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Roma paseada y deseada

Debe de ser el primer pensamiento que asalta a cualquiera con algo de sensatez que decide escribir sobre Roma. ¿Qué demonios puede uno decir, que no se haya dicho ya, sobre la ciudad que esconde entre sus calles el Panteón de Agripa, custodia el retrato de Inocencio X, decora unas cuantas iglesias con la obra de Caravaggio o vio nacer a Alberto Sordi? Al osado hay que advertirle que, en realidad, asume menos riesgos escribiendo un nuevo libro sobre la discografía de los Beatles. También que aun así no deje de hacerlo. Cabe avisarle, no obstante, que lo haga, sí, pero que sepa que en este caso el objeto de estudio a estas alturas ya casi es lo de menos, que más importante que el qué –¡y menudo qué!– es el cómo. Que damos por hecho que habrá síndrome de Stendhal pero que al menos nos lo cuenten con gracia.

En otras palabras: que quien nos lleve de la mano por Roma por enésima vez lo fíe todo a la mirada y a un modo de decir original, si quiere tener éxito en la empresa. Esto último lo ha logrado Juan Claudio de Ramón (Madrid, 1982), que ejerció la diplomacia en la capital de Italia. Su Roma desordenada es un ejemplo de clásica y atinada coctelería: una erudición imponente que no abruma gracias al otro ingrediente fundamental, una escritura formidable, que no renuncia a las armas de la poesía y que marida más que bien con las gotas de biografía con que el autor salpica algunos capítulos.

Era todo un reto y lo cumple con creces: atrapar por igual al lector bien enterado y al que apenas sabe algo sobre el mal rollo entre Bernini y Borromini, el final de Pasolini o el secuestro de Aldo Moro. Y a buen seguro que consigue, con similar eficacia, que busquemos en internet La vocación de San Mateo –del “Jimi Hendrix de la historia del arte”– tanto los que hemos entrado más de una vez en la Iglesia de San Luis de los Franceses como los que aún no han puesto un pie en Roma. Puede igualmente congratularse el autor porque ha evitado en todo momento el “ridículo de descubrir mediterráneos en cada plaza, cuesta o museo”. Para eso, entre otras cosas, se fija en tumbas, pinos, ladrillos, ángeles, escaleras que suelen pasar desapercibidas o los rincones más cinematográficos del barrio de EUR, nacido durante la dictadura de Mussolini (“para meditar que la peor política fue capaz de producir una belleza blanca e indolora”). Porque Juan Claudio de Ramón nos pasea por el paisaje más obvio –la originalidad de no hacerlo sería intolerable– al tiempo que nos lleva de excursión a otras zonas que los turistas casi nunca alcanzamos; nos recuerda, sí, el peso de Federico Fellini o la presencia de Rafael Alberti pero sin olvidarse del gran Ennio Flaiano (un ruego: a ver si alguien se anima a reeditar sus diarios) o la dupla entrañable que allí formaron Ramón Gaya y María Zambrano.

Titula Ignacio Peyró su prólogo La felicidad de Roma y es que esta es la historia de un hombre feliz que se entristece, como solo un crío lo hace cuando le roban el balón, el día que tiene hacer las maletas y renunciar por un tiempo “a uno de los derechos no escritos del hombre y del ciudadano: el de viajar a Roma”. Volverá, como él mismo anuncia. Lo haremos muchos de los lectores de Roma desordenada metiendo el libro en la maleta; como hicimos antes con las Historia de Roma de Enric González o Un otoño romano de Javier Reverte.

Roma desordenada. La ciudad y lo demás

Juan Claudio de Ramón

Editorial Siruela

344 páginas

 

 

 

 

 

 

 

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