachen, como en efecto ocurre, sino que lo único que pretenden es poder elegir. Elegir algo tan normal como que el niño reciba  parte de su formación en castellano, no toda, ni siquiera el cincuenta por ciento, sino un magro y simbólico veinticinco.

Me pregunto también qué pensarían allá en Stanford si llegan a enterarse de que existe en el mundo un país, España, en el que la gente no puede educar a sus hijos en la lengua del propio país, una, por cierto, que es la tercera más hablada del planeta. Y, puestos a preguntar, también me encantaría saber qué opinarían en Stanford de saber que la presidenta del Parlament –para «driblear», según su propia expresión, tan brutal y fascista disposición por parte del Tribunal Supremo– propugna lo siguiente: que el consejero de Educación de la Generalitat asuma de inmediato la dirección de la escuela del antes mencionado niño para desobedecer la sentencia y aliviar así la intolerable presión que se está ejerciendo contra los profesores… «Cuando la razón de la sinrazón enflaquece la razón» (Cervantes dixit), uno acaba preguntándose quién es el cuerdo y quién, el loco.

Y por eso me atrevo a sugerirles a esos jóvenes a los que ahora en Cataluña enseñan a pensar por sí mismos con tan útil método que si quieren tener otro punto de vista sobre el horrible conflicto creado por un niño de cinco años en Canet tal vez les interese echar un vistazo a la carta abierta que han difundido sus padres. En ella dicen, por ejemplo: «Confiamos en las instituciones y a ellas acudimos. Si los gobiernos incumplen la ley, los ciudadanos podemos reclamar nuestros derechos». O «[…] amamos el catalán y disfrutamos de su gran riqueza, pero somos bilingües y amamos también el español. Nuestra motivación no es otra que el español forme parte también de la actividad educativa». Y por fin: «Sentir el odio y la intimidación es duro y agradecemos muchísimo a los padres que nos han mostrado su apoyo. Solo les pedimos que lo que dicen en privado lo hagan público». Me parece a mí que entender estos tres párrafos no requiere un cursillo de Stanford, vamos, digo yo.

 

 

 

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