DictaduraEconomía

La inflación, el mejor negocio del Gobierno cubano

Lo que enseña la experiencia histórica es que la inflación es una amenaza para la estabilidad política, pero solo la de los gobiernos democráticos.

En Juego de Tronos, «El Matarreyes» es un personaje así apodado por haber liquidado a uno de los tantos monarcas de esa saga literaria. En la política moderna, ese temible estigma lo carga la inflación, polvorín económico que estalla en erupciones sociales destronando mandatarios, e incluso, cambiando paradigmas históricos y sociológicos, como sucedió en Gran Bretaña y EEUU con Thatcher y Reagan, en México con Vicente Fox o en Alemania con Hitler.

Probablemente, por esa fama de catalizador de disturbios sociales, nos hemos creído que la inflación es la principal preocupación económica del Gobierno cubano. Todavía más cuando las efervescencias del 11J aún burbujean en la cruel represión judicial que sus órganos «legales» están ejerciendo.

Sin embargo, lo que enseña la experiencia histórica, es que la inflación es una amenaza para la estabilidad política, sí, pero solo la de los gobiernos democráticos, pues las dictaduras, normalmente, se sostienen aun cuando se llega al paroxismo hiperinflacionario. Hungría 1946, Zimbabue 2004, Venezuela en la actualidad.

Si reflexionamos profundamente, veremos que la subida generalizada de precios, lejos de ser un inconveniente, es una ventaja para ecastrismo. Entonces entenderemos por qué, aunque el ministro de Economía, Alejandro Gil, dice públicamente que «la inflación es la prioridad fundamental», nada hace para detenerla, y se lava las manos argumentando que «no se pueden topar todos los precios del país», aunque ellos lleven 63 años topando cuanto precio han querido.

En realidad, el ministro se refiere solo a los precios que recaen en el pueblo, porque los precios que paga el Gobierno sí continúan topados. Según el señor Gil, «no podemos enfrentar este fenómeno (la inflación) con el incremento de los salarios», ni podrán liberarse los precios de los factores de producción porque «no hacemos nada con permitir de manera generalizada que todos los costos se expresen en los precios». Traducción: los costes empresariales se quedarán inamovibles, mientras los precios al consumidor seguirán subiendo. Por lo tanto, la inflación se la tragarán todita los trabajadores.

Es tal la desfachatez al respecto —¡y la crueldad!— que, en medio de la precariedad actual, acaban de darle potestad a los jefes de cadenas de tiendas y otras entidades comercializadoras para que, con algunas excepciones,  pongan libremente los precios a todos los demás productos, según «correlación con los referentes del mercado». Así, en vez de que el Estado influya en el mercado negro con una oferta más barata gracias a sus obvias ventajas en cuanto a costes, se les orienta a los jefes de tiendas que usen de modelo a los precios del mercado negro. Esto es de locos… o de sicópatas.

Y es que, como buen monopolista, el castrismo quiere que la gente pague más por recibir lo mismo. Así, la inflación resulta una oportunidad dorada para —manteniendo topados los costes de producción y subiendo los precios de venta— crear artificialmente beneficios en aquellas empresas estatales que llevan años contabilizando pérdidas, sostenidas gracias a subsidios que ahora podrán disminuir notablemente y dejar de alimentar el verdadero desvelo económico castrista: su déficit fiscal.

En 2018, uno de cada cuatro pesos que generaban los trabajadores cubanos terminaba subvencionando empresas ineficientes, necesarias solo para mantener vivo, aunque en coma, el sistema económico castrista. Cada año, Cuba dedica más de su presupuesto estatal a sostener ineficientes empresas estatales, que lo que dedica EEUU de su presupuesto, conjuntamente, a defensa y salud. ¡Demencial!

Pero no es solo por el lado del gasto —reduciendo esos subsidios a empresas quebradas— como la inflación ayuda a que el Gobierno equilibre su déficit fiscal. También lo auxilia por el lado del ingreso, pues la inflación es una vía expedita para que el Estado ingrese más dinero cobrando mayores impuestos.

Esto es así, porque debido al aumento generalizado del nivel de precios aumenta la velocidad del dinero, que es la cantidad de veces que un billete cambia de manos en un periodo dado. Esa circulación acelerada del dinero, implica un aumento del ingreso que, en términos agregados, queda totalmente compensado por un aumento exactamente igual del gasto, resultando que los beneficios reales no varían.

Sin embargo, como los impuestos se calculan según el ingreso bruto —ingresos antes de deducir gastos— y son progresivos (es decir, hay que pagar más mientras más se ingresa), por el mero hecho de mover más dinero, muchos cuentapropistas y pequeños empresarios pasarán automáticamente a un tramo fiscal superior, lo que conlleva un mayor pago porcentual, aun cuando los beneficios netos reales sigan siendo los mismos o inferiores.

En definitiva, hasta un engendro frankensteniano como la economía cubana necesita equilibrar gastos e ingresos, y sin acceso a préstamos externos, el déficit fiscal se convierte en una enfermedad autoinmune donde el país se devora a sí mismo hasta un punto en que pronto a GAESA no le quedará nada para saquear impunemente. Por ello, reducir el déficit es la verdadera prioridad del castrismo, y para ello se sirve de los efectos monetarios de la inflación y sus consecuencias empobrecedoras.

¿Y qué pasa si la gente se alborota? Pues ya se sabe: «la orden de combate está dada».

 

 

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