Héctor Abad Faciolince: Populismo y rubéola
A mediados de los años 60, antes de que hubiera una vacuna eficaz contra la rubéola, hubo en el mundo una epidemia de este virus. La enfermedad que produce la rubéola, en general, es leve, sobre todo en los niños, y en la mitad de los casos ni siquiera hay síntomas. La rubéola tiene, sin embargo, una manifestación gravísima si una mujer embarazada se infecta en los primeros meses de gestación. Cuando un feto contrae la rubéola a través de la madre, puede venir al mundo con defectos terribles: ceguera, sordera, malformaciones cardíacas, parálisis cerebral, discapacidad cognitiva… Por tal motivo, antes de que se desarrollara una vacuna eficaz (en el año 69), los médicos aconsejaban que ―si había, por ejemplo, casos de rubéola en el barrio― se expusiera a las niñas a la enfermedad, de modo que quedaran inmunizadas de una vez, y así no corrieran el riesgo de infectarse después, durante el embarazo.
El populismo es la enfermedad infantil de las naciones. Contra el populismo no hay ninguna vacuna conocida. Cuando los países vecinos enferman de populismo, el propio país no queda inmunizado. El populismo es un virus que se debe vivir en carne propia para poder sentir exactamente lo que produce. Al no haber vacuna ni tratamiento alguno, cuanto antes se padezca la enfermedad, mucho mejor para el país que la sufre. Colombia está destinada, con cara o con sello, a vivir los próximos cuatro años bajo un régimen populista, bien sea de inclinaciones derechistas (Rodolfo Hernández) o izquierdistas (Gustavo Petro).
Dicen las encuestas que la mayoría de las personas viejas prefieren al ingeniero; también dicen que la mayoría de los jóvenes prefieren a Petro. Esto se corresponde con las inclinaciones de cada edad: para los viejos es más importante el orden que la igualdad; para los jóvenes la prioridad es la segunda. Los viejos creen más en el mérito y el esfuerzo recompensado; los jóvenes prefieren que a todos se les dé lo mismo independientemente de las capacidades o el esfuerzo. A los viejos el acceso gratuito para todos a la universidad les dice poco. A los jóvenes no les preocupa mucho que las pensiones de jubilación pierdan valor al final de la vida.
Colombia no puede enorgullecerse de que un siglo de gobiernos no populistas haya producido un gran país democrático, culto y desarrollado. En ese sentido, nos merecemos el virus del populismo, y por H o por P, vamos a experimentarlo. Tampoco puede decirse que en 200 años de vida republicana no hayamos conseguido nada. La esclavitud fue abolida; hay libertad de prensa; el analfabetismo, la mortalidad materna e infantil disminuyeron; hoy mucha más gente disfruta de agua potable y de asistencia en salud que hace medio siglo; incluso los índices de homicidios por cada 100.000 habitantes (aunque sigan siendo horrendos) son mucho menos altos hoy que en los años 80 y 90 del siglo pasado. Pero los niveles de pobreza son vergonzosos; la desnutrición infantil, inaceptable; la calidad de la educación pública, desastrosa.
Los populismos nos ofrecen resolver estos problemas como por encanto. El uno va a poner a echar azadón a los corruptos en el Vichada; el otro le va a dar empleo y sueldo estatal a todo el mundo. El uno va a manejar el Estado como si fuera una empresa constructora, con un capataz de gerente; el otro va a tener a un mesías iluminado que repartirá subsidios a los más pobres y si no le alcanza la plata imprimirá a pleno ritmo billetes de $100.000.
Del virus del populismo esta vez no nos libramos. Puede ser más o menos grave que otras enfermedades políticas que hemos padecido (desarrollismo, estatuto de seguridad, estados de sitio, complicidad con el paramilitarismo, proteccionismo a ultranza, neoliberalismo, etc.). Lo peor del populismo es que tiende a ser una enfermedad larga y difícil de curar. No creo que dure un solo período presidencial. Las enfermedades infantiles suelen ser más complicadas cuando se padecen en la edad adulta.