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Isabel Coixet: Victoria y la Corona británica

Hay días en los que tiene poco más de 14 y otros en los que siente cada uno de los 88 que su DNI dice que tiene. Días de salir al balcón a tomar el sol, a ver si pilla algo de esa dichosa vitamina D que le falta. Días de tertulias con sus hermanas donde se pasan horas merendando, filosofando, repasando asuntos familiares, «quién dijo qué y cómo lo dijo y a quién se le ocurre decir lo que dijo» y arreglando el mundo. Tardes de teléfono y café, aunque el café, si no es bueno, para qué tomarlo. La nevera a tope siempre, no vaya a ser que pase algo y nos pille sin rape, sin merluza, sin jamón, sin fresas.

Qué bien le sale el caldo, qué caldo más bueno hace. Y la tortilla y las croquetas y las albóndigas y el calamar relleno. Aunque ella dice que no le gusta cocinar, que antes tampoco le gustaba, pero eso sí, que antes le salía mejor. Ha cocinado y ha limpiado cada día de su vida. Y ha cosido y ha zurcido y ha ido a la compra y nunca la he oído quejarse, nunca. No puede estarse quieta.

 

La reina de Inglaterra le acaba de dar un gran disgusto: ha autorizado a Camilla a ser reina consorte, y a mi madre se la llevan los demonios

 

Las rodillas y un pie a veces le dan mucha guerra. Se apaña con bolsas de hielo, pocos calmantes, nunca le ha gustado tomar pastillas, a los médicos hay que hacerles un caso relativo, casi nunca ha estado enferma. La casa está llena de fotos que la muestran serena, sonriendo casi imperceptiblemente, con la clase de sonrisa misteriosa que enamoró a mi padre.

Ah, mi padre. Juan. Juanito para ella. No hay conversación en la que no salga, hables de lo que hables. El primer momento en que lo vio entrando en el salón de baile y se dijo: «Es para mí». El largo noviazgo. Las películas que vieron, los cientos de películas que vieron. Todas esas horas del vermouth. Todos esos paseos. La luna de miel en Mallorca, cuando perdieron el barco de vuelta porque se equivocaron de fecha; «fíjate, equivocarse tu padre, que lo apuntaba todo». Los primeros años de casados. Cuando llegamos nosotros, mi hermano y yo. El primer coche de segunda mano que se estropeaba nada más salir de viaje. Las letras. Las hipotecas. La libreta con los números de mi padre. El camping. Las barbacoas. Eso que llaman vivir.

Cuando mira atrás, es capaz de recordar sólo las cosas buenas; cuando le preguntas por las malas, pone cara de no saber de lo que le hablas. Las únicas cosas malas fueron las dolencias de mi padre, su sufrimiento tantos años; eso es lo único malo que recuerda. Pero pronto eso queda borrado por la fuerza inagotable del amor que se profesaban. «Tu padre siempre supo quererme y me quiso mucho y yo sabía que me quería». Y sueña mucho con él, que llama a la puerta y ella lo ve y lo abraza y está muy delgadito y entonces se da cuenta de que no es él y se despierta y se pone a llorar.

A veces hablamos del otro mundo: siempre está ahí, entre dos aguas; quiere creer que volverá a ver a Juanito; luego se desanima y piensa que no, y luego ya no sabe qué creer.

Ahora, la reina de Inglaterra le acaba de dar a Victoria un gran disgusto: ha autorizado a Camilla a ser reina consorte, y a mi madre se la llevan los demonios porque Lady Di, dice, debe de estar revolviéndose en su tumba. Yo le digo que, de haber vivido Lady Di ahora, iría por el cuarto marido y el sexto lifting y que seguramente hasta se alegraría de que el marrón de la Corona le caiga a otra. Hay personas que no han nacido para llevar corona, pero, como mi madre, Victoria, son unas auténticas reinas.

 

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