Oswaldo Páez-Pumar: La reforma de la constitución en Chile
En nuestro artículo anterior destacamos la significativa sintonía que el proyecto chileno tiene con el capítulo VIII del título III de la constitución venezolana aprobada en 1999, en relación con los pueblos indígenas, que de alguna manera “aspira” a que nosotros los venezolanos del siglo XXI, reparemos lo que en el siglo XVI y “hasta el XVIII” le hicieron los españoles. No destaqué que la mayoría de los diputados a la constituyente, tanto aquí entonces como allá ahora, pueden ser enmarcados en esa corriente política que se llama a sí misma socialista o izquierdista.
Se trata de un algo parecido a lo que los cristianos llamamos, dentro del sacramento de la confesión para poder obtener el perdón, el dolor de haber pecado y el propósito de la enmienda, que no es otra cosa sino el compromiso de no volverlo a hacer.
Lo extraño en esta circunstancia es que la reparación no se exige de los actores, sino de quienes tomando como base que cada 25 años se hace presente una nueva generación y que desde el siglo XVI hasta el ya pasado siglo XX ha transcurrido medio milenio, significa que no se trata de exigirle al hijo el pago de la deuda del padre, sino que por el medio milenio transcurrido, se le reclama al tataranieto, del tataranieto, del tataranieto, del tataranieto, del tataranieto de los perpetradores que reparen lo hecho por sus ancestros.
Es bien sabido, que no fue Cortés quien venció a los aztecas, sino que muchas comunidades indígenas esclavizadas le dieron su respaldo, sin lo cual no hubiera podido tener éxito, como tampoco Pizarro en el Perú y ni hablar de Diego de Losada en Venezuela donde los “caribes” (que nombre tan bien puesto) clamaban “Ana Karina Rote” que significa “solo nosotros somos gente”.
Pero ¿por qué esto está ocurriendo? La respuesta me vino por obra de una dama española dotada de buena pluma, cuyo nombre o pseudónimo es Isabel San Sebastián (expongo así mí ignorancia junto al interés por superarla) y escribe sobre Covadonga, una confrontación que tuvo lugar doscientos años antes de la llegada de Colón y que es la restauración de la España conquistada por los moros y cuya última jornada doscientos años después, sería la toma de Granada por Isabel, la que financió al “Almirante de la Mar Océana”.
De lo que se trata es de borrar nuestra historia, lo que significa hacernos huérfanos, porque nuestra historia es la de nuestros padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos hasta encontrarnos con el origen, que nos guste o no, es lo que nos identifica; y lo que nos identifica es aquello con lo cual nos comunicamos, que como bien lo dijo alguien que no es santo de mi devoción, Neftalí Reyes, aunque reconozco su exquisita poesía, hay que dar gracias a España que nos dio el idioma.
La ruptura con las raíces no es otra cosa que la desintegración social, que los comunistas trasnochados, que hoy se llaman “socialistas” después de la desintegración de la Unión Soviética esperan con ansiedad que se produzca en medio de la civilización occidental, o si se la quiere llamar por su otro nombre la judeo-cristiana a la cual les guste o no pertenecen, pero como es tal su ansiedad por verla desaparecer, se muestran complacidos con el resurgimiento del Islam, cuya fuerza como también en el cristianismo y el judaísmo radica en ofrecer el paraíso para después, pero ellos creen que el enemigo de su enemigo es su amigo; y por eso son felices en cooperar con la destrucción. Si se impone el Islam, sus mujeres usarán el “hiyab”. ¿Habrá de nuevo una Covadonga?
Caracas, 30 de mayo de 2022