Derechos humanosDictaduraPolíticaRelaciones internacionalesViolencia

George F. Will: Para evitar una calamidad nuclear, Biden hace una delicada evaluación de Putin

Pronto se alcanzará un hito trascendental. Probablemente. El segundo uso de armas atómicas ocurrió el 9 de agosto de 1945, tres días después del primero. El 7 de abril habrán pasado 28.000 días sin un tercero. Quizás.

Este enorme logro de la diplomacia de posguerra es difícil de celebrar porque es una ausencia de algo. Además, de repente el más sofisticado de los armamentos podría ser utilizado por un ser moralmente primitivo a causa del mal manejo de Rusia de sus fuerzas convencionales en Ucrania. La calamidad de cruzar el umbral nuclear podría ocurrir porque, por ejemplo, un convoy ruso se quedó sin gasolina. Por la incompetencia de los militares rusos en materia de logística y otros fundamentos militares.

Escribiendo para The Atlantic, Eliot Cohen, ex consejero del Departamento de Estado, dice que la «abundante» evidencia de que «Ucrania está ganando» incluye: «La mayoría de los ejércitos modernos dependen de un fuerte cuadro de suboficiales. Los sargentos se encargan del mantenimiento de los vehículos y ejercen el liderazgo en las tácticas de los escuadrones. El cuerpo de suboficiales ruso es hoy, como siempre lo ha sido, tan débil como corrupto».

Y: «Los vehículos se amontonan en las carreteras, no hay infantería que cubra los flancos, no hay fuego de artillería estrechamente coordinado, no hay apoyo aéreo de helicópteros, y abundan las reacciones de pánico a las emboscadas. La proporción de 1 a 1 entre los vehículos destruidos y los capturados o abandonados denota un ejército que no está dispuesto a luchar». Además, asume la crudeza militar rusa característica: el uso de la artillería para compensar los innumerables fallos: «Si los rusos arrasan una ciudad y masacran a sus civiles, es poco probable que hayan acabado con sus defensores, que harán cosas extraordinarias y eficaces desde los escombros para vengarse de los invasores». Prueba de ello fue «la aniquilación de un grupo táctico del batallón ruso en Voznesensk».

Putin ha lanzado el 75% de sus fuerzas terrestres listas para el combate a Ucrania en un intento de restablecer el estatus de gran potencia de Rusia. No contaba (señala el ex subsecretario de la Marina Seth Cropsey) con el «grupo de 900.000 hombres veteranos de ocho años de guerra» que han luchado contra los insurgentes apoyados por Rusia en la región ucraniana de Donbás.

La eficaz resistencia de los ucranianos está obligando al presidente Biden a realizar un delicado cálculo que, por suerte, está en condiciones de hacer: ¿Cuánta humillación puede sufrir Putin sin dar un paso catastrófico: el uso de un arma nuclear táctica? El cálculo de Biden se produce en el contexto en el que el Secretario de Estado Antony Blinken ha dicho que los objetivos de Estados Unidos son la restauración de la soberanía y la integridad territorial de Ucrania. Esto podría implicar, al máximo, la reversión de la anexión de Crimea por parte de Putin en 2014.

En la gobernanza moderna es habitual a retórica de la precisión imaginada, pero raramente alcanzada. Los responsables políticos hablan de «afinar» una economía impulsada por cientos de millones de personas que toman cientos de miles de millones de decisiones diarias y que están sujetas a acontecimientos «exógenos» no previstos por los responsables políticos. Los planificadores militares contemplan los «ataques quirúrgicos» como «dispositivos de señalización» a medida que los conflictos ascienden por la «escalinata de la escalada». En 1965, el teórico de la guerra Herman Kahn postuló 44 peldaños en esa escalinata. El 22º: «Declaración de guerra nuclear limitada». El 44º: «Espasmo o Guerra Insensata». El peldaño 21 era «Guerra Nuclear Local – Ejemplar». Mientras Biden sigue su evaluación, podríamos estar superando el peldaño 20: «Embargo o bloqueo mundial ‘pacífico'».

Después de 1945, se entendió que las armas nucleares podrían, al disuadir las intervenciones militares para contrarrestar las agresiones, permitir guerras de considerable violencia convencional. Biden, sin embargo, ha orquestado una sinfonía de sanciones y entregas de armas que ha anulado -hasta ahora- el intento de Putin de utilizar las amenazas nucleares para disuadir posibles respuestas convencionales efectivas a su agresión.

Los presidentes son presionados tanto por sus amigos como por sus enemigos. En 1976, cuando los republicanos se reunieron en Kansas City, Ronald Reagan estaba casi empatado en el recuento de delegados, tras haber atacado con fuerza la política de distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética del presidente Gerald Ford, incluida la negativa de éste a reunirse con el disidente soviético Alexander Solzhenitsyn. En Kansas City, el Secretario de Estado Henry Kissinger, arquitecto de la distensión, preguntó a Tom Korologos, un ayudante de Ford que disfrutaba atormentando a Kissinger, quién sería el compañero de fórmula de Ford. Korologos respondió: «Solzhenitsyn«. Volodymyr Zelensky es para Biden lo que Solzhenitsyn fue para Ford, alguien cuyo prestigio fomenta la firmeza.

El presidente de Ucrania ilustra el axioma de Churchill de que el valor es la virtud más importante porque permite las demás. Zelensky ha endurecido la columna vertebral de Occidente, ha hecho que algo parecido a la victoria parezca posible y ha hecho imposible difuminar la claridad moral del conflicto. Así, una víctima colateral del conflicto es un filósofo alemán del siglo XIX.

Antes de hundirse en la locura, Friedrich Nietzsche propuso una teoría que aún resuena en la intelectualidad: No hay «hechos», «sólo interpretaciones». Que la guerra de hoy ha sido causada por la maldad de un hombre es un hecho. La guerra es un medio desgarrador para avergonzar el relativismo moral de los falsos sofisticados, pero al hacerlo, este viento malo ha soplado algo bueno.

 

Traducción: Marcos Villasmil

=========================

NOTA ORIGINAL:

To avoid nuclear calamity, Biden makes a delicate calibration about Putin

George F. Will

 

A momentous milestone will soon be reached. Probably. The second use of atomic weapons occurred Aug. 9, 1945, three days after the first. On April 7, 28,000 days will have passed without a third. Maybe.

 

This enormous achievement of postwar statecraft is difficult to celebrate because it is an absence of something. Besides, suddenly the most sophisticated of weapons might be used by a moral primitive because of Russia’s 10-thumbed mishandling of its conventional forces in Ukraine. The calamity of crossing the nuclear threshold might occur because, for example, a Russian convoy ran out of gas. Because of the Russian military’s incompetence regarding logistics and other military fundamentals.

 

Writing for the Atlantic, Eliot Cohen, former State Department counselor, says the “abundant” evidence that “Ukraine is winning” includes: “Most modern militaries rely on a strong cadre of noncommissioned officers. Sergeants make sure that vehicles are maintained and exercise leadership in squad tactics. The Russian NCO corps is today, as it has always been, both weak and corrupt.”

 

And: “Vehicles bunched up on roads, no infantry covering the flanks, no closely coordinated artillery fire, no overhead support from helicopters, and panicky reactions to ambushes. The 1-to-1 ratio of vehicles destroyed to those captured or abandoned bespeaks an army that is unwilling to fight.” Furthermore, assume characteristic Russian military crudity — the use of artillery to compensate for myriad failures: “If the Russians level a town and slaughter its civilians, they are unlikely to have killed off its defenders, who will do extraordinary and effective things from the rubble to avenge themselves on the invaders.” Witness “the annihilation of a Russian battalion tactical group in Voznesensk.”

 

Putin has thrown 75 percent of Russia’s combat-ready ground forces onto Ukraine in an attempt to reestablish Russia’s great-power status. He did not reckon on (notes former deputy undersecretary of the Navy Seth Cropsey) Ukraine’s “900,000-man pool of veterans from eight years of war” fighting Russian-backed insurgents in Ukraine’s Donbas region.

 

The Ukrainians’ effective resistance is forcing President Biden to make a delicate calibration that he is fortunate to be in a position to make: How much embarrassment can Putin suffer without taking a catastrophic step — use of a tactical nuclear weapon? Biden’s calculation occurs in this context of Secretary of State Antony Blinken’s saying U.S. objectives are the restoration of Ukraine’s sovereignty and territorial integrity. This might maximally imply the reversal of Putin’s 2014 annexation of Crimea.

 

The rhetoric of imagined but rarely attained precision is common in modern governance. Policymakers speak of “fine tuning” an economy that is powered by hundreds of millions of people making hundreds of billions of daily decisions and subject to “exogenous” events unanticipated by policymakers. Military planners contemplate “surgical strikes” as “signaling devices” as conflicts ascend theescalation ladder.” In 1965, war theorist Herman Kahn postulated 44 rungs on that ladder. The 22nd: “Declaration of Limited Nuclear War.” The 44th: “Spasm or Insensate War.” Rung 21 was “Local Nuclear War — Exemplary.” As Biden calibrates, we might be rising from Rung 20: “‘Peaceful’ World-Wide Embargo or Blockade.”

 

After 1945, it was understood that nuclear weapons might, by deterring military interventions to counter aggressions, enable wars of considerable conventional violence. Biden, however, has orchestrated a symphony of sanctions and weapons deliveries that has — so far — nullified Putin’s attempt to use nuclear threats to deter effective conventional responses to his aggression.

 

Presidents are pressured by friends as well as foes. In 1976, as Republicans convened in Kansas City, Ronald Reagan was almost tied in the delegate count, having potently attacked President Gerald Ford’s policy of U.S.-Soviet detente, including Ford’s refusal to meet with Soviet dissident Alexander Solzhenitsyn. In Kansas City, Secretary of State Henry Kissinger, detente’s architect, asked Tom Korologos, a Ford aide who enjoyed tormenting Kissinger, who would be Ford’s running mate. Korologos answered: “Solzhenitsyn.” Volodymyr Zelensky is to Biden what Solzhenitsyn was to Ford, someone whose prestige encourages firmness.

 

Ukraine’s president illustrates Churchill’s axiom that courage is the most important virtue because it enables the others. Zelensky has stiffened the West’s spine, made something like victory seem possible, and made it impossible to blur the conflict’s moral clarity. So, a collateral casualty of the conflict is a 19th century German philosopher.

 

Before sinking into insanity, Friedrich Nietzsche propounded a theory that still reverberates in the intelligentsia: There are no “facts,” “only interpretations.” That today’s war has been caused by one man’s wickedness is a fact. War is a harrowing means of embarrassing the faux sophisticates’ moral relativism, but by doing so, this ill wind has blown some good.

 

Opinion by George Will

George F. Will writes a twice-weekly column on politics and domestic and foreign affairs. He began his column with The Post in 1974, and he received the Pulitzer Prize for commentary in 1977. His latest book, «American Happiness and Discontents,» was released in September 2021.

 

 

Botón volver arriba