Alberto Valero – Esos líderes que llegaron de lejos: Golda Meir
Cuando fue electa Primera Ministra en 1969 dirigió sus esfuerzos a la paz en la región.
Cuando una niña de cinco años presencia los sangrientos pogromos antisemitas que menudeaban en su Ucrania natal y sobrevive a la infancia miserable que acabó con cinco de sus hermanos, es fácil comprender el coraje y la intransigencia que Golda Meir, nacida Mabovitch en 1898, exhibió a lo largo de su intensa y dilatada actividad política y la determinación con que defendió la suerte del pueblo judío.
También, la impronta que su origen humilde en una familia tradicionalista pero no religiosa en el Kiev que entonces pertenecía al Imperio Zarista, imprimiría al naciente Estado de Israel donde alcanzó todas las posiciones de mando a pesar de su condición femenina. Y, finalmente, el hálito internacionalista de su futura acción diplomática que le insufló la coyuntura de emigrar a Estados Unidos con su padre, un modesto carpintero.
En Milwaukee colaboró como dependienta de la pequeña bodega familiar, estudió con ahínco hasta obtener el bachillerato y exhibió por primera vez su carácter rebelde al escapar a la casa de su hermana en Colorado, a los 14 años, rechazando los planes paternos de buscarle matrimonio; un viaje providencial porque en Denver comenzó su formación política y conoció al pintor Morris Meyerson, con quien se casaría en 1917 y regresaría a Milwaukee para terminar sus estudios, ejercer la docencia e iniciarse en la militancia sionista.
Tenía 19 años cuando conoció a su máxima figura, David Ben-Gurion, participó en su primera manifestación pública, fue electa representante de la ciudad al Congreso Judío Estadounidense, recorrió el país en busca de fondos para el movimiento y se adelantó a los padres al viajar a Palestina, entonces bajo bandera británica, para vivir en un kibutz con su esposo, hasta que este, harto de aquella existencia espartana, la convenció de radicarse en Tel Aviv y después en Jerusalén.
Sus dos hijos nacieron entonces en una época marcada de nuevo por la pobreza extrema, y la elección en 1928 al cargo principal de la rama femenina sindical que exigía movilidad constante terminó por arruinar la vida conyugal —aunque Golda jamás se divorció legalmente— y la proyectó a un papel exterior cada vez más intenso que ratificó su convicción en la fortaleza como única alternativa a la humillante compasión de la comunidad internacional.
Fueron ásperas negociaciones a partir de 1945 con Inglaterra, impulsando a Golda a posiciones de mando. Y cuando el Estado de Israel fue proclamado el 14 de mayo de 1948 y atacado de inmediato por una coalición de vecinos árabes, regresó a Estados Unidos a recolectar fondos y armamentos antes de ser designada embajadora ante la Unión Soviética.
Un año después retornó a Tel Aviv como diputada de su partido y mantuvo esa condición durante un cuarto de siglo y como ministra de Trabajo y Seguridad Social obtuvo colaboraciones cuantiosas de los judíos estadounidenses para la construcción de miles de viviendas para los inmigrantes. Entre ellos 200 mil de origen ruso, que modificaron definitivamente el perfil demográfico y político de la naciente república.
Como ministra de Relaciones Exteriores de Ben-Gurion procuró estrechar los lazos con Africa y Latinoamérica y jugó un papel clave en la derrota de Nasser en la Guerra del Sinaí en 1956; sorteó problemas de salud para sobrevivir a las enconadas disputas dentro de su partido y cuando fue electa Primera Ministra en 1969 dirigió sus esfuerzos a la paz en la región. Sin mucho éxito, porque fueron los años más álgidos del terrorismo con el cual se negó a negociar de modo intransigente.
Su respuesta a la masacre de la Villa Olímpica en Munich y otros actos de violencia estuvo a la medida de quien nunca había olvidado los terribles episodios de su infancia ucraniana y, hasta cierto punto, encontró al país en condiciones precarias cuando una nueva coalición de países árabes sorprendió con la Guerra de Yom Kipour de 1973, de la que Golda emergió tan debilitada que debió renunciar un año más tarde.
Entonces se retiró de la vida pública, junto a su hija Sara en un kibutz, donde murió en diciembre de 1978 a causa de un linfoma, y fue enterrada en Jerusalén, en el Panteón a los Grandes de la Patria.