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Laberintos: El fin del kirchnerismo

 

  macriadv Estaba previsto desde hace meses. Todos los sondeos de la opinión pública indicaban que Daniel Scioli, el candidato conservador de Cristina Fernández de Kirchner a ser su sucesor en la Casa Rosada, sería el más votado en las elecciones presidenciales del 25 de octubre, pero que no llegaría a superar su techo electoral de 38 por ciento. Según esas encuestas, su principal rival, el liberal Mauricio Macri, apenas conquistaría el 30 por ciento de la votación. El tercero en la discordia, con 20 por ciento del electorado a su favor, lo ocuparía Sergio Massa, peronista disidente del kirchnerismo.

 

   Las elecciones primarias del pasado 9 de agosto confirmaron estas previsiones. Scioli fue el más votado, pero no arrasó. Es decir, no pareció estar en condiciones de cumplir con el extravagante condicionamiento constitucional de obtener, al menos, 40 por ciento de los votos escrutados y 10 por ciento más de votos que Macri, requisito imprescindible para ser electo presidente en la primera vuelta, en cuyo caso, como en efecto sucedió, Scioli y Macri tendrán que medirse en una segunda vuelta.

 

   No obstante, se produjo un resultado que no contemplaban las encuestas. Al despuntar el alba del día siguiente de las elecciones, se supo que si bien Scioli, como era de esperar, fue el más votado, su triunfo resultó insuficiente y descorazonador, pues ni siquiera alcanzó ese 38 por ciento que le adjudicaban las encuestas y Macri, con un inesperado 34 por ciento de la votación, lograba lo que puede considerarse un empate técnico. Ahora podía soñar despierto con su juramentación como sucesor de Fernández de Kirchner en enero del año que viene.

 

   El rechazo al peronismo

 

   Muy diversas son las razones de esta debacle electoral, no del peronismo, sino del kirchnerismo, su versión más reciente, que ha gobernado a Argentina durante los últimos 12 años. En definitiva, el peronismo nunca ha sido una ideología, sino una forma de gobernar, puro desarrollo industrial y populismo, que se inspiró en el fascismo de Benito Mussolini, en lo que más tarde el chileno Arturo Alessandri Palma llamó “mi querida chusma” y en el rechazo de Getulio Vargas y su “Estado Novo” a las élites políticas e intelectuales de Brasil. En Argentina, esta fuerza política inmaterial, apoyada en el estamento militar y en la fuerza sindical, encontró en Eva Perón el instrumento perfecto para enloquecer a las masas con un discurso de ciega exaltación al sector más excluido de la sociedad, los llamados “descamisados.”

 

   La muerte súbita de Evita dejó a Juan Domingo Perón tan huérfano de orientación política, que tras ser derrocado en 1956 cargó con el cadáver embalsamado de su mujer por los distantes parajes de su exilio europeo. Una manera de mantener viva la fascinación de Evita incluso después de muerta y que ha servido de comodín para las más diversas fuerzas políticas de Argentina, desde el peronismo del propio Perón hasta la violencia de la izquierda más radical en los tiempos oscuros de las turbias dictaduras militares de los años 80 y hasta el gobierno derechista de Carlos Menem y el izquierdismo relativo del matrimonio Kirchner. Vaya, que el peronismo ha servido para todo.

 

   Desde esta perspectiva, puede decirse que la votación del 25 de octubre en realidad no debe vincularse al peronismo sino que revela el cansancio de una población agotada por los excesos del kirchnerismo y por la adopción en cierta medida de lo que Hugo Chávez entendía como socialismo del siglo XXI, y que le ha servido de fundamento teórico y práctico no sólo a Venezuela y Argentina, sino a los gobiernos del grupo ALBA y a las distintas alianzas subregionales y regionales que la Venezuela chavista ha promovido y financiado en la región latinoamericana.

  

Los efectos de la derrota

 

   Sin la menor duda, la grave derrota de Scioli tiene dos causas principales. En primer lugar, su pasado como hombre de confianza de Menem, su distanciamiento de la deriva kirchnerista hacia la izquierda y su controvertida gestión como Intendente de la provincia de Buenos Aires. Una factura que se hizo mucho mayor el mismo día de las primarias, cuando a pesar de las consecuencias catastróficas ocasionadas por días de lluvias copiosas en la provincia, en lugar de ocuparse de la emergencia declarada por las inundaciones se fue de viaje a Roma. Luego, invitado a un debate televisivo con los otros 5 candidatos presidenciales, dejó su silla vacía. Dos costosos errores.

 

   En segundo lugar, porque aunque él no comparte para nada la visión política de Fernández de Kirchner, el hecho de ser el candidato seleccionado por ella lo comprometió hasta el extremo de que votar por él equivalía a respaldar al régimen kirchnerista, en conflicto permanente con la clase media, con el campo argentino y con los medios de comunicación. De ahí que su candidatura, en lugar de crecer, se redujo hasta ese 36 por ciento que ahora amenaza con dejarlo abandonado en algún recoveco del camino electoral. A solas contra todos los enemigos del kirchnerismo, y después del 25 de octubre, lejos, tanto del corazón de Cristina como de los de varios poderosos dirigentes peronistas disidentes del kirchnerismo, como Massa, suficientemente pujantes para darle a Macri la victoria definitiva en noviembre.

 

   No obstante, estas elecciones constituyen un reto muy complejo para la imaginación de los adversarios electorales de Scioli. Massa ha declarado que su objetivo es que no gane Scioli, pero ello no significa que sus votos y los de sus aliados se sumen automáticamente a los de Macri. La naturaleza populista del peronismo representa todo lo contrario del mundo al que apunta el pensamiento liberal de Macri. Es evidente que la primera opción del “massismo” es Macri, pero como ha anunciado el propio Massa, ese respaldo está sujeto a las negociaciones que ya han emprendido los comandos de ambos dirigentes. Massa espera de Macri un desplazamiento hacia el centro izquierda, que incluya algunas concesiones ideológicas y retóricas a su peronismo esencial. En caso contrario, Massa ha advertido que sus partidarios podrían votar nulo en las elecciones de noviembre, una circunstancia que le impondría a Macri la improbable tarea de vencer a Scioli y al kirchnerismo únicamente con su fuerza personal en “Cambiemos”, su alianza electoral, que es mayoritaria pero que no controla la totalidad de ese importante 36 por ciento de electores que votó por él hace una semana.

 

   La repercusión en América Latina

 

   Estas elecciones argentinas, por supuesto, constituyen un episodio político notable pero de carácter estrictamente nacional. Su impacto en América Latina, sin embargo, reviste una gran importancia. En primer lugar, en Brasil, donde Dilma Rousseff, aliada y amiga personal de Fernández de Kirchner, atraviesa por el peor momento de su otrora exitosa carrera política. Las dificultades económicas y los muy graves escándalos de corrupción que la afectan a ella e incluso a su mentor, el todavía poderoso Luiz Inacio Lula da Silva, podrían acentuarse muy significativamente si Macri llega a ser el próximo presidente argentino. La actual intimidad entre Brasilia y Buenos Aires se rompería en pedazos y obligaría a Dilma a recomponer su posición en el sur del continente. Comenzando por Mercosur. Todo permite suponer que el manifiesto rechazo de Macri a la experiencia chavista, puede provocar una crisis de grandes proporciones si decide exigir la expulsión de Venezuela de esa alianza, como hace algunos años ocurrió con Paraguay (que al final fue suspendido), por violar el Protocolo de Ushauia, el compromiso con el desempeño democrático que obliga a todos los gobiernos miembros de Mercosur para seguir siéndolo.      

                            

   Macri se ha incorporado a la crítica de varios ex presidentes latinoamericanos, indignados por la persecución y el encarcelamiento del dirigente venezolano Leopoldo López, y nadie duda que la política internacional de Macri, por razones ideológicas y para marcar distancia del kirchnerismo, incluirá denunciar al gobierno de Nicolás Maduro de violar sistemáticamente los derechos políticos y civiles de los venezolanos. En este sentido, las estrechas relaciones de la Argentina de los Kirchner con la Cuba de los Castros, con la Bolivia de Evo Morales, con el Ecuador de Rafael Correa y, sobre todo, con la Venezuela chavista, cambiaría muy pronto de signo.

 

   Hay que esperar para ver cómo se desarrollan los acontecimientos políticos y electorales en Argentina. Y habrá que ver, si tal como hoy en día parece que ocurrirá en la segunda vuelta, el triunfo electoral de Macri de veras conlleva una marcada reorientación argentina hacia el centro-derecha liberal, o si las negociaciones con Massa y la presión del kirchnerismo en el Congreso, donde conserva la mayoría, y del aparato burocrático y sindical del país en manos del peronismo desde hace años, serán suficientes para frenar las consecuencias de esta derrota electoral y las decisiones que Macri luce resuelto a tomar.

 

   En todo caso, tres aspectos del proceso político latinoamericano sí quedan claros. En primer lugar, que una presidencia de Mauricio Macri implica un vuelco en la política económica. Con un énfasis mucho mayor en el sector privado de la economía y en los productores del campo. En segundo lugar, Brasil, Bolivia y Ecuador ya no contarían, a partir de una victoria de Macri en noviembre, con el importante respaldo del gobierno argentino, y las relaciones entre esos cuatro países tendrán que discurrir por los cauces de otros y muy distintos caminos. Por último, la complicidad que une a Caracas y a Buenos Aires entraría en una fase de alta conflictividad, factor que a su vez debilitaría aún más a Venezuela en la comunidad internacional.

 

   Estas realidades son buenas noticias. Y nos hacen pensar que una eventual victoria de Macri en la segunda vuelta electoral, haga lo que haga el kirchnerismo para impedirlo, impulsará con mayor y alentadora intensidad los vientos de cambio que ya comienzan a soplar en diversos puntos de América Latina.   

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