Gehard Cartay Ramírez: El laberinto opositor
Por lo visto, a la oposición democrática como que no le queda otro recurso que esperar el 2024 -o quién sabe hasta cuándo- para intentar cambiar nuestra tragedia nacional, en caso de que haya elecciones presidenciales.
Abortada la posibilidad de efectuar el Referendo Revocatorio (RR), queda solamente aguardar los supuestos comicios para elegir un nuevo presidente en 2024. Son apenas tres años, dicen algunos de los defensores de esa posibilidad, a la que califican como absolutamente imprescindible. Sin embargo, algunos de ellos mostraron una displicencia absurda y un silencio inaudito ante la reciente posibilidad del RR, y luego una pasividad pasmosa frente la condenable actuación exprés del CNE, dirigida a impedirlo como fuera, tal como ha sucedido en ocasiones anteriores.
Mientras tanto, ante la dejadez de la dirigencia opositora, algunos analistas y observadores políticos les aconsejan aprovechar estos tres años próximos para unificarse y organizarse como es debido, fortalecer sus menguados partidos políticos, movilizarse entre la gente de toda Venezuela y seleccionar un candidato presidencial que reúna el mayor apoyo posible, sin olvidar la continuación de la lucha por mejorar las condiciones electorales, materia pendiente, por cierto, a despecho de los conformistas y los “voto como sea”.
Todo esto lo indica el manual del caso. El problema, en realidad, radica en la disposición de la dirigencia opositora para ponerse de acuerdo al respecto, con el acompañamiento imprescindible de la sociedad civil. Se trata también de retos de mucha importancia y tal vez poco atractivos para dirigentes grises y cómodos, como al parecer lo son la mayoría de quienes aparentemente encabezan la oposición.
Este es, sin duda, el reto inmediato: sustituir a esa dirigencia inepta y carente del sentido histórico del momento, por otra que sea todo lo contrario. Se suponía que, a estas alturas del tiempo, ya todos deberían haberse echado a un lado y facilitar su relevo. Nada de eso ha pasado. Ni siquiera han reaccionado como es debido, luego del proceso electoral de noviembre pasado. Increíblemente, han permanecido mudos, sordos y ciegos ante el reclamo porque den un paso al costado para que otros puedan acometer los desafíos planteados. La molicie y el desgano parecieran haberse apoderado de ellos, por lo que “ni lavan ni prestan la batea”.
Se supone que una dirigencia es tal porque dirige, obviamente. Pero la actual dirigencia opositora (el G4 o como se llame) no se ocupa de ello. Lo peor de todo, aunque suene absurdo, es que no han logrado ponerse de acuerdo en una táctica común para enfrentar al régimen. Se suceden diversas incidencias –como los recientes procesos electorales- y cada grupo político hace lo que le da la gana, alguno que otro opina y no faltan los que sencillamente no actúan ni se pronuncian. Con una dirigencia de este calibre muy poco se puede adelantar, y menos si el que siempre tiene la iniciativa es el régimen.
Esas diferencias parecen agravarse con el tiempo, sin que surjan moderadores y facilitadores para minimizarlas, en aras del éxito de una postura común ante un panorama tan difícil como el que hoy tenemos. La megalomanía de algunos o las aspiraciones presidencialistas de otros, así como la torpeza de unos cuantos, han terminado creando la sensación de que en la oposición no hay dirección de ninguna naturaleza, lo que trae consigo una cierta anarquía y desorden que en nada contribuyen a que esa oposición salga de su actual marasmo.
Tal vez todo ello es consecuencia lógica del bajo nivel que exhibe esa misma dirigencia opositora frente a las expectativas planteadas. Nadie está pidiendo, por cierto, que sean los nuevos Betancourt, Caldera o Villalba, por citar los líderes políticos históricos más importantes y capaces del siglo pasado. Pero la mínima exigencia la constituye, al menos, que tengan algo de asertividad y de coraje para salir de su laberinto opositor y entusiasmar y organizar a la mayoría de los venezolanos en la empresa extraordinaria de sustituir al chavomadurismo trágico que viene destruyendo y arruinando a Venezuela.
Estas críticas, por supuesto, sólo interpretan un cierto sentimiento colectivo que uno consigue a cada rato y en casi todas partes. No están dirigidas contra alguien en particular, ni en contra de algún grupo político. Se hacen en ejercicio de un derecho de expresión y, al propio tiempo, de un deber surgido de la preocupación por la situación que hoy afecta a la dirigencia opositora frente a una opinión pública que reclama respuestas y propuestas.
La verdad es que uno quisiera que esta realidad no existiera. La crítica, aunque sea constructiva, pocas veces es bien recibida y la autocrítica pareciera que no existe. Que se sepa, esa dirigencia opositora ni siquiera se reúne para discutir su actuación, reconocer fallas y replantearse objetivos. Esa debería ser una práctica común, y no la de ventilar estos asuntos en los medios de comunicación y las redes sociales, muchas veces de manera denigratoria, con graves descalificaciones personales que en nada contribuyen a lucha por liberar a Venezuela del actual régimen depredador y corrupto.
Estamos en un trance histórico por muchas razones. Por eso insisto en que resulta lamentable que la actual dirigencia opositora pareciera no haberse dado cuenta de la significación del mismo. Si esto es así, hay que buscar alternativas de relevo y ajustes tácticos y estratégicos en función de la única meta posible: la sustitución del actual régimen cuanto antes. Venezuela no puede seguir siendo destruida y arruinada ante la mirada indolente de quienes se dicen dirigentes opositores.