Alejandro Gil, ministro de Economía castrista, se empeña en repetir que lainflaciónse resuelve con más oferta. En su reciente aparición televisiva, sin aportar solución a ese tema que tanto preocupa, remarcó su tesis de diferentes maneras: «El camino para enfrentar la inflación es la oferta»; «Un déficit de oferta y por tanto, un exceso de liquidez es una combinación que es igual a inflación«; «La inflación no se resolverá de un día para otro, pasa por el incremento de la producción»; «Hay un amplio consenso en los ambientes académicos, organismos del Gobierno y la población de que la vía efectiva para enfrentar la inflación está en el incremento de la oferta».
Sin importar la redundancia argumentativa del ministro ni «el consenso en los ambientes académicos», lo cierto es que ligar inflación a oferta es, como poco, superficial. La oferta depende de la producción, y esta, a su vez, depende de factores de mercado cuando hay libertad económica. Pero como en Cuba los factores que generan la producción son controlados por el Gobierno, lo correcto sería decir: la inflación se resuelve con menos castrismo.
Lo dicho no es un inútil juego de palabras, sino un dato insoslayable de todo análisis económico de la realidad cubana. El castrismo fue diseñado por Fidel para poner la nación a su servicio; hoy sus herederos se debaten en hasta qué punto relajar las riendas que el comandante les legó, que por un lado, resguardan el poder político, pero por otro, son económicamente ineficientes.
Ese sistema tiene a Cuba en el lugar 176 entre 178 analizados por la Heritage Foundation en cuanto a libertad económica, y ahí está el verdadero origen de la inflación.
El mantra del ministro Gil —lamentablemente aceptado en muchas cátedras dentro y fuera de Cuba— sobre la falta de oferta como raíz de la inflación, es además un señuelo que centra y acota el debate en cuáles son las medidas adecuadas para corregir la escalada inflacionaria actual, pero siempre dentro del sistema castrista; cuando es el sistema lo que debería estar en cuestionamiento, pues el castrismo es una bomba inflacionaria cuya pólvora es la improductividad. Veámoslo.
Debido a la improductividad, causada por ausencia de libertad económica y escaso reconocimiento a la propiedad privada, es cada vez más costoso importar. Es decir, Cuba pierde poder adquisitivo en el mercado internacional pues el país no importa con dólares o pesos, sino con lo que produce y exporta. Todo comercio es un intercambio y la definición real de inflación es la pérdida de poder adquisitivo del medio generalizado de intercambio (dinero).
Con la pérdida de productividad se entra en un bucle en que cada vez hay mayor necesidad de importar lo que no se produce, pero no se puede porque no se exporta. Este bucle no se había expresado antes en la mesa y bolsillo de los cubanos porque el Gobierno optó por la cortoplacista estrategia de gastar en bienes de consumo, a costa de no invertir en bienes de capital.
Pero como la inversión de hoy es la base del consumo de mañana, la progresiva reducción de inversión en sectores claves, fue tensando incluso la capacidad de importar bienes básicos de consumo —alimentos, medicinas, energía—, y ahora no hay dinero ni para importar leche en polvo. Y además, la industria, la agricultura y la infraestructura están arruinadas.
Cuando se vio con la soga al cuello, incapaz de seguir reprimiendo la inflación, el Gobierno unificó la moneda y permitió que esta se destapase con la Tarea Ordenamiento —la gran estafa— en el momento en que la pandemia y Trump proveyeron la excusa creíble para un fracaso esperado.
A ese panorama, súmense los montones de dinero sin respaldo, emitidos para sostener la subordinación al Gobierno, disfrazada de «gasto social», que el sistema impone a los ciudadanos, y habremos encontrado el verdadero caldo donde se cultivó la inflación.
El planteamiento teórico del ministro Gil asociando inflación y oferta invita a pensar «dentro de la caja» castrista, buscando soluciones que mejoren el sistema. Lo cual es posible pero no deseable, pues mientras se esté dentro del régimen de «ellos», el pueblo cubano estará expuesto a que «ellos» decidan el nivel de miseria en que debe mantenerse la población. Un nivel en que los cubanos no sean tan ricos como para ser amenaza política, ni tan miserables que se lancen a protestar. Ese margen de seguridad dictado por el régimen ha de estar en los dos litros de aceite, cuatro libras de picadillo, cinco libras de pollo y un desodorante al mes per cápita, no apagones y una guagua cada 30 minutos. ¿Así queremos vivir toda la vida en Cuba? No le hagamos el juego al ministro Gil.